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Cuaderno de viajes

Desde Maine a Canadá

En el centro de una plaza, una fuente rodeada de pequeñas banderaslleva grabados los nombres de los alumnos que lucharon en la Segunda Guerra Mundial

En Orono.

En Orono. / LA CRÓNICA DE BADAJOZ

Rosalía Perera

Rosalía Perera

Badajoz
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Es un paseo. Por la costa, sin embargo, se hace largo porque los caminos recorren la curva del agua entrando y saliendo de la tierra, haciendo islas, confundiéndose con los ríos, los lagos y con la vida. Lentamente. Cuando te das cuenta la demora se ha apoderado de ti, te has mimetizado con los caminos que se interrumpen y se deshacen mas allá de un puente cubierto. La pintura roja desgastada sobre la madera de años de pasaje. Al otro lado se intuye otro tiempo. Las granjas pequeñas sobre las colinas. Los troncos avasallados, mutilados por los dientes depredadores de los castores, para hacer sus presas. La vegetación salvaje que se apropia de las cunetas y las orillas, oscureciéndose en los recovecos, mansos. Es allí donde viven los alces. Los carteles se suceden advirtiendo de su presencia. Salimos con dos pequeñas bolsas de equipaje, una mochila térmica con kombucha, agua fresca, manzanas y un par de sándwich de huevo. Nos faltaba cantar como hacen los niños en el autobús cuando salen de excursión. En la radio sonaba música country hasta que dejó de oírse nada más que la bruma que llegaba del bosque profundo. Durante kilómetros no hay más que casas destartaladas a las que el tiempo, la pobreza y la mala hierba hundió los tejados. Extensiones de soledad antigua.

Llegamos a Bangor en un domingo por la tarde. Salvo su nombre dibujado en un muro y un par de turistas perdidos no había nada que ver. Los cafés y las tiendas estaban cerradas. Del teatro salía música y estaba a punto de empezar una función. Se anunciaba ‘ The Ricky horror’, un musical de culto al que acuden espectadores caracterizados que siguen de memoria los diálogos. Un poco mas abajo una tienda de antigüedades, donde buscar abecedarios bordados para mi colección. Libros en los escaparates de Stephen King para recordar que esta es su ciudad. Así que continuamos el camino para llegar a Orono, en el condado de Penobscot, donde está la sede de la Universidad pública de Maine.

El hotel está en el campus. Y el campus parece un escenario de película. Los bosques llegan hasta allí y se cuelan con sus árboles poderosos de sombra grande y acogedora. El césped alcanza hasta donde no se puede ver. La tarde se hace curiosa, y deja ver lo que pasa en las grandes vidrieras abiertas en viejos edificios de ladrillo rojo y piedra. Los flexos sobre las mesas. Las aulas en anfiteatro. Una luz cegadora casi, como una antorcha, llamando, con la vocecita de Pepe grillo, ven, ven… Es la biblioteca, abierta todos los días del año 24 horas. Penden de su fachada banderolas con las palabras, «universidad (collage) en nuestros corazones siempre». Detrás de una de las facultades hay una zona de columpios para que entre clase y clase se descontracturen los músculos. Una mofeta se refugia al oír nuestros pasos intrusos. Entre la hierba mullida se abren caminitos y a cada poco postes con cámaras y micrófonos se levantan como faros vigía. La luz azul los marca como un lugar seguro, una voz que contesta y te auxilia en caso de emergencia. La escultura de la mascota, un gran oso, saluda al visitante. También se estampa en las camisetas del club de hockey sobre hielo. Los inviernos llegan pronto y lo cubren todo de nieve.

En los márgenes pueden ver preciosas casas de estilo Federal con letras del alfabeto griego que las distinguen como confraternidades y hermandades de alumnos. En el centro de una plaza, una fuente rodeada de pequeñas banderas lleva grabados los nombres de los alumnos que lucharon en la Segunda Guerra Mundial. «In honor of the greatest generation, Class of 1945». En gratitud y recuerdo de la clase de 1945 se dedica este Memorial a aquellos que se sacrificaron tanto, respondiendo a la llamada para defender las cuatro libertades: libertad de expresión, libertad de culto, libertad de aspirar a una vida mejor, y libertad de vivir sin miedo. Las cuatro libertades que F. D. Roosevelt menciona en su famoso discurso del Estado de la Unión, en 1941, sintetizando lo que para él, toda persona, en cualquier lugar el mundo, debería poder disfrutar. Un poco más allá, bajo unos abetos convertidos en centinelas para guardar la grandeza de las palabras, puede leerse: «La injusticia en cualquier lugar es una amenaza para la justicia en todas las partes».

La noche ha caído y el frío húmedo sube desde el suelo llenándolo todo de niebla. Es verano dice el calendario, pero el aire huele a otoño. Les sigo contando la semana que viene.