Risoterapia

Terapia a carcajadas para sobrevivir al paro

El último jueves de cada mes, una docena de personas se juntan en el distrito de Nou Barris para, mediante la risa, sobrellevar su situación de desempleo

Las sesiones las organizan desde T'Acompanyem y el programa SPES, de la Fundación Brafa

Risoterapia

Risoterapia / Joan Mateu

Gabriel Ubieto

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Cualquier espectador que viera a esos 12 hombres que deambulan a las doce del mediodía a las faldas de Collserola mientras sueltan carcajadas podría pensar que se trata de 12 locos. 12 almas enajenadas que, con un globo atado al zapato, rompen el silencio con su risa. No están locos, o al menos no más que la mayoría. Son 12 personas que, a su manera, están agarrando al paro por la solapa y se están riendo en su cara. «Nos tenemos que reír de nosotros mismos», les dice Isidro, el sumo sacerdote de esta catarsis. «Más alegre», les exhorta.

Los doce participantes de este taller de risoterapia explotan el globo que llevan atado cual herropea y estallan en carcajadas. La tensión en el ambiente, la poca que había, se relaja. Estos 12 valientes gustan de la guasa, pues solo el que sabe lo que es sufrir puede apreciar verdaderamente la alegría. Algunos, como Daniel, llevan cuatro años en paro y se han puesto otra vez a estudiar para intentar reengancharse. «No me rindo», afirma. Otros, como Pitu, llevan algo menos tiempo parados. «El verano pasado se me acabó el contrato en BCNeta y no me han vuelto a llamar. Voy mirando, a ver que sale», cuenta.

El cónclave tiene lugar en el distrito de Nou Barris, cuna de madrugadores y currantes, el último jueves de cada mes. Es una iniciativa combinada entre la oenegé T’Acompanyem y el programa SPES, de la fundación Brafa. Y su objetivo no es otro que ayudar a sus asistentes a sobrellevar esta lacra que atenaza los barrios cual enfermedad crónica: el desempleo. Querer y no poder trabajar. Buscar y no poder encontrar un sustento para vivir y dar, en parte, significado a esta vida tan marcada por el trabajo. Un sinvivir que el coronavirus ha vuelto a disparar y que afecta actualmente al 16% de la población trabajadora.

Asistentes a la sesión de risoterapia para ayudar a personas en paro.

Asistentes a la sesión de risoterapia para ayudar a personas en paro. / Joan Mateu

«Pensad en una situación en la que lo hayáis pasado mal y reíros de ella», les dice Isidro, fundador de la oenegé T’Acompanyem. «Si pienso en algo malo no me voy a reír, prefiero pensar en algo bueno», dice Borja. «Todos tenemos nuestras lágrimas», le anima Diamé. Este joven de origen senegalés perdió su empleo como monitor en una fundación cuando empezó el primer estado de alarma y, un año después, todavía no ha podido encontrar otro. «Estuve nueve años para conseguir los papeles. He trabajado de todo. Ahora quiero aprender inglés y estudiar informática, a ver si sale algo», cuenta.

Parados, pero no quietos

Hoy no han venido mujeres a la risoterapia. «Pronto. Estamos montando otro grupo, porque muchas de las mujeres que vienen a T’Acompanyem no pueden por las mañanas porque están ocupadas con voluntariados», cuenta Isidro. ¿Quién dijo que parado significaba quedarse quieto? La sesión de este jueves transcurre con la mascarilla puesta. Hasta en eso la pandemia ha intentado poner barreras a las risas, aunque en este grupo no lo haya conseguido.

«Ahora tenéis que presentaros solo con vocales», suelta el chamán de la risoterapia. «E-I-O», clama Ennio mientras se ríe de su propia tontería. Este hombre es recepcionista de un hotel en Barcelona y lleva en erte desde marzo del año pasado. Tardó, como tantos otros, dos meses en cobrar su prestación. Hoy lo que le preocupa es que pasará cuando acabe el erte, aunque esta mañana se olvida de todo un poco entre risas.

«Ahora me tenéis que decir lo que habéis desayunado hoy», clama Isidro. «¿Hoy?», le responde extrañado Kayu; saltándose la sacrosanta norma de las vocales. «No hemos desayunado nada, ¡estamos de ramadán!», añade. El grupo estalla en carcajadas. Si los científicos han determinado que en una risotada se mueven 400 músculos, en la mañana de ayer en Nou Barris el uso de chándal estaba más que justificado.

Freud decía que el humor es el mejor antídoto contra las propias exigencias o aquellas impuestas. Una fórmula a través de la que darle la vuelta a los sinsentidos que nos pesan y convertirlos en un pequeño placer. Dentro de un trauma, como en el caso de estos 12 hombres es el paro, rescatas un pequeño consuelo. La broma les ayuda a sobrellevar la falta de oportunidades que les ofrece el mercado laboral. Les permite marcar un límite a esa preocupación constante y ponerle al mal tiempo, buena cara. 

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