Artesanía y globalización
Aldaia, el último reducto europeo del abanico sobrevive a la dana
La localidad valenciana cuenta con varias empresas centenarias del sector que plantan cara a la competencia industrial de China y a la de las desastrosas consecuencias de la riada de 29 de octubre

De izquierda a derecha, los hermanos Blay:Javier, Paco y Ángel / J.M.López
Alguien del Museo del Louvre contactó un día con Ángel Blay. Quería conocer qué medidas de seguridad tenía su taller de Aldaia porque la institución parisina necesitaba que su centenaria empresa restaurara tres abanicos que pertenecieron a Napoleón Bonaparte. «Echamos la llave cuando nos acordamos», le respondió. Al francés no le debió parecer suficiente, claro, pero, dada la reputación de Abanicos y Restauración Blay Villa, no se arredró. Poco después, el Louvre envió a la localidad de L’Horta Sud valenciana a un técnico con los tres lujosos palmitos del emperador. Llegaba por la mañana al taller con su maletín y a la hora del cierre volvía a recogerlos y se los llevaba a su hotel. Así durante los días que fueron necesarios. La anécdota contada por Blay ilustra el prestigio de esta firma y también el peso en este sector a nivel internacional que tiene esta población valenciana.
Y es que Aldaia ha devenido el último reducto europeo de un producto ya casi universal pero capitalizado por China en términos industriales. Queda poco, y lo poco que queda es artesanal, con cierto sello de lujo. ¿Por qué? El empresario es prolijo en la explicación y se remonta al siglo XV: fue entonces cuando el abanico llegó desde Asia a Italia y, a través de Catalina de Médicis, se puso de moda en toda Europa, sobre todo en Francia. España fue un gran cliente de los franceses, hasta que llegó Fernando VII y, tras la guerra de Independencia, impuso unos elevados aranceles a este producto. Esta medida obligó a los fabricantes franceses a trasladarse a España. Vamos, un anticipo de lo que pretende ahora Donald Trump con su política proteccionista.
Aldaia ha devenido el último reducto europeo de un producto ya casi universal pero capitalizado por China en términos industriales.
Cambio de tornas
Cuenta Blay que, además de su ubicación geográfica en el centro del Mediterráneo español, lo que atrajo hacia Valencia a aquellos productores franceses fue la abundancia de artesanos de diferentes disciplinas que había en aquella tierra. Empezaron por instalarse en la ahora capital autonómica y «el éxito fue tal» que se fueron expandiendo por toda L’Horta Sud y, especialmente, Aldaia. Ya se sabe que el triunfo ajeno despierta ambiciones y en la citada localidad «hubo un grupo de jóvenes que no querían dedicarse al campo y se fueron a Valencia a aprender el oficio; se les conoció como los doce, porque eran 12, y luego, ya enseñados, montaron sus propios talleres».

Momento de creación y restauración de abanicos. / J.M.López
A principios del siglo XX el que se desplazó al municipio valenciano fue Isidoro Blay, abuelo de Ángel. Vio que había en Aldaia una industria del abanico floreciente y se sumó a los tantos que fabricaban y vendían ese producto. Bastante antes de todo esto, en 1880, había nacido otra firma doblemente superviviente: al paso del tiempo y a la destrucción causada por la dana. El matrimonio conformado por la teladora Carmen y el varijallero Salvador se trasladó a Aldaia y, con experiencia previa en el sector, montaron su propia firma, el germen de lo que todavía es Abanicos Andrés Pascual, que regentan las hermanas Andrés.
La gerente, María Luisa Andrés, abunda en que, en aquel entonces, la citada localidad «era la China de Valencia en abanicos, porque producir aquí era más barato». Blay traza una descripción complementaria: «Hacia 1920, Valencia era el mayor productor mundial de abanicos comerciales por su gran calidad y su gran precio, mientras que París se había quedado con los de lujo».
Hacia 1920, Valencia era el mayor productor mundial de abanicos comerciales por su gran calidad y su gran precio.
De alguna forma, se podría concluir que las tornas han cambiado un siglo más tarde, porque ahora es China la gran productora mundial y Valencia, Aldaia, se han quedado como un reducto de cierta excelencia, en la restauración, como pone de relieve la inicial anécdota sobre Napoleón, y en la producción, como prueba que la firma de los hermanos Blay se haya convertido en la última de Europa que hace abanicos con varillas de nácar.
Pero la localidad ya no nada en la abundancia de antaño. Dice Blay que apenas quedan poco más de cinco artesanos y algunos montadores, aquellos establecimientos que venden abanicos montados por ellos con piezas compradas a artesanos. Y podría ser mucho peor porque la dana que destrozó la localidad el 29 de octubre de 2024 estuvo a un tris de acabar con todo el sector.Uno de sus emblemas, el Museo del Palmito, fue también de los más damnificados por la riada. Este centro etnológico mostraba una amplia representación de abanicos antiguos y actuales. Una colección de 800 piezas desde el siglo XVIII hasta la actualidad. Sus fondos, nutridos a menudo por donaciones y cesiones de los propios talleres de la localidad, se vieron seriamente afectados. Ubicado en el centro de la localidad desde 2015, en la denominada Casa de la Llotgeta, el agua entró por la parte trasera, alcanzó el 1,20 metros de altura y arrasó la planta baja.

