Empresarias
pese a todo

Tres mujeres que atravesaban por una situación personal muy compleja montaron su propio negocio que les devolvió la vida (y la felicidad)

Empresarias pese a todo

Textos:
Paula Clemente
Imágenes:
Ferran Nadeu y Laura Guerrero

Tres mujeres que atravesaban por una situación personal muy compleja montaron su propio negocio y este les devolvió la vida (y la felicidad). Esta es su experiencia.

Textos:
Paula Clemente
Imágenes:
Ferran Nadeu y Laura Guerrero

Tienen en común un espinoso pasado, un orgulloso presente y la misma mirada de seguridad y satisfacción al pensar en el futuro. Y no es para menos. Una vivía entre chinches en un cuchitril y ahora dirige su propio restaurante; otra tuvo que ir a terapia por haber petado fruto del estrés laboral y hoy vive de su marca de ropa; y las dos últimas aceptaban trabajos poco motivantes para vivir y salir, una de ellas, de una situación de malos tratos, y actualmente tienen una escuela-taller textil. ¿La clave? Según sus relatos, tener claro el objetivo y no perderlo de vista, reconectar con su esencia, no dejarse amedrentar, tener paciencia y, por supuesto, dejarse ayudar.

Porque la historia de estas tres mujeres, empresarias pese a todo (y, por encima de todo, por voluntad de perseguir una vida realmente feliz), tiene también en común haber pasado por la Fundació Surt, una asociación que forma parte de la constelación del programa Incorpora de la Fundación La Caixa y que ayuda a mujeres en situación desfavorecida a reincorporarse al mercado laboral, sea con formación o guiándolas en el complejo mundo del emprendimiento. Solo en 2022, en torno a 780 mujeres en riesgo de exclusión social han montado su propio negocio en España ayudadas por uno de los cables que echa este programa, un tercio de las cuales, en Catalunya.

Salió de Uzbekistán por primera vez con 38 años, cuatro hijas, diabetes y depresión crónica diagnosticada, y prácticamente todos sus ahorros invertidos en cinco noches de hotel de lujo en Barcelona como única forma de conseguir el visado que le permitía entrar a España. Luego vinieron los subalquileres, las habitaciones llenas de chinches y más de cinco años trabajando como señora de la limpieza. Lejos, en cualquier caso, de todo aquello que empujó a esta filóloga tayika (una lengua uzbeka) a huir de su país: quedarse sin trabajo y sin recursos y estar harta de los cortes de electricidad, de no poder acceder a la gasolina y de la corrupción en general.

Aquí, en cambio, Dilora Babaeva es la dueña de uno de los poquísimos restaurantes Uzbekas de la ciudad, un negocio que puso en marcha de espaldas a su familia por miedo a que sus recelos la desanimaran. Lo logró gracias a estas cadenas fortuitas de sucesos que llevaron a sus clases de castellano a alguien que conocía a otro alguien que sabía de la Fundació Surt. Hoy, Samarkand lleva casi dos años abierto en el barrio de Sant Andreu, en Barcelona, y está lleno de viernes a domingo. “Diría que he logrado mi objetivo en un 70%, pero estoy luchando: el 100% sería tener lleno toda la semana”, valora esta emprendedora, que, ante todo, se sabe valiente. “Yo sé que puedo, si mi alrededor no me pone trabas, yo puedo: he elegido un camino y tengo que luchar”.  

Vino de vacaciones a Barcelona desde Argentina y se enamoró tan profundamente de la ciudad que el par de años que decidió quedarse para desarrollar su carrera, se han convertido en 14. Mercedes Joglar había estudiado administración y dirección hotelera, y su estancia en la capital catalana la acabó llevando a la jefatura de una cadena hotelera. Y de ahí, a explotar de estrés. “Mi cuerpo petó: iba llorando a trabajar todos los días y en fin de año estaba con una cervicalgia terrible, no podía ni girar la cabeza”, recuerda. A principios de 2020 decidió renunciar, y aunque finalmente se acabó cogiendo solo la baja, la llegada del covid le revolucionó la vida.

