Turismo

El 'hotel de los rusos' de S'Agaró se llena de ucranianos

Para el dueño de una inmobiliaria, la Costa Brava es tan deseada que puede prescindir incluso de turistas tan ricos como los rusos

Interior del hotel Alàbriga

Irina Zaychykova, subdirectora del Alàbriga, muestra una habitación que cuesta 2.500 euros la noche. /

Guillem Sánchez

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Un matrimonio ruso que hasta hace poco se dejaba ver por el mercado de Sant Feliu de Guíxols compraba fruta así: ella, señalando las piezas más vistosas, decía: "todo". Y la vendedora obedecía y metía todas las frutas en bolsas, hasta la última fresa, sin dejar ni una sola naranja en su caja. Después, fresas, naranjas y el resto de piezas se convertían en elementos decorativos expuestos en cuencos de los salones de su hogar, hasta que se oxidaban sin que nadie les hincara el diente, la señal que indicaba al matrimonio que era hora de regresar a por más fruta al mercado. Esta es solo una de las muchas anécdotas que han dejado en la Costa Brava turistas rusos indescriptiblemente más ricos que los españoles que antes abundaban y que ahora, tras la pandemia y la Guerra de Putin, escasean. ¿Se notará su ausencia?

El hotel Alàbriga, de categoría cinco estrellas gran lujo, se inauguró hace cinco años sobre la bahía de S’Agaró (Sant Feliu de Guíxols) y es un buen lugar para preguntarlo. Percibido por los locales como un hotel construido por y para rusos, no tardó en ser más conocido popularmente como el 'hotel de los rusos'. Es sin duda el más opulento de la Costa Brava, con habitaciones que cuestan por noche el doble del salario medio en España. Su subdirectora, Irina Zaychykova, responde a la pregunta de si un lugar como este puede sostenerse sin los turistas rusos: les va mejor que nunca. Es más, aclara, el hotel desea librarse del sobrenombre del 'hotel de los rusos' porque los clientes de ese país ya son una minoría. Este mes de agosto, ejemplifica, sus huéspedes son sobre todo ucranianos, al parecer los hay de tan ricos como los rusos, y europeos.

Playas empoderadas

El caso del Alàbriga no permite concluir sobre cómo se nota la interrupción del turismo ruso en la Costa Brava pero sí da alguna pista: Catalunya cuenta con rincones turísticamente tan deseados que puede cambiar de pareja sin separaciones traumáticas. El dueño de una inmobiliaria de S’Agaró, de nacionalidad rusa, compara el escenario que ha provocado el conflicto ucraniano con el que generaron las turbulencias del 'procés'. "Entonces hubo propietarios de Madrid, Santander o Valencia que quisieron vender sus casas. Pero enseguida las compraron catalanes o franceses u otros extranjeros. Ahora los rusos ya no pueden comprar casas porque los bancos no quieren su dinero pero se las están quedando holandeses, ingleses u ucranianos. En la Costa Brava todo se mueve", razona para que se comprenda por qué a este destino nunca van a faltarle pretendientes.

"No es justo", quiere añadir este empresario antes de terminar un encuentro para el que prefiere no identificarse, que se haya proscrito el dinero ruso incluso cuando se demuestra que se ha ganado legalmente. Consultado a continuación sobre si algunas mafias rusas adquirieron propiedades inmobiliarias para blanquear dinero sucio cuando el dinero ruso no estaba tan proscrito, el empresario, que admite los rumores, responde que desconoce si son ciertos.

Lujo no solo para rusos

El hotel Alàbriga dispone solo de 29 habitaciones que son en realidad apartamentos. Al inicio, la sociedad que impulsó el hotel hace cinco años, que estuvo participada por socios de origen alemán y kazajo, según Zaychykova –y también ruso, según otras fuentes consultadas por este diario–, se volcó en promocionarlo solo en Rusia. De allí venían casi todos de sus huéspedes.

 "Pero con la pandemia dejaron de llegar los rusos" explica Zaychykova , que subraya que fue entonces, y no ahora con la guerra, cuando comenzaron a virar y a buscar una clientela más europea. "Bajamos un poco los precios y comenzaron a venir españoles y franceses", dice. En 2021, volvieron a subir las tarifas. Y este 2022, sin apenas rusos alojados en el hotel, las tarifas han recuperado su esplendor y está siendo su mejor verano. Solo uno de los 29 apartamentos está libre este 18 de agosto. Zaychykova muestra a este diario el apartamento que sigue disponible: tiene 300 metros cuadrados divididos en dos plantas y una terraza que se asoman sobre la playa de S’Agaró. Cada noche cuesta 2.500 euros.

Sin vuelos rusos

Hasta la pandemia, la Costa Brava se había convertido en un destino predilecto para los rusos. Los más pudientes buscaban lugares como el Alàbriga o el hotel de La Gavina –ubicado en el otro extremo de la bahía de S’Agaró y escenario de la mítica serie de Tres Estrelles que produjo El Tricicle en la década de los noventa– y los más normales el jaleo de Lloret de Mar. Contaban con vuelos directos hasta Girona que operaba la compañía Pobeda. Pero todo aquello terminó con la pandemia. Y ha quedado enterrado con la guerra.

 "Una pareja que tenga un hijo y quiera venir hasta la Costa Brava desde Rusia tiene que volar primero hasta Finlandia y se terminará gastando entre ida y vuelta unos 6.000 euros", explica Zaychykova. Y venir a España si la Unión Europea niega los visados a los ciudadanos rusos dejará de ser solo caro para ser también imposible. Por eso los negocios como el Alàbriga quieren dejar de ser percibidos como 'rusos' y se han abierto a ricos de otros países, como Ucrania y Kazajistán o España y Francia.

Refugiados con dinero

En el Alàbriga trabajan personas rusas y ucranianas. Cuando abrieron en abril –durante los meses de enero, febrero y marzo están cerrados– hicieron una reunión para hablar de la guerra. Zaychykova asegura que no ha habido problemas entre ellos, y dice que todos trajeron ropa para enviar a Ucrania. Tampoco entre los clientes rusos y ucranianos que han coincidido estos meses ha habido roces. Es más, afirma, el llamado ‘hotel de los rusos’ cambió sus tarifas para facilitar la llegada de familias ucranianas durante los meses de abril, mayo y junio. Para estas familias que huían de la guerra, y que tuvieron que marcharse cuando comenzó la temporada alta, el hotel ofreció estancias largas sin desayunos y con dos limpiezas semanales a una tarifa inferior, que seguía estando al alcance de muy pocos refugiados.

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