star_outline Destacado Hacia 1920, Valencia era el mayor productor mundial de abanicos comerciales por su gran calidad y su gran precio. / J.M.López
Las pérdidas de Abanicos y Restauración Blay Villa, que antes del desastre facturaba 12.000 euros, fueron enormes, como cuenta Blay, cuyo taller «quedó muy afectado». Treinta centímetros de lodo tuvieron la culpa. La firma, según su copropietario, ya se ha recuperado, aunque «lo peor ha sido la pérdida de los muestrarios», es decir, las grandes maletas que contienen los modelos de abanico. Son más que un catálogo: «Salimos a vender en octubre, se fabrica sobre pedido durante el invierno y se vende en mayo», cuando se avecina el calor. Ese es el transcurrir que rige la vida cotidiana de estos artesanos.
Las pérdidas de Abanicos y Restauración Blay Villa fueron enormes; lo peor ha sido la pérdida de los muestrarios, grandes maletas con los modelos de abanico.
Falta de vocaciones
La riada fue mucho más dañina en el taller de Abanicos Andrés Pascual, que, como la firma de los Blay Villa, recibió el pasado mayo la distinción como empresa centenaria por parte de la Cámara de Comercio de Valencia. Su gerente, María Luisa Andrés, recuerda que el agua entró a borbotones y dejó 1,40 metros de barro.
«Como tenemos poca maquinaria porque somos muy artesanos, el daño se produjo sobre todo en el local y los materiales. También hemos perdido toda la colección de abanicos históricos». La tienda que tenían a la entrada del taller quedó totalmente arrasada. «Estamos viendo si para el año que viene la reabrimos. Si el 29 de octubre estábamos al 100 % de actividad, ahora nos hemos quedado en el 65 %». Antes de la dana, facturaba 40.000 euros al año.
Pero otras firmas están mucho peor, porque no han podido reabrir y parece difícil que lo consigan, entre otros motivos porque los propietarios ya tienen una edad y no cuentan con relevo. Andrés es concluyente: no habrá quinta generación. Su hermana tiene 63 años y ella, 59. Aguantan «por vocación». Sus competidores no están mejor: Ángel Blay va a cumplir 68, su hermano Paco, 69, y el pequeño, Javier, 57. «Seguiré mientras las fuerzas aguanten», afirma, antes de confesar que este negocio centenario morirá con su generación.
Este negocio centenario morirá cuando se extinga su generación.
Abanicos Andrés Pascual se dedica sobre todo a producir este artículo para falleras, novias, de seda..., pero también hace marca blanca: «para una empresa que hace un congreso o para diseñadores». «Hemos trabajado para Francis Montesinos, John Galliano y Emilio Pucci», añade. La firma vende en toda España, en Italia y en Francia, pero también en Suiza, Austria y Alemania. Produce cerca de 12.000 abanicos al año.

María Luisa Andrés con uno de sus diseños. / J.M.López
Solo cuatro clientes
Blay, quien insiste en que ya debería estar jubilado, confiesa que su empresa está «reduciendo su actividad», de tal manera que ha rebajado su número de clientes a cuatro: tres de Sevilla y uno en Madrid, la histórica tienda Casa de Diego de la Puerta del Sol, considerada «la número uno del mundo».
Al año, esta empresa centenaria fabrica entre cinco y seis abanicos de nácar, que salen al mercado por entre 2.000 y 3.000 euros la pieza. También hace abanicos de madera, unas 150 unidades a más de cien euros. Tampoco tiene empleados: todo el trabajo lo hacen los hermanos Blay, que, como se dijo al principio, también hacen restauraciones, abanicos de colección y colaboran con diseñadores. «No doy abasto», dice este artesano. Otro resiliente en una población que sigue braceando ocho meses después de quedar anegada.
Suscríbete para seguir leyendo
- Encuesta CEO: El apoyo a la independencia de Catalunya se recupera por primera vez en año y medio
- Barcelona activa una alerta por noches tórridas ante la previsión de que los termómetros no bajen de los 26 grados
- Muere una mujer durante la primera noche del festival Tomorrowland
- Tres hermanos buscan a su madre, desaparecida en el aeropuerto de Madrid: 'Tenemos la esperanza de encontrarla con vida
- Niño Becerra (74 años) sobre el precio de la vivienda y el alquiler: “Dejarán de subir cuando la demanda no pueda pagar más”
- Los abogados españoles adoptan la práctica anglosajona del pro bono: crecen los despachos que atienden casos gratis
- Víctor Sandoval explota contra las críticas por las saunas del suegro de Pedro Sánchez: 'Yo iba y no soy una puta
- Javier Ruiz no se calla ante Marhuenda y le da este tremendo zasca por el caso Montoro: 'Hoy no me des lecciones