PROYECTOS
Así fabrica futbolines uno de los últimos artesanos de la Comunidad Valenciana
Agustín Navarro trabaja desde Paiporta, una de las localidades castigadas por la DANA

Agustín Navarro, uno de los últimos fabricantes de futbolines de la Comunitat Valenciana. / J.M. López
Un terreno de juego rectangular, 22 jugadores defendiendo dos equipos diferentes y una pelota cuyo único cometido es ser alojada en la portería contraria. Leyendo esta síntesis, uno piensa de inmediato en el fútbol. Y es así, pero estas palabras también remiten a un artículo -cuyo punto de partida data de hace más de un siglo- que ha entretenido a niños y adultos durante décadas: el futbolín. Un juego que desde Paiporta, uno de los municipios valencianos más afectados por la dana de hace medio año, Agustín Navarro sigue convirtiendo con sus manos en arte pese a haberse visto afectado por la catástrofe.
La suya no es un actividad convencional. Desde su taller, donde se entremezcla la maquinaria de ebanista con campos de juego más o menos terminados, Navarro cree que ya es "el último" de los fabricantes de este producto en la Comunidad Valenciana. Una historia que en su caso comenzó "hace 40 años". "Mi padre trabajaba en una empresa en la que hacían futbolines, carpintería, decoración, de todo y me dijo: ‘Si no estudias, tienes que trabajar aquí’. Yo no quería estudiar y cuando acabé el colegio pues me puse a ello", recuerda sobre su entrada en un mundo que "nunca" ha dejado y en el que ha perdido la cuenta de cuántos miles de estas piezas únicas ha hecho con sus manos.
Nichos de venta
No en vano, tras pasar por otra firma del sector, fue hace dos décadas cuando decidió instalarse por su cuenta y fundar Futbolines Navarro. Junto a su padre, que "estaba muy cerca de jubilarse ya", pusieron en marcha un negocio cuyos clientes han ido cambiando. "Antiguamente, en recreativos o en todo bar al que ibas había un futbolín", recuerda Navarro, que actualmente ve que son las asociaciones, las comisiones falleras y las adquisiciones que hacen particulares sus principales nichos de venta. Eso sí, también hay compradores más atípicos. "Aquí ha venido gente de todo tipo, hasta a tres iglesias les he vendido futbolines", destaca.
Sin embargo, ¿cuánto se tarda en convertir esa materia prima y elementos decorativos en un futbolín acabado? Menos de lo que se podría pensar. Como sintetiza el artesano, este proceso va desde cortar tablones hasta poner las molduras o lijar, un trabajo con la madera -cuyas provisiones no vienen de España, sino de Alemania y Rumanía, y, en el caso del pino, de Finlandia- que "en un día y medio ya se pulimenta". Además, para hacer los 22 jugadores, que también son de producción manual, los lleva a que se los fundan: "Tengo el molde de todo", detalla. Luego toca poner el metacrilato que sirve de superficie para el juego y todo lo que es el herraje de metal "que está subiendo mucho de coste", desde las barras hasta el anclaje de los jugadores.
Justamente, son estas figuras las que reciben la mayor personalización dentro de cada artículo que elabora Navarro. "Siempre ponía uno rojo y azul y el otro blanco, pero vinieron varios y me dijeron que, ya que estamos en Valencia, que al blanco le pusiera el pantalón negro". Fue lo que hizo y, gracias a ello, en muchos de sus campos de juego que esperan en su taller ya no hay un Real Madrid-Barcelona, sino que se puede ver un curioso derbi valenciano entre el Valencia y el Levante. No obstante, pese a este estándar, hay peticiones para todos los gustos. «Hay un chico de Alcoi que me encargó dos futbolines y me pidió que lleven el color del equipo con el que juegan sus chiquillos, que es amarillo y negro», señala.
"Al final, la gente no se cree que haga los futbolines en este taller", enfatiza sobre una producción que crea mayoritariamente en exclusiva para el territorio valenciano y que siempre es "de seis u ocho futbolines a la vez". Gracias a ese ritmo de trabajo, Navarro calcula que por sus manos pasan, al menos, un centenar de futbolines al año, los cuales vende por 1.200 euros. Por tanto, la facturación ronda los 120.000. "La gente a veces te dice que vale mucho, pero a lo mejor el móvil que llevan vale más y lo tienen que cambiar cada dos años", añade. Hasta hace cinco años, este artesano también producía billares, un artículo que ha llegado a colocar en casa de futbolistas de élite como Leo Messi, Jan Oblak o David Villa. "Pero ya he dicho que no voy a hacer más", añade.
Sobre todo nostálgicos
Sin embargo, famosos como los citados no son el perfil más habitual entre esos particulares que buscan artesanía en su producto. "La gente que viene suele tener unos 40 o 50 años, los que se criaron con ellos en los bares", destaca el empresario valenciano, que aunque ve cómo ahora cada vez está apareciendo otro tipo de producto que parece "galáctico, con luces y un juego muy rápido", su obra no va a cambiar. "Yo voy a seguir haciendo el clásico, que es el que siempre he hecho y con esto acabo", remarca sobre una trayectoria a la que le "quedan nueve años". "Conmigo aquí se va a poner fin", apostilla.
Tras este final no está una falta de rentabilidad en el negocio ni un producto venido desde países como China, que "no es competencia, porque son más un juguete", sino que ve que "la gente ahora no quiere trabajar en esto". De ahí que Navarro vaya a continuar hasta jubilarse. Y eso a pesar de que la dana de octubre -con un agua que llegó a casi los dos metros de altura- hizo que perdiera decenas de miles de euros entre futbolines que estaba elaborando para Navidad, maquinas averiadas y materia prima. "Ahora estoy teniendo faena, pero todo lo que gano lo estoy invirtiendo. Con tener para mí, ya tengo bastante", concluye.
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