Política monetaria

La crisis inflacionista aflora la pugna de las dos almas del BCE

Los consejeros 'halcones' del banco central aprietan para subir los tipos, mientras los 'palomas' defienden una subida gradual y moderada

BCE

BCE / Yann Schreiber / AFP

Pablo Allendesalazar

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La crisis provocada por la espiral inflacionista, iniciada el verano pasado y agravada desde febrero por la invasión de Ucrania por Rusia, no solo ha obligado al Banco Central Europeo (BCE) a reorientar y endurecer su política monetaria por primera vez en casi una década. También ha vuelto a aflorar la pugna entre las dos almas que conviven en el seno de la institución: la de quienes defienden una interpretación flexible y amplia de su mandato que tenga más en cuenta la situación económica ('palomas') frente a la de aquellos que abogan por ceñirse a su objetivo de lograr la estabilidad de precios ('halcones'). Los últimos días han dado buena prueba de ello.

La autoridad monetaria de la zona euro, así, tiene que tomar dos decisiones fundamentales que determinarán en buena medida la evolución de la economía de la unión monetaria a corto y medio plazo. Por un lado, debe decidir a qué ritmo y hasta dónde sube los tipos de interés oficiales para combatir una inflación que ya está en el 8,6%, máximo desde la creación del euro. Y por otra parte, hay que definir las condiciones que deberán cumplir los países que se beneficien del mecanismo que ultima para evitar subidas descontroladas de las primas de riesgo, pensado especialmente para Italia, pero también para España, Grecia y Portugal.

Lo crucial de ambas decisiones ha hecho resurgir viejos fantasmas. Durante el mandato de Mario Draghi al frente del BCE (2011-2019), el presidente lideró una mayoría de 'palomas' en el consejo de gobierno que impuso sus tesis a unos cada vez más descontentos 'halcones', encabezados por Jens Weidmann, presidente del poderoso Banco Central de Alemania. Las tensiones afloraron de una manera que no conocía precedentes justo antes de la salida del italiano, cuando su último plan de estímulos provocó que sus opositores lanzaran en público críticas airadas (para los estándares de los habitualmente comedidos banqueros centrales).

Grietas en el consenso

Tal era la situación que Christine Lagarde trató de apaciguar los ánimos desde su primera comparecencia como nueva presidenta de la institución: "No soy una paloma, ni un halcón. Mi ambición es ser un búho, que se asocia a menudo con una cierta sabiduría". La francesa, en esta línea, ha dado más tiempo a los gobernadores de los bancos centrales nacionales para expresar sus opiniones en los consejos de gobierno del BCE y se ha esforzado por lograr consensos más amplios para las decisiones de los que obtenía su antecesor. 

Sin llegar a la virulencia de 2019, con todo, en las últimas semanas comienzan a evidenciarse grietas. Los 'halcones' han vuelto a desplegar sus alas. El gobernador del Banco de Austria, Robert Holzmann, ha afirmado que hubiera preferido que la institución hubiera subido ya el precio del dinero, mientras que el letón Mārtiņš Kazāks ha defendido elevar los tipos 50 puntos básicos en julio, en lugar de los 25 anunciados, si la inflación sigue dando malas noticias. En la misma línea, el holandés Klaas Knot ha dejado abierta la posibilidad de una subida en septiembre superior a los 50 puntos básicos esperados por el mercado y ha defendido que los tipos deberán alcanzar el 2% a comienzos de 2023, un nivel compartido por el belga Pierre Wunsch.

Neutral y gradual

Por contra, Pablo Hernández de Cos, gobernador del Banco de España y uno de los consejeros 'paloma' más relevantes, ha defendido subir los tipos hasta entre el 1% y el 1,5% si la inflación evoluciona hasta el final de 2024 como la autoridad monetaria espera hoy por hoy que suceda. El portugués Mario Centeno también ha abogado por llevar los tipos al nivel llamado natural (que implica una política monetaria ni expansiva ni restrictiva), mientras que el griego Yannis Stournaras y el italiano Fabino Panetta han apostado por una subida "gradual" de los tipos. 

Frente a estas posiciones, Lagarde ha afirmado que el ritmo de la subida de tipos "no puede ser definido ex ante" y ha advertido que "hay claramente situaciones en las que el gradualismo no sería apropiado", mientras que su vicepresidente, Luis de Guindos, ha evitado poner un posible tope al encarecimiento del dinero. Por su parte, el alemán Joachim Nagel ha defendido esta misma semana que "puede ser necesaria una política monetaria restrictiva, al menos temporalmente". Asimismo, ha tratado de enfriar la creciente expectativa de que el BCE se vea obligado a bajar tipos el año que viene por el empeoramiento de la economía, como sucedió en 2008 y 2011: "La situación es completamente diferente".

Condicionalidad suave

El salto a la palestra del presidente del Bundesbank es especialmente relevante, ya que desde que accedió al puesto en enero había mantenido un perfil público relativamente bajo. Nagel ha querido mostrar especialmente sus reticencias al instrumento para controlar las primas de riesgo. Así, ha reclamado usarlo de forma "estrictamente temporal" y "solo en circunstancias excepcionales y en condiciones estrictamente definidas". En particular, ha reclamado que "es fundamental que los Estados miembros sigan teniendo suficientes incentivos para llevar a cabo sus políticas fiscales y económicas de manera sostenible y reducir sus niveles de deuda".

Su posición, con todo, parece minoritaria, ya que 'halcones' como Knot y Wunsch han apoyado el mecanismo. De los diferentes pronunciamientos y filtraciones de las últimas semanas se puede extraer que el BCE se inclina por un instrumento con una condicionalidad fiscal más suave que el OMT de 2012, que obligaba al cumplimiento de unos compromisos tan duros que ningún Gobierno lo solicitó. Los países beneficiarios, así, podrían tener que comprometerse a tener un plan fiscal creíble a medio plazo, avalado por el BCE y/o la Comisión Europea. Además, el banco central podría incentivar que los bancos privados aumentasen las reservas que guardan en la institución para reducir la liquidez disponible en el sistema y neutralizar el efecto inflacionista de la nueva compra de bonos. 

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