Opinión

Rosa Sanchis-Guarner

Rosa Sanchis-Guarner

Profesora de Economía de la UB, investigadora del IEB e investigadora visitante de la London School of Economics

Barcelona, ¿la ciudad de los ‘botiguers’?

Tradicionalmente, el centro de las urbes europeas ha sido espacio de comercio y también de residencia, interacción social y vida en comunidad. Pero la globalización, el comercio ‘online’, los nuevos hábitos, el ‘boom’ del turismo y las estrategias agresivas de grandes multinacionales están transformando el paisaje

Queviures Muria, un establecimiento centenario en el centro de l'Eixample de Barcelona.

Queviures Muria, un establecimiento centenario en el centro de l'Eixample de Barcelona. / Alex Bellart

Hasta nuestro regreso a Barcelona, hace casi cuatro años, mi familia y yo pasamos más de 10 viviendo en Londres. Pese a que la capital inglesa es, sin duda, una de las tiendas más grandes del mundo, mi marido, barcelonés, añoraba la estructura comercial de su ciudad natal: compacta, con comercios pequeños en cada esquina, donde el botiguer conoce tu nombre. Una ciudad donde comprar es un paseo agradable a pie por los alrededores de tu casa, porque en el barrio «hay de todo». Al menos así lo recordaba él.

La verdad es que, ahora que vivimos en el Eixample, sí que hemos notado diferencias con respecto al Reino Unido. Allí, desde hace 20 años, se habla de las clone towns (ciudades clonadas), un término utilizado para describir una ciudad grande o mediana cuya calle principal ha perdido su carácter distintivo, dominada por locales de las mismas cadenas comerciales nacionales o internacionales (como Starbucks), presentes también en muchos otros lugares, en lugar de negocios independientes y locales. En 2010, el think tank New Economics Foundation, en su informe Reimagining the high street, analizó 103 ciudades británicas y encontró que más del 40% podían clasificarse como clonadas, y un 20% adicional estaba en riesgo de serlo.

‘Clone towns’

Aunque la homogeneización que las cadenas comerciales traen consigo puede agradar a algunos consumidores, la repetición de los mismos -y aburridos- comercios en las calles de muchas ciudades tiene efectos perjudiciales: pérdida de identidad local, desplazamiento de pequeños negocios y disminución de la diversidad cultural y social. El fenómeno de las clone towns preocupa mucho a los medios y a los responsables políticos británicos y, junto con el dominio de los supermercados y la debacle ocasionada por el comercio electrónico, ha llevado a titulares que anuncian «la muerte de las calles comerciales».

La manera en que el comercio se distribuye espacialmente en Gran Bretaña -concentrado en unas pocas calles principales- es muy distinta a lo que sucede en Europa, y más aún en Barcelona. El tejido comercial barcelonés siempre ha sido más mixto, propio de una ciudad densa, donde la población vive en pisos y los comercios se sitúan a nivel de calle. En el centro de ciudades europeas como Barcelona, la interacción entre comercio y comunidad es más espontánea: compramos de camino al médico o tras recoger a los niños, aprovechamos para tomar un café y quizá conversar con nuestro panadero de confianza. En países anglosajones, como EEUU y el Reino Unido, hay una separación geográfica más marcada entre vivienda y consumo, y muchas veces hay que desplazarse en coche para ir a comprar. Tradicionalmente, el centro de las urbes europeas ha sido espacio de comercio, pero también de residencia, interacción social y vida en comunidad.

¿Está perdiendo Barcelona su carácter comercial? Sin duda, la globalización, la expansión del comercio electrónico, los cambios en los hábitos de consumo y las estrategias agresivas de grandes multinacionales han transformado profundamente el comercio minorista local en la última década. El pequeño comerciante barcelonés se enfrenta a alquileres cada vez más elevados, y muchos comercios -incluidos algunos emblemáticos, con más de cien años de historia- se han visto obligados a bajar la persiana. Los negocios familiares cierran, los locales se quedan vacíos y, cuando son reocupados, a menudo lo son por negocios monótonos: otro salón de uñas, otro centro de pilates, otro taller de cerámica u otro local de brunch o vermuteo de moda. Y si es un nuevo negocio en el centro de la ciudad puede ser aún peor: una tienda de recuerdos, de carcasas de móvil o de productos de marihuana. Ni rastro del botiguer.

Son muchas las causas que explican la crisis actual del comercio minorista en las ciudades, que no es exclusiva a Barcelona. Pero aquí, una de las razones que se ha esgrimido con más fuerza es el impacto del turismo masivo. Otra de las grandes diferencias que notamos al regresar desde Londres fue la descomunal presencia de turistas, muy concentrados en el centro, pero cada vez más extendidos por toda la ciudad. Existe evidencia causal creíble sobre cómo el turismo ha afectado a los mercados inmobiliarios de Barcelona, pero sabemos menos -y de manera más descriptiva- sobre el rol que ha jugado la llegada masiva de visitantes foráneos en la composición y el dinamismo del comercio minorista barcelonés. Y aunque en la ciudad se han puesto en marcha algunas intervenciones para revertir el declive -como también ha ocurrido en muchas otras ciudades-, para diseñar políticas efectivas que combatan la desaparición del comercio local y la pérdida de carácter del tejido comercial se hace necesario estudiar el problema de una manera mucho más ambiciosa.

Manos a la obra

Hay que ponerse a trabajar porque queremos que Barcelona sea atractiva para los visitantes, sí, pero también para quienes vivimos en ella. La diversidad y la cercanía del comercio han sido hasta ahora uno de los pilares que hacen de Barcelona la ciudad que es, y esto está en riesgo de desaparecer. Y también queremos que los residentes -especialmente los más vulnerables o los que no se pueden desplazar- puedan seguir comprando cerca de casa y a precios razonables. Las ciudades son lugares de consumo, pero también de interacción social. Y esas interacciones son importantes, a veces esenciales, para el bienestar de la ciudadanía.

¿Cómo lograrlo? Entender las causas -y, sobre todo, los efectos- de estos cambios es crucial, tanto desde una perspectiva económica como social. Para ello, es fundamental contar con un registro de calidad y dinámico sobre locales, empleo, ocupación, precios y otros aspectos que permitan analizar la evolución del sector minorista en la ciudad, accesible a los investigadores. Pero igual de importante es el diseño -y la evaluación robusta- de intervenciones públicas, aprovechando el potencial que nos ofrecen las herramientas analíticas de la economía urbana moderna.