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Inversión

Estas son las trampas del cerebro que impiden invertir de forma racional

Los denominados sesgos cognitivos están en el origen de muchas decisiones erróneas, según los expertos de Gesem

Los sesgos congnitivos influeyen en las decisiones que toman los inversores.

Los sesgos congnitivos influeyen en las decisiones que toman los inversores. / INFORMACIÓN

David Navarro

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Normalmente los sesgos cognitivos son una especie de atajos, basados en instintos, que permiten al cerebro tomar decisiones de forma mucho más rápida. Unos atajos que, en determinadas situaciones de riesgo, pueden resultar muy valiosos o, incluso, salvarnos la vida, como por ejemplo ante un incendio. Sin embargo, estos mismos sesgos también pueden inducirnos a tomar decisiones erróneas al primar estas ideas preconcebidas sobre la lógica racional, incluso en aspectos que deberían ser lo más objetivos posible, como una inversión.

Sobre cómo evitar estos sesgos y minimizar las pérdidas que pueden ocasionar han hablado este lunes los responsables de la consultora y agencia de valores ilicitana Gesem, durante una jornada organizada en la sede de la Confederación Empresarial de la Comunitat Valenciana (CEV) en Alicante.

“Como seres humanos, es inevitable que las emociones interfieran y que estos sesgos se entrometan en el proceso de inversión”, señala el analista financiero Kevin González, que insiste en que la mejor forma de combatir estas distorsiones de nuestra mente es conocerlas.

Excusas

Entre los más 20 sesgos diferentes que desde Gesem aseguran que existen, sin duda el más significativo es lo que González denomina “aversión a la pérdida”. “De alguna forma, el sufrimiento que nos genera una pérdida de, por ejemplo, 1.000 euros es muy superior a la satisfacción que se logra con un beneficio de la misma cantidad”, explica el experto.

La consecuencia es que, cuando una acción cae, muchos inversores deciden mantenerla porque no quieren materializar esas pérdidas y prefieren tener la esperanza de que remontarán, con resultados que pueden ser desastrosos. Por el contrario, la persona afectada por este sesgo, en cuanto sube un poco un valor tiende a vender rápidamente para evitar que una posible bajada le haga perder lo ganado, cuando lo lógico sería aguantar para recoger el mayor beneficio posible.

Otro sesgo bastante habitual sería el de “confirmación”. Por ejemplo, un amante de las motos puede invertir grandes cantidades en la empresa que fabrica la marca que más le gusta, tendiendo a sobrevalorar su potencial real. Cuando las acciones bajan, la persona con esta desviación “busca constantemente en su cerebro argumentos que confirmen su teoría”, por mucho que la realidad se imponga a su imagen preconcebida de esa empresa.

Algo similar ocurre con la denominada “disonancia cognitiva”, en la que directamente la persona distorsiona la realidad para adaptarla a aquello que piensa. “Si nosotros creemos que la decisión que hemos tomado de comprar una acción es buena, pero el precio cae, lo que nuestro cerebro hace es protegernos para evitar ese daño o esa incomodidad que supondría aceptar el error”, señala el analista de Gesem, que ha estado acompañado en el evento por el director general de Gesem AV, Sergio Serrano. De esta forma, se suceden las excusas, se tiende a pensar que lo que ha hecho caer el valor es algo excepcional, que no se podía prever o que será temporal, cualquier cosa para salvar el ego.

Otra distorsión recurrente es la que provoca la “experiencia reciente”, que condiciona mucho las expectativas que se tienen sobre la evolución de las acciones. Ocurre cuando determinada compañía empieza a subir mucho y se apuesta por ella “sin que nadie se pregunte si realmente está bien valorada o es la inercia de los inversores”.

Y lo peor de todo, según el Kevin González, es que con frecuencia las personas que tienen sesgos cognitivos tienden a encadenar unos con otros, como respuesta a sus errores.

También los genios

Eso sí, no hace falta que nadie se martirice, porque se trata de algo que le puede pasar incluso a las personas más preparadas. Así, un ejemplo clásico de cómo actúan estas distorsiones es nada menos que Isaac Newton, que, pese a ser un genio, acabó arruinado por una mala inversión.

Como muchos de sus compatriotas británicos, el descubridor de la gravedad invirtió en la Compañía de los Mares del Sur, que se había creado con el convencimiento de que España abriría el comercio de sus colonias americanas a otras naciones. Las especulaciones sobre esta posibilidad provocaron que las acciones empezaran pronto a repuntar y Newton decidió vender rápidamente ante el miedo a perder lo que había ganado (aversión a la pérdida). Sin embargo, al ver que la subida continuaba y cómo sus amigos se hacían ricos, decidió volver a invertir pensando que el ascenso aún tenía recorrido (experiencia reciente).

Fue su gran error porque la realidad pinchó la burbuja de la Compañía de los Mares del Sur y las acciones empezaron a caer, pero el físico se negó a verlo (disonancia cognitiva) hasta que acabó vendiendo demasiado tarde. "Puedo calcular el movimiento de las estrellas, pero no la locura de los hombres", es la frase que se le atribuye para justificar su ruina.

Consejos

Y ¿cómo se evitan todos estos errores? “La parte principal es conocerlos, porque una vez que los conoces son más fáciles de identificar”, apunta González. Y lo segundo sería utilizar el sistema más objetivo posible a la hora de tomar una decisión de inversión. Un buen sistema es marcar una serie de indicadores que debe cumplir la inversión y dejar que sea el programa informático el que diga si se cumplen las condiciones que queremos. Eso sí, una vez que se apuesta por este sistema hay que “ser disciplinado”, apuntan en Gesem, y seguir las indicaciones de la máquina hasta al final, sin dejarse influenciar.

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