Explotación laboral

Trapicheos en Glovo: pagar por pedalear

ilias-1

ilias-1 / periodico

Gabriel Ubieto

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En la jungla de asfalto por la que circulan los repartidores de la plataformas digitales proliferan los furtivos. Personas vinculadas con las apps que ofertan horas de trabajo o desbloquear cuentas a aquellos 'riders' necesitados de ingresos y que para obtenerlos están dispuestos a pagar una 'mordida'. A las puertas de la nueva 'Ley Rider', que pretende poner coto al modelo laboral de falsos autónomos bajo el que opera Glovo y la mayoría de las plataformas de reparto, los trapicheos que se aprovechan de los más necesitados continúan impunes. EL PERIÓDICO ha contactado con cuatro repartidores que han comprado horas para poder trabajar o que han alquilado una cuenta, sacrificando casi la mitad de sus ingresos para ello.

"Si pagas 50 euros a la semana, te puedes sacar unos 100. Sino, te la juegas… y a lo mejor no te llevas ni 10", cuenta Sami, que lleva cerca de un año pedaleando así para Glovo. Este joven saca su teléfono móvil y abre un chat de whatsapp con 205 usuarios. No necesita hacer mucho scroll para encontrar el primer mensaje que oferta horas. Precio: 50 euros a la semana; siempre por PayPal. Mensaje a las 0.56h de la madrugada de hace una semana: "¿Puedo activar el día de mañana?". "¿Cuántas?". "Una sola". Transferencia y en pocos minutos su cuenta de Glovo tiene disponible para trabajar de dos de la madrugada hasta las nueve de la mañana del sábado. "Muy buenas horas, mucha gente de fiesta, mucho pedido nocturno", cuenta Sami.

Pues en las apps de reparto no trabaja quien quiere, sino a quién le dejan querer. Las empresas, con matices a la hora de distribuir horas, reparten un número limitado de franjas horarias a las que pueden postular los repartidores que quieran trabajar. Una virtualización de plaza pública, en la que Glovo alza la voz, dice cuántos braceros necesita y los repartidores levantan la mano para ofrecerse. Y, en este caso, algunos de los braceros, los más necesitados, le cuelan un billete de 50 euros en el bolsillo al capataz para ser escogidos.

La batalla por las horas es la clave del modelo laboral de Glovo. En esta los ‘riders’ con más antigüedad y mejores valoraciones por parte de los usuarios tienen preferencia. Pues quién se queda sin horas, no trabaja. Modelo que, por otra parte, el Tribunal Supremo ya ha censurado en el caso Glovo y que sería imposible, al igual que los trapicheos narrados en este reportaje, bajo un sistema de asalariados. 

Para Juan esos 50 euros a la semana marcan la diferencia entre poder llegar a final de mes o no. De ellos dependen él y su pareja. No es el único peaje que tiene que pagar para trabajar este joven venezolano y sin permiso de trabajo. Pedalear para las apps de reparto es una de las pocas vías de ingresos que tienen los colectivos simpapeles. Él alquila una cuenta a una persona que sí tiene permiso de trabajo y está dada de alta como autónoma. Muchas veces no es ni la del propio intermediario, sino la de un familiar o amigo con DNI disponible. Parecido al trapicheo de puntos con los carnés de conducir. 

Si bien la venta de horas sólo se produce en Glovo, el alquiler de cuentas es un fraude extendido en todas las plataformas. Las tarifas pueden variar según la ciudad o el intermediario, pero en Barcelona esa mordida suele rondar el 30% de los ingresos generados en la cuenta. "Si hay dinero, hay que hacerlo así. Si no trabajas, no comes”, cuenta Juan. La ecuación es así de cruda para este joven que no llega a los 20 años.

La historia que cuenta Juan es parecida a la de Roberto. Entre un pago y otro lo que les queda en la cuenta da para poco. Si un mes ingresan 1.500 euros, 500 euros se los lleva el arrendatario de la cuenta y otros 200 euros los traficantes de horas. La venta de horas retuerce el mercado hasta para aquellos que no pueden apartar esos 50 euros semanales para la próxima. "Se cazan horas de Glovo a 1 euro la hora, para trabajar al día siguiente, no se paga nada por adelantado, solo pagas después de que te cazen las horas. [...] sin riesgos, se hace con sistemas seguros", reza un mensaje en un grupo de riders de Madrid. "Son unos sinvergüenzas, ¿pero qué quieres que haga?. Si pudiera trabajaría de otra cosa, pero no puedo", cuenta Roberto, nacido en Bolivia y sin permiso de trabajo.

Repartidores sentados en un banco esperando a que les asignen pedidos / manu mitru (el periódico)

Glovo se desmarca y lo censura

¿Quiénes son estos intermediarios? Personas vinculadas de alguna manera con Glovo. La empresa no se lleva nada, la mordida se la quedan ellos. Se presentan como trabajadores, según explican los repartidores consultados, siempre con un nombre y nunca con apellidos y para los cobros facilitan una cuenta de PayPal, que no exige identificación. "Desde Glovo trabajamos activamente para prevenir el uso ilegal de la aplicación y tenemos una política de tolerancia cero contra el fraude. Realizamos controles regulares de las distintas operaciones y, cuando se detecta o se reporta un uso irregular o fraudulento de la aplicación, se abre un proceso de investigación y se aplican las medidas necesarias para solventarlo". Esta es la respuesta emitida desde la empresa a las preguntas de EL PERIÓDICO.

Los furtivos no solo se dedican al mercadeo de horas, sino que muchos también ofrecen desbloquear cuentas que hayan sido intervenidas por la empresa. Esto sucede o bien porque un pedido no se entregó, o bien porque la aplicación detectó posibles comparticiones u otros motivos a criterio de la empresa. Si bien la venta de horas solo se produce en Glovo, este medio ha podido comprobar que tanto en Glovo como en UberEats se ofertan esos servicios de desbloqueo. ¿La tarifa? Habitualmente por 150 euros en Barcelona o Madrid.

{"zeta-legacy-block":{"scoreboard":[],"refereeName":null,"refereeNumber":null,"cards":[],"stadium":null,"numberOfSpectators":null}}

En aplicaciones como UberEats el sistema de reparto de pedidos funciona diferente. Los repartidores no se disputan las horas, sino directamente los pedidos. Lo que les permite sacar siempre algo, pero ajusta los márgenes y obliga a los repartidores a estar dando vueltas a ver si les cae un pedido. Una vez restado el alquiler de la cuenta, a Caty, de Madrid, le quedan unos 100 o 150 euros a la semana, según cuenta. Echando más de 10 horas muchas veces, añade. "Al principio no descansaba ningún día a la semana, pero al cabo de un tiempo el cuerpo te obliga. Cuesta mucho, porque vuelves al día siguiente y oyes eso de 'ayer estuvo bien bueno', y piensas '¿por qué no estuve? ¿por qué justo ayer decidí descansar?'. No acabas nunca de desconectar", afirma.   

Suscríbete para seguir leyendo