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Opinión | Marc@ Royo

Salud mental: Del discurso a la acción

Señores, esto no va de hacer campañas de salud mental, sino de hacerlas desde la salud mental

Tours por Barcelona bailando con cascos inalámbricos.

Tours por Barcelona bailando con cascos inalámbricos. / Zowy Voeten

El 10 de octubre es el Día Mundial de la Salud Mental. Una fecha que, año tras año, suma más campañas, hashtags y adhesiones institucionales. Aúna buenas intenciones, grandes titulares y, también, grandes presupuestos. Según este rotativo, la salud mental incluso empieza a atraer fondos de inversión, un sector que ya mueve en España más de 2.500 millones de euros. Y, sin embargo, la sensación es que cada vez hablamos más, pero quizás nos escuchamos menos.

Incluso la salud mental ha pasado de ser un tema tabú a convertirse en recurso comunicativo. El lenguaje de la terapia, aquel que nos invitaba a cuidarnos, poner límites o respirar hondo, se ha ido infiltrando en la publicidad, en las marcas e incluso en las instituciones. Y así, entre muchos anuncios de cosmética, ropa cómoda o aplicaciones de meditación, el "cuídate" se ha convertido en el nuevo "cómprame".

Pero tras esta aparente oleada de empatía colectiva a menudo se esconde otra cosa: una estética del bienestar que no siempre va acompañada de compromiso real. La salud mental se ha convertido en un símbolo que vende, un sello de sensibilidad que, como pasó con la sostenibilidad, puede convertirse en una nueva forma de buenismo de marca. Un washing emocional que permite proyectar una imagen de conciencia y cuidado, mientras en la práctica todo sigue igual de acelerado, exigente y desconectado.

Queda bien hablar de salud mental; el problema es cuando sólo queda bien hablar de ello. Es innegable que hay un eco positivo en todo esto. Durante años, hablar de ansiedad o depresión era incómodo. Muy incómodo. Hoy, muchas marcas se atreven a poner palabras e imágenes al malestar. Dove ha reivindicado la vulnerabilidad como forma de belleza; Nike ha dado voz a deportistas que luchan contra la presión (y la depresión); Calm o Petit Bambú han convertido la meditación en una rutina de cada día.

Hay que recordar, sin embargo, que, entre la sensibilización y el oportunismo, mal llamado marketing, hay una línea fina, casi invisible, que a menudo se cruza sin darnos cuenta. La cultura del bienestar ha construido una nueva exigencia: la de estar bien. Siempre.

Ser productivos, resilientes y positivos incluso cuando no tenemos ganas o nos pasa algo gordo. Y esto es una forma de violencia sutil. Hablar de salud mental sin profundidad puede acabar banalizando el malestar que precisamente queremos combatir.

Muchas marcas utilizan palabras como "cuidado", "autenticidad" o "equilibrio" para vender un ideal que a menudo no practican ni dentro de su casa. Hablan de autocuidado mientras imponen jornadas infinitas, o de aceptarse uno mismo mientras recortan en diversidad. El reto radica en pasar del relato al compromiso. Al entender que hablar de salud mental no es sólo una tendencia: es una responsabilidad. Y eso quiere decir comunicar de otra manera: no sólo para emocionar, sino para activar.

Hay que comunicar para ayudar a pasar a la acción. La comunicación debe ser una herramienta para generar cambios reales: crear espacios seguros, fomentar la participación, facilitar recursos o dar voz a quien no la tiene. No se trata de hacer más ruido mediático, sino de promover acciones tangibles (¿bailamos?). El cambio no vendrá de un eslogan inspirador, sino de una comunicación que transforme la cultura que nos rodea.

Y aquí también entra en juego el papel de las instituciones. Las administraciones han empezado a hacer campañas sobre bienestar emocional, algunas incluso con un lenguaje cercano y rompedor, pero todavía faltan proyectos con continuidad, que vayan más allá del vídeo viral o del cartel de temporada. Si las marcas privadas han sabido ocupar el espacio del discurso, es porque las instituciones han llegado tarde o lo han hecho desde una mirada demasiado paternalista o poco veraz.

La salud mental no puede ser una moda ni un claim más dentro de una estrategia de comunicación. No necesitamos más marcas que nos digan que tenemos que estar bien; necesitamos entornos, acciones y sociedades que nos lo permitan. Es necesario que el bienestar no sea un producto, sino una consecuencia de trabajar, educar y comunicar de otra manera: con tiempo, con empatía y con coherencia.

Y aquí es donde quiero hacer un llamamiento.

Señores, esto no va de hacer campañas de salud mental, sino de hacerlas desde la salud mental.

Sin prisas. Sin impostura. Con el mismo cuidado con el que queríamos que nos trataran cuando el mundo, simplemente, nos pesa.

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