Opinión
Cuando, después de la devastación, se crea
Los expertos en la capacidad de recuperación de nuestras sociedades y empresas tendrán que empezar a estudiar el ejemplo que ha dado Valencia tras la dana

Una vista del distrito de las Cuatro Torres, en Madrid, junto a una estación de cercanías en obras / Martí Saballs Pons
Recomiendo la lectura de la opinión que esta semana nos escribe el economista Arturo Bris. Es director del Centro de Competitividad Mundial del IMD Business School, con sede en Lausana (Suiza). El estudio está reconocido por elaborar desde hace 37 años el índice que analiza las competencias de los países a través del uso de datos y de las encuestas realizadas a ejecutivos senior de 69 países. En el ránking de 2025, ocupan el podio Suiza, Singapur y Hong Kong. España queda en el lugar 39. Por comparar: Francia está en la posición 32 e Italia en la 43. Entre las sorpresas, Kazajistán, en el 34. Hay cinco países europeos entre los 10 primeros, EEUU pasa a ser el 13º y China está en la 16º.
Para elaborar el ránking no solo se tienen en cuenta la productividad y las tasas de empleo; también cuenta el contexto político, cultural y social. Y lo más importante: al no ser un retrato fijo, la evolución de los países a lo largo de los años no solo indica quién hace bien las cosas, sino qué puede predecir el futuro. La emergencia de los países asiáticos, desde el golfo Pérsico hasta China, ha sido el cambio más acentuado desde comienzos de siglo. Esto no ha impedido la estabilidad en la zona alta de los países escandinavos, centroeuropeos y el avance sin apenas límite de Irlanda.
Bris destaca la aportación de los galardonados con el Premio Nobel de Economía este año (Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt) al estudio científico sobre innovación empresarial y desarrollo de los países. Cómo los gobiernos pueden ayudar a incentivar las transformaciones tecnológicas, facilitando la investigación y el acceso a capital financiero; creando un marco jurídico adecuado y unas políticas fiscales y laborales razonables. Un país que cambia constantemente las normativas acaba generando dudas entre los inversores. Es, por cierto, la dinámica más preocupante de España, donde las ocurrencias y la inoperancia de algunos de los miembros del Gobierno no ayudan.
Puede resultar paradójico que el creador del término destrucción creativa, del que beben los premiados de este año, el economista Joseph Schumpeter (1883-1950), fracasara en su breve paso como ministro de Finanzas de Austria. Ocupó el cargo entre marzo y octubre de 1919. El país había perdido la guerra y el viejo Imperio austrohúngaro había sido aniquilado. Sus intentos de reformas fiscales y de reestructuración de deuda no superaron las batallas políticas del nuevo país que quería nacer de los escombros. En los años 20, Austria renació de las cenizas gracias a consensos entre políticas intervencionistas -la Viena roja generó el mayor parque de viviendas sociales de Europa, con el simbólico edificio Karl Marx- y las élites empresariales, donde destacaba la familia Wittgenstein, uno de cuyos miembros, Ludwig, pasó a la historia por la influencia de su teoría filosófica. Schumpeter acabó aceptando una oferta de la Universidad de Harvard en 1932 y ya no regresó para ver de primera mano otra tragedia: el ascenso del nazismo, la anexión de Austria por parte de Alemania y la Segunda Guerra Mundial. Austria volvió a renacer en los años 50. Es un ejemplo detallado de cómo un país superó sendas destrucciones.
Schumpeter sí estaría hoy sorprendido del grado de aceleración de la destrucción creativa que afecta tanto a países como a empresas. La gran diferencia entre las disrupciones tecnológicas que se producían en el pasado y las que estamos asistiendo en primera línea es la innovación continuada. De la misma forma que empresas que lideraban sus mercados hace 30 años han desaparecido del mapa o han cambiado de objeto social, ¿quién asegura que los líderes empresariales actuales existirán dentro de 20?
De vueltas con la simbología, nada mejor que el paralelismo entre la destrucción creativa y el espíritu fallero que menciona Jordi Cuenca en uno de los reportajes que rememora la tragedia causada por la dana de hace un año sobre la Comunidad Valenciana. Este espíritu, tan necesario y fundamental, que resurge de las cenizas, de la destrucción, para volver a crear e innovar. Desde el orgullo y la ambición, con las obligadas y necesarias ayudas de las administraciones (que somos todos), pero que sin la participación y empuje de la sociedad valenciana no habría sido posible. Para personalizar el año después, en medio de la emoción y la tristeza, nada mejor que los ejemplos de Industrias Alegre y de Gracia Burdeos, a quien hemos dedicado la portada de esta semana de ‘activos’. Schumpeter no saldría de su asombro y quienes realizan ránkings de competitividad crearían un nuevo valor: la fortaleza.
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