Tecnología

El negocio del videojuego sueña con una universidad propia para el sector

Las empresas de la industria aseguran que disponer de muchos más profesionales llevaría a Barcelona al siguiente nivel en su competición mundial en este ámbito

Los centros educativos piden más cooperación con los estudios de desarrollo y que estos se abran todavía más a los becarios y no solo a los perfiles de alto nivel

Multimedia: Barcelona, ciudad del videojuego

Un trabajador de Socialpoint, una de las empresas del sector, en pleno desarrollo

Un trabajador de Socialpoint, una de las empresas del sector, en pleno desarrollo / JOAN CORTADELLAS

Paula Clemente

Paula Clemente

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Su afición por los videojuegos venía de lejos. Su padre, que hubiese estudiado informática de haber podido, le introdujo al universo. Así, a Pau Blanco no le ha sido nada difícil decantarse por este camino profesional cuando ha tenido que elegir carrera. “Siempre he tenido mucha curiosidad por aprender qué hay detrás de un videojuego”, justifica este inminente universitario, que entrará en el sector a través del grado de Diseño y Desarrollo de Videojuegos que imparte la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC) en su Centre de la Imatge i la Tecnologia Multimèdia en Terrassa (Barcelona). 

Esta es, según el análisis que hizo él para elegir centro, una de las cuatro carreras dedicadas íntegramente al desarrollo de videojuegos en la provincia de Barcelona. La oferta se multiplica por cinco si se incluyen otras ramas relacionadas con el sector (la Asociación Española de Videojuegos tiene identificados 25 grados o posgrados oficiales para estudiar desde programación o estudios multimedia, hasta arte digital o música relacionada con los videojuegos en toda Catalunya), una cifra que además se ha disparado en relación al panorama de hace diez años, cuando apenas había un puñado de másteres. Pero incluso así, este despliegue sabe a poco a las compañías. 

“La guerra de los estudios [de videojuegos] es la del talento”, resume el fundador de la aceleradora de ‘start-ups’ GameBCN, Simon Lee, que tiene claro que a más trabajadores, más emprendedores apostarían por la ciudad. También el máximo responsable de operaciones de Socialpoint, Pasqual Batalla, prioriza incrementar la formación académica en su lista de deseos para el sector e incluso crear una universidad entregada en exclusiva al desarrollo de videojuegos o a alguna de sus ramas. Es decir, que Barcelona tenga, por ejemplo, la mejor universidad del mundo en animación 3D. Lo mismo apunta el secretario general de la asociación DeviCAT, Ivan Fernádez-Lobo: “Necesitamos continuar trabajando en reforzar la formación, fuente clave del talento que Catalunya necesita para seguir creciendo”. Y que puede ser, dice, otro principio de riqueza y reputación para el territorio.

Falta de becarios

Aunque parezca contradictorio, tan alta es la demanda de trabajadores que lo que las universidades echan en falta, al mismo tiempo, es más espacio para becarios y aprendices. “Cuesta encontrar empresas que quieran trabajadores en prácticas: todas quieren al mejor de la clase y para quedárselo”, explica la profesora colaboradora del máster universitario de Diseño y Programación de Videojuegos de la UOC, Teresa Vidal. “Algo que tienen que hacer las empresas es montar programas de aceleración interna para acabar de adaptar a los estudiantes a sus necesidades: hasta hace nada no estaban acostumbradas a coger becarios, tienen tanto dinero que pueden contratar a quien quieran”, coincide el director académico de ENTI, Oscar Garcia-Panella

El suyo, este centro enteramente dedicado al aprendizaje de videojuegos adscrito a la Universitat de Barcelona (UB), fue el primero en abrir en Catalunya y, como tal, controla a la perfección las fases por las que ha pasado el sector en los últimos años: desde que La Salle (que depende de la Universitat Ramon Llull) puso en marcha hace unos 25 años la primera carrera para estudiar multimedia en el sur de Europa -primera piedra, según Garcia, del sector-, pasando por los primeros masters de la UPC, la UOC, la Pompeu Fabra y la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) en los 2000, hasta la gran cantidad de grados y cursos profesionales actuales.

A modo de ejemplo, cuando ellos pusieron en marcha ENTI en 2013 tuvieron 52 alumnos, y estos últimos años entre todos sus cursos han llegado a los 500, si bien ahora se han estabilizado en torno a los 300. “No hay ningún sitio en España donde haya tanta oferta para estudiar videojuegos como aquí”, plantea este experto. “Hay quien dice que [la oferta educativa] se está inflacionando, pero las empresas siguen sin encontrar gente”, apunta. 

Relación entre universidad y empresa

La receta, a su parecer, es mejorar la relación entre la universidad y la empresa para llenar el mercado de perfiles que les interesen. Más ahora, cuando el reto ha dejado de ser solo encontrar a gente que programe y dibuje, sino también a profesionales que sepan de negocio y que encuentren formas de monetizar los juegos, de promocionarlos o de ofrecer la mejor experiencia de usuario.

De todos modos, hay lectura optimista. “Es cierto que tendría que haber más [formación], pero la que hay año tras año saca buenos profesionales al sector, y cada vez se nota más porque el número de alumnos va ‘in crescendo’, también el de estudiantes chicas, que hace años era uno de los grandes temores”, apunta Teresa Vidal. “Hace tiempo que lo decimos: es un sector que sigue en crecimiento, y económicamente eso se nota, porque miras en cualquier página y se buscan diseñadores de videojuegos, programadores, artistas…”, agrega.

Con todo, Pau Blanco, el estudiante que empezará pronto a entrenarse para ello en Terrassa, tiene claro que lo que quiere es desarrollar juegos. Está avisado de que para ello tendrá que aprender matemáticas, física, programación y algo de arte, pero no le preocupa. “Creo que a todos nos gustará: al ser una carrera tan concreta, tienes que estar mentalizado de que lo que quieres es hacer videojuegos”, apuesta. Lo único que todavía le sorprende es que la nota de corte haya sido mucho más baja de la que se pide a los estudiantes de informática (de un 11 sobre 14 a un 7). Pero no le da más vueltas. Para él, mejor. Y para las empresas que se lo rifarán de aquí a cuatro años, también. 

Suscríbete para seguir leyendo