El deshechizo de las redes sociales
Los gigantes tecnológicos, en el punto de mira por el uso de datos
La sucesión de escándalos por violación de la privacidad, manipulación política, abuso de poder y adicción social relanza el malestar ciudadano con las grandes plataformas
Carles Planas Bou
Periodista
Periodista tecnológico entre el mundo digital y la política internacional. Centrado en capitalismo de plataformas, IA, vigilancia y derechos digitales. Excorresponsal en Berlín durante más de cuatro años, cubrió los gobiernos de Merkel, la crisis de los refugiados y el auge de la extrema derecha. También ha trabajado en Europa Central y en Canadá. Graduado en Periodismo por la URL y máster en Relaciones Internacionales por la UAB. Ha colaborado con TV3, TVE, Deutsche Welle, Catalunya Ràdio, El Orden Mundial o El Salto.
Carles Planas Bou
Cada minuto se realizan 3,78 millones de búsquedas en Google, se suben 3.472 fotos en Facebook, se cuelgan 300 horas de vídeo en Youtube y se venden 4.000 productos en Amazon. Como una bola de nieve pendiente abajo, los gigantes tecnológicos de Silicon Valley han ido creciendo hasta colonizar todos los rincones de nuestra vida. Sin embargo, algo ha cambiado en los últimos años.
Las redes sociales nacieron con la promesa de democratizar las sociedades, el poder y el conocimiento. Las revueltas de la Primavera Árabe fueron la primera expresión de su potencial como mecanismos de interconexión, soberanía y movilización popular, algo que se mantiene. "Estas herramientas pensadas para la adicción pueden revertirse para la revolución", explica la investigadora tecnopolítica Simona Levi, que advierte del peligro de que la sucesión de escándalos se transforme en un rechazo a la tecnología. Y es que, tras casi dos décadas de esperanzas revestidas de utopía, las plataformas han pasado a estar en el punto de mira. El flamante carruaje ha dejado paso a la calabaza podrida.
Los expertos citan el 2013 como el año del deshechizo. Fue entonces cuando el exempleado de la CIA Edward Snowden reveló que el Gobierno de Estados Unidos espiaba de forma masiva a sus ciudadanos y a los de medio mundo con la colaboración y complicidad de esos gigantes tecnológicos. El segundo momento crucial fue en 2018, cuando se destapó que la campaña presidencial de Donald Trump y la a favor del Brexit habían recurrido a Cambridge Analytica, una consultora política que se había servido de 87 millones de datos privados extraídos ilegalmente de Facebook para elaborar perfiles psicológicos de los votantes y enviarles así mensajes personalizados para que se decantasen del lado conservador. "Hasta entonces la gente pensaba que todo esto era una exageración", señala la experta Marta Peirano. "Hoy ese tipo de campañas son algo cotidiano, lo que indica que funcionan".
El 2013 fue el año del deshechizo, cuando Snowden reveló el espionaje masivo de EEUU a sus ciudadanos
Ahora, la popularización de ese malestar general contra el capitalismo de plataformas ha llegado, irónicamente, a través de Netflix, uno de sus grandes exponentes. El documental ‘El Dilema de las Redes’, que rasca en la superficie de ese modelo exctractivista sin mencionar la implicación de su productora, se ha convertido en un fenómeno viral que ha puesto la industria de las redes en boca de todos.
Abuso de poder
A pesar de todos esos escándalos, lo que ha llevado a las ‘Big Tech’ a juicio son sus abusos de poder para controlar el mercado y anular a la competencia. Google posee una cuota mundial de los motores de búsqueda de más del 90%, Amazon domina de forma aplastante el comercio electrónico y Facebook gobierna las cuatro ‘apps’ más descargadas de la década. La capitalización bursátil de las grandes tecnológicas supone ya un 20% de la bolsa estadounidense, un control que ningún sector había ostentado desde hace 70 años.
Como señala el académico en economía digital Nick Srnicek en el libro ‘Capitalismo de plataformas’, la falta de regulación de esas corporaciones les ha permitido crecer hasta tener volúmenes de facturación y de generación de empleo que condicionan cualquier decisión política. Sin embargo, eso podría cambiar. El pasado 6 de octubre el Comité Judicial de la Cámara de Representantes publicó un informe acusando a las grandes tecnológicas de operar como monopolios y proponiendo una mayor regulación que incluso pueda forzar su desmembramiento.
Odio y desinformación
Con la llegada de la pandemia, las implicaciones políticas y sociales de las grandes plataformas se han acentuado. Convertidas en terreno fértil para la extrema derecha, teorías de la conspiración y la desinformación política, compañías como Facebook o Youtube han sido reiteradamente criticadas por acoger a grupos violentos y promover su contenido. Desde milicias armadas cercanas al neonazismo que discutían en sus chats como asesinar a manifestantes antirracistas (como terminaron haciendo) a colectivos antivacunas, las redes han servido para que esos mensajes se amplifiquen en todo el mundo. “Nación, ira, miedo… el populismo de derechas siempre es más atractivo”, se excusaba un directivo de Facebook.
La falta de regulación de las redes ha permitido la proliferación de desinformación y contenidos de odio, catapultados por un algoritmo que nos recomienda contenido cada vez más inflamatorio, morboso y que concuerde con nuestra visión del mundo. Esa explotación emocional es la que nos retiene en la plataforma, pero también genera una espiral de radicalización y polarización social. “La digitalización forzosa de ahora ha llevado a la gente a comprender mejor esos riesgos”, añade Levi. Solo tras una sonada campaña de boicot publicitario —de donde proviene el 99% de sus ingresos— Facebook empezó a regular más estrictamente su contenido. Esta semana, junto a Twitter, anunciaban la prohibición del negacionismo del Holocausto.
Adicción y precarización
La adicción es otra cara de las redes sociales que más preocupación han despertado, especialmente por sus implicaciones en la salud mental. “Las recomendaciones que ofrecen las plataformas induce a la tristeza como estado mental”, explicaba en una entrevista a este diario el investigador digital Geert Lovink. Sin embargo, esa adicción es una consecuencia buscada de su modelo de negocio. Como apunta Peirano, el capitalismo de plataformas se basa en aislarnos y proporcionarnos contenido infinito a velocidad vertiginosa para mantenernos enganchados. "Se repite la estructura de las tragaperras porque es cuando producimos más datos", señala. Es lo que se conoce como economía de la atención.
Pero en el plano social, el modelo de plataformas también ha derivado en precarización laboral. "El capitalismo se ha reinventado en un nuevo modelo mucho más agresivo y extraccionista que se fundamenta en un retroceso histórico de los derechos", explicaba Mayo Fuster, profesora asociada de la Universidad de Harvard, en una charla de la Biennal de Pensament. Las políticas duramente antisindicales de Amazon, Google y Apple son prueba de ello, pero también las sentencias judiciales contra el modelo de Glovo, Uber o la misma Amazon. Las tuercas se van apretando.
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