Los rostros tras los despidos

El 2019 ha empezado con una ola de EREs que dejan miles de personas en la calle. Tras la estadística quedan las historías familiares y el miedo a no volver a encontrar un trabajo

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Gabriel Ubieto

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El 2019 arrancó con un degoteo de expedientes de regulación de empleo en algunos de los buques insignia de la economía española. CaixabankDiaSantanderVodafone… Con el fantasma de una desaceleración mundial acechante, la cifra anunciada de despidos solo en estas cuatro compañías, a falta de confirmarse la propuesta inicial de la entidad presidida por Ana Botín y de cerrarse el resto,  podría superar las 8.000 personas.

Estos 8.000 empleos extinguidos representan casi la mitad del número de trabajadores despedidos mediante un expediente de regulación de empleo en el 2018. Según los datos del Ministerio de Trabajo fueron 19.957 personas, la cifra más baja en lo que va de siglo. El récord se alcanzó en el 2012, uno de los años de mayor destrucción de empleo tras el estallido de la crisis. Entonces las empresas despidieron, justo el año en el que entró en vigencia la reforma laboral del PP, a un total de 82.876 personas, más de cuatro veces las que sufrieron un ERE en el 2018.

Desde entonces la cifra no ha dejado de descender, acumulando seis ejercicios consecutivos de reducción. En el 2018 Catalunya fue, después de Madrid, la segunda comunidad autónoma con más trabajadores afectados por un ERE, concretamente 3.255, el 11,9% más que en el 2017.

Despidos pese a beneficios

Marta, nombre ficticio para preservar su anonimato, puede ser una de las afectadas en el ERE de Vodafone, que pese a cerrar el 2018 con beneficios, acaba de pactar con los sindicatos un despido colectivo de 1.000 personas. Esta empleada de 54 años describe el ambiente entre la plantilla de "angustiado", ya que todavía tardarán tres semanas en saber quién se va y quién se queda. "Los trabajadores nos hemos esforzado en cumplir con los objetivos y estándares de calidad que nos pedía la empresa y ellos, que no han ganado tanto como querían, nos lo pagan con despidos", afirma.

Pese al foco mediático que ha concentrado esta ola de EREs de este 2019, los expertos consultados descartan que estos sean la antesala de otra gran recesión. "Obedecen más a la reconversión de ciertos sectores", considera el vicedecano de la facultad de economía de la UB, Raúl Ramos. El decano de economía de la UPF, Oriol Amat, coincide con el diagnóstico, atribuye los despidos a los impactos de la irrupción de las nuevas tecnologías y la industria 4.0 e insiste en que, pese a la desaceleración, la economía catalana continuará creando ocupación durante el próximo año.

Grandes y pequeñas empresas afectadas

No solo a las grandes firmas y en grandes cifras llegan los expedientes de regulación de empleo. También más de una pequeña compañía ha activado sus mecanismos de reestructuración de plantilla. Algunos incluso sin tener que recurrir a la fórmula del ERE. Paul Moreno es uno de los 56 empleados de la fábrica de La Antigua Lavandera, en Sant Adrià del Besos. Los dueños, el grupo Blue Sun, se llevan la producción de lejías que hasta ahora surtían a marcas como Neutrex, ­Conejo y Estrella a Alcalá de Guadaira (Sevilla). El motivo que transmiten a los trabajadores son las pérdidas y el aumento del precio del alquiler de la nave. Y la alternativa es irse a Sevilla o aceptar una indemnización de 20 días por año trabajado, con tope de 12 mensualidades; la mínima por ley.

"La moral en la fábrica está por los suelos", cuenta Paul, que acaba de cogerse la baja por una contractura en el cuello, fruto de 14 años llevando un toro mecánico y agravada por la tensión de estas últimas semanas. "Mi hijo de tres años me lo nota, me pregunta ‘¿Qué le pasa a papá que está serio?’. ¿Como le explico yo que me voy a quedar en la calle?”, explica.

Juli López y el resto de los 43 empleados de la fábrica de Gallina Blanca en Sant Joan Despí acabaron esta semana una huelga indefinida de siete días, tras cerrar con la compañía un acuerdo para el traslado de la planta a Ballobar (Huesca). Prejubilaciones a parte, los que aceptarán una salida se llevan 60 días por año trabajado, con tope de 42 mensualidades y un plus de hasta mil euros por antigüedad.

Juli acaba así una carrera de 23 años en la planta, en la que desempeñaba el cargo que en jerga interna denominan "polivalente". “Me conozco perfectamente la fábrica, la sopa me corre por las venas", cuenta. Este trabajador, con las condiciones de traslado propuestas por la empresa y con mujer y dos hijos que le esperan en su casa de Sant Feliu, ni se ha planteado irse para Huesca. La experiencia es su principal valor añadido, aunque teme que a sus 46 años y con el actual mercado de trabajo, eso sea algo que otras empresas no valoren. "Ahora mismo me siento como pollo sin cabeza, que no sabe para donde correr", explica.