Empezó terapia en casa para poder volver a la carga, pero el proceso la llevó a recuperar su afición por la costura y a elaborar un vestido cuando una amiga suya fotógrafa le pidió solo un body para una sesión con una embarazada. “Fue ella que me dijo que tenía que hacer un negocio de esto”, explica la ahora dueña de Nueve Lunas, una marca de ropa para sesiones con embarazadas y para ellas, directamente, si quieren ropa para una ocasión especial. “Me costó mucho hacer el cambio de idiosincrasia de que yo podría tener éxito con esto”, cuenta año y medio después de renunciar (esta vez sí) en el hotel y de pasar por la Fundació Surt. “Lo que hice fue hablarme como si le hablara a una amiga, y yo a una amiga le hubiese dicho que fuéramos con todo”.  

Cuando su profesora de patronaje se jubiló, Ester Molina vio clara la oportunidad de asociarse con su amiga Esther Muñoz y realizar por fin el proyecto de trabajar juntas. Aquello no salió (los dueños de la vivienda que albergaba la escuela prefirieron convertirla en piso turístico), pero habían ensoñado lo suficiente como para seguir buscando en aquella dirección. Primero, por ideales; segundo, para salir de una situación que las ahogaba a las dos. “Estaba vacía, lo único que hacía era malgastar mi tiempo”, recuerda una de ellas, madre y víctima de malos tratos. “No teníamos ni un recurso”, añade la otra. La Fundació Surt y dar con un local propiedad de una mujer a quien entusiasmó la idea, lo cambiaron todo.

Molina y Muñoz regentan hoy Momu, “una escuela-taller creativa y social”. Allí enseñan lo que saben, aunque lo ven más bien como un espacio donde casi cualquier persona con espíritu creativo pueda satisfacer sus inquietudes textiles. El negocio se puso en marcha oficialmente en diciembre de 2020 y Molina acaba de dejar su otro trabajo para volcarse por completo en esto. “Si no intentas las cosas, no llegas a ningún lugar”, justifican ambas emprendedoras, que tienen tan claro que esto es un trabajo 24/7 como que, de salir mal, no se hundirán con ello. “Ante todo somos nosotras y nuestra salud, el día que esto no funcione se echa la persiana y se acabó”, sostienen. “No lo consideraremos un fracaso, sino haber conseguido levantar la persiana y vivir lo que hemos vivido aquí”.

Y ahí, en la nueva filosofía de estas cuatro mujeres, figura sin duda el sello de las técnicas que las han acompañado a dar el salto de emprender. “Trabajamos buscando este empoderamiento de la mujer: creamos un espacio de confianza en el que puedan sentirse seguras y puedan, desde esta seguridad, empezar a trabajar en todo lo que será necesario para alcanzar su objetivo, que en este caso es montar un negocio”, explica la responsable de la línea de emprendimiento de la Fundació Surt, Carolina Fort, y también guía de Dilora, Mercedes, Esther y Ester en sus procesos.

Esta entidad, precisa esta misma experta, ayuda a cualquier mujer, sea cual sea su situación (“ser mujer ya es una vulnerabilidad dentro del mercado laboral”, desliza), o persona en situación de riesgo a enfrentar su entrada o regreso al mercado de trabajo. Su departamento en concreto, las ayuda a emprender. Y lo hace con considerable éxito: aproximadamente la mitad de negocios que se pusieron en marcha en 2019 gracias a su ayuda, seguían funcionando el año pasado, última vez que revisaron el panorama.

Carolina Fort, responsable de la línea de emprendimiento de la Fundació Surt. Foto: Ricard Cugat

Carolina Fort, responsable de la línea de emprendimiento de la Fundació Surt. Foto: Ricard Cugat

“Este empoderamiento les está dando herramientas y competencias para tener autonomía y enfrentar los obstáculos que puedan ir viniendo”, explica Fort, que pone como ejemplo que difícilmente una persona que haya pasado por esta asociación se rendirá al abrir su negocio si ve que no tiene clientes el primer día. “Al principio todo son dudas, pero cuando consiguen liberarse se quitan cargas, y entonces se marcan el camino desde otra óptica”, concluye.

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Paula Clemente
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Ferran Nadeu y Laura Guerrero
Coordinación:
Rafa Julve