Sara Sorribes, dueña de Vidrio Sorribes

Del ‘odio’ al amor por el vidrio artesano

Sara Sorribes, en su taller

Sara Sorribes, en su taller / F. Bustamante

Jordi Cuenca

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Nadie lo hubiera dicho entonces, pero en la imaginación de Sara Sorribes no se representaba ni por asomo el destino que ha tenido, porque las inquietudes de esta valenciana de 1975 iban "por todos los lados menos por el taller" y precisamente ahí, en el taller artesano de vidrio fundado en 1920 por su abuelo, es donde ha acabado. Y parece que ahí ha encontrado su sitio en el mundo. Cuenta que tenía "manía" al lugar donde su progenitor sacaba adelante a una familia con cuatro hijas, "porque no veía a mis padres. No tenían tiempo". Siempre en el tajo: "Algunos días, mi padre me recogía del colegio a las cinco de la tarde pero no llegábamos a casa hasta las ocho, porque había que repartir productos a la clientela. Y en agosto, si había mucho trabajo, nos quedábamos sin vacaciones".

Rutinas familiares

No se puede decir de este agua no beberé, porque tantos años más tarde, cuando se ha convertido en la guardiana del negocio de sus ancestros, Sorribes confiesa: "Yo hago igual. Entro a las 8.30 y puedo salir a las nueve de la noche". El pasado martes, siguiendo viejas rutinas familiares, terminó esta conversación y se fue de reparto entre sus clientes. Todo vuelve. De hecho, su abuelo fundó Vidrio Sorribes siendo muy joven cuando observó la gran demanda de este material para laboratorios en aquellos años de la gripe española. Y ahora la firma ha vuelto a ser reclamada desde el sector sanitario precisamente por la pandemia del covid. En la etapa del abuelo, que falleció en 1975, la firma fabricaba productos básicos como probetas o ampollas. Cuando su hijo se hizo cargo del negocio, incorporó dos novedades: las figuras decorativas de animales y los productos especializados para laboratorio: "Recuerdo de pequeña venir un investigador del Hospital La Fe a pedirle a mi padre que le hiciera un aparato de vidrio para conectar un corazón de vaca". Sorribes, que se incorporó en 1998 a la empresa y que en 2010, tras la muerte de su progenitor, compró las acciones de la firma a sus otras tres hermanas, introdujo un horno para vitrofusión, que permite hacer vajillas, cristaleras para puertas o pomos.

Luego llegó la crisis de 2008 y Sorribes, ante la competencia extranjera, decidió clausurar su catálogo -trabajaba para El Corte Inglés, por ejemplo- y empezar a hacer artesanía por encargo en proyectos únicos para arquitectos, diseñadores o incluso restaurantes con estrella Michelin, sin olvidar la antigua producción, aunque "ahora a pedido".

Como ha quedado dicho, este no era el destino que ella se había trazado de joven. De hecho, da la impresión de que no había ruta. Se define como una "negocianta nata" y admite que le gusta "organizar", pero en aquel tiempo no acababa de encontrar su lugar. Empezó estudiando arquitectura, pero a los dos meses lo dejó: "Me aburría y me estresaba", afirma. Luego se fue otras ocho semanas a Empresariales. Tampoco era su sitio. A continuación, se apuntó a un ciclo formativo de comercio. "Me enseñaron a montar una tienda y a los tres meses ya había puesto en marcha una floristería", recuerda. No prosperó. Entonces se une a su hermana en estudios de comercio exterior. Logran una beca y se van cuatro meses a Irlanda. A la vuelta se pone a trabajar en una librería de Nuevo Centro de València. Que no. Se va a Mango y se emplea de escaparatista y aguanta… unas Navidades. Parece que tanto salto -en una personalidad inquieta ("si me atasco, me aburro y luego me deprimo", confiesa)- no era más que una forma de resistirse a lo inevitable porque llegó una llamada de socorro de su padre ante un repunte de los encargos y allí que acudió para ya no volverse atrás.

Lampista y taxista

Se casó con un lampista que era amigo suyo desde casi siempre y tuvo con él dos hijos -de 19 y 18 años en la actualidad, que estudian educación física e informática-, aunque el matrimonio no fue de larga duración. Tras una relación entremedias con la persona que le ha diseñado la web de la empresa, Sara Sorribes comparte su vida ahora con un taxista autónomo que realiza servicios desde y hacia el aeropuerto de Manises.

La empresaria tiene visos de ser hiperactiva. De hecho, confiesa: "No puedo estarme quieta". Se despierta a las seis de la mañana para acudir una hora al gimnasio antes de irse al taller. Y por las noches sale a caminar por su barrio de Torrefiel, cercano a donde tiene la empresa familiar, con una vecina y confidente. "Para contarnos los sucesos del día", apunta. Y añade que en su trabajo no tiene "techo", a diferencia de ocupaciones que intentó en otras épocas. Cada cinco años "le doy una vuelta a la empresa". Justo hace ese tiempo que creó una firma ‘on line’ de joyería de vidrio. Otro reto.

Asegura que le encanta viajar y relata su desplazamiento más reciente junto a su pareja y las dos hijas de 10 y 15 años de este: Port Aventura. Y es que Sorribes, que se considera una de las últimas artesanas del vidrio, "necesitaba pegar gritos y desfogarme".

"No robo clientes a los compañeros"

Esta frase textual es uno de los mantras que rigen el comportamiento de esta empresaria que asegura que la guerra en Ucrania está afectando a su negocio por la subida del precio del vidrio y la escasez de materias primas. La pandemia, por contra, le permitió recuperar clientela por la ruptura en las cadenas de suministro que se produjo. Ahora trabaja también para alumnos de la Universitat Politècnica de València, para los que hace prototipos para proyectos de fin de carrera. Son ingenieros o diseñadores industriales.

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