Paradoja
Un hombre deja 10 euros en su cuenta durante 20 años y esto es lo que le queda
Es crucial entender que las cuentas de ahorro no fueron diseñadas como vehículos de inversión a largo plazo

Archivo - Imagen de archivo de billetes de euros. / GOBIERNO - Archivo
Imagina depositar una pequeña cantidad de dinero en una cuenta de ahorros, la mínima para activarla, y olvidarte de ella durante dos décadas. Esta es la historia real de un joven en Francia que, en 2005, abrió una cuenta Livret A -un producto de ahorro muy popular y seguro, equivalente a las cuentas de ahorro tradicionales que ofrecen grandes bancos en España- con un depósito inicial de 10 euros. Durante veinte años, no realizó ningún movimiento: ni ingresos, ni retiradas. Al consultar su saldo en 2025, el resultado fue tan revelador como decepcionante: su cuenta reflejaba un total de 13,70 euros. Este caso, que parece una simple anécdota, es en realidad una poderosa metáfora sobre los límites del ahorro convencional y el impacto silencioso de la economía en nuestro dinero. Los 3,70 euros de ganancia en dos décadas exponen una verdad incómoda: la seguridad a menudo tiene un coste muy alto, la pérdida de una rentabilidad significativa.
El espejismo del ahorro tradicional
El principal atractivo de productos como el Livret A francés o las cuentas de ahorro convencionales es su bajo riesgo. El capital está garantizado, es accesible en cualquier momento y, en muchos casos, está exento de impuestos. Sin embargo, el caso de los 10 euros demuestra que la seguridad nominal no equivale a la preservación del valor. La ganancia de 3,70 euros en 20 años se traduce en un rendimiento anual promedio del 1,586%. A primera vista, puede parecer un crecimiento modesto pero seguro. El problema fundamental, y el gran enemigo silencioso del ahorrador, es la inflación.
La inflación es el aumento generalizado de los precios de bienes y servicios, lo que provoca que cada euro pierda poder de compra con el tiempo. Si la rentabilidad de nuestros ahorros no supera la tasa de inflación, en la práctica, estamos perdiendo dinero. Aunque el número en nuestra cuenta crezca, la cantidad de cosas que podemos comprar con él disminuye. Pensemos en lo que se podía comprar con 10 euros en 2005 y lo que se puede adquirir con 13,70 euros en 2025. Es casi seguro que el poder adquisitivo de esos 10 euros originales se ha reducido drásticamente, haciendo que la ganancia de 3,70 euros sea insuficiente para compensar siquiera la pérdida de valor del capital inicial. Por tanto, la rentabilidad real de esta operación ha sido negativa. Este es el gran espejismo: creemos que nuestro dinero está creciendo, cuando en realidad se está encogiendo en términos de capacidad de compra.
El verdadero propósito de las cuentas de ahorro
Es crucial entender que las cuentas de ahorro no fueron diseñadas como vehículos de inversión a largo plazo. Su función principal es ofrecer un lugar seguro para guardar dinero que se pueda necesitar en el corto plazo, como un fondo de emergencia o para gastos planificados. Proporcionan liquidez, es decir, la capacidad de disponer del dinero de forma inmediata sin penalizaciones. Esta accesibilidad y seguridad son sus grandes fortalezas. El Livret A, por ejemplo, cumple además una función social en Francia: los fondos depositados se utilizan para financiar proyectos de interés público, como viviendas sociales o infraestructuras sostenibles, a través de una institución estatal.
Este propósito social y de bajo riesgo explica sus limitadas tasas de interés. No se puede esperar que un producto diseñado para la máxima seguridad y con un fin colectivo ofrezca los mismos rendimientos que instrumentos financieros diseñados para el crecimiento, los cuales conllevan un riesgo asociado. Confundir el ahorro con la inversión es uno de los errores más comunes en la gestión de las finanzas personales. Ahorrar es guardar; invertir es poner el dinero a trabajar para que genere más dinero, asumiendo que su valor puede fluctuar.
La necesidad de la educación financiera
El caso de los 10 euros no debe interpretarse como una crítica destructiva a las cuentas de ahorro, sino como una llamada de atención sobre la importancia de la educación financiera. La lección es clara: para objetivos a largo plazo, como la jubilación o la acumulación de patrimonio, es imprescindible buscar alternativas que ofrezcan un potencial de crecimiento superior a la inflación. Esto implica explorar el mundo de la inversión.
Vehículos como los fondos de inversión, las acciones o los planes de pensiones están diseñados para que el dinero crezca a lo largo del tiempo gracias al poder del interés compuesto, que permite que los rendimientos generen a su vez nuevos rendimientos. Aunque estas opciones implican un mayor riesgo, una estrategia de diversificación y un horizonte temporal adecuado ayudan a mitigarlo. La clave no es abandonar por completo las cuentas de ahorro, que siguen siendo vitales para la seguridad financiera del día a día, sino entender que son solo una pieza del puzle. La verdadera construcción de riqueza a largo plazo requiere dar un paso más allá, informarse, definir un perfil de riesgo y tomar decisiones activas para que nuestro dinero no solo se conserve, sino que crezca y trabaje para nosotros. La historia de los 10 euros y su modesto final es el mejor argumento para empezar a hacerlo.
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