APERTURA DEL JUICIO

"Preocupados pero tranquilos" en la Audiencia de Barcelona

La excúpula de Caixa Catalunya afronta penas de cárcel por el alza de sus salarios en tiempos de crisis

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Eduardo López Alonso

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El juicio a la excúpula de la extinta Caixa Catalunya empezó ayer con expectación y nerviosismo en la Audiencia de Barcelona. Fotógrafos y cámaras de televisión en la puerta ya indicaban la relevancia de la causa, que puede comportar penas de cárcel para los acusados. En el ojo del huracán el expresidente de la entidad y exvicepresidente del Gobierno de Felipe González, Narcís Serra, y el exdirector general Adolf Todó. Junto a ellos, convocados para ocupar su lugar en el banquillo otros 39 acusados.

Reconocía Serra ante la puerta de la sala donde debía celebrarse el juicio que estaba «preocupado pero tranquilo», oxímoron fiel a su semblante, y parejo al del resto de los acusados. Pero la impostada tranquilidad iba cediendo terreno con el paso de los minutos. Todó, principal beneficiado por el alza de emolumentos en plena crisis, disimulaba evidentes síntomas de tensión. 

La flor y nata de la abogacía y sus clientes ilustres se agolpaban en la amplia zona aneja a la sala de vistas, marco de historias en general funestas. Los acusados expresaban en ese momento en público lo contrario de lo que parecían sentir, arropados por la cercanía de togas amigas pero percibiendo la proximidad de un poder judicial lejos de sus despachos forrados de madera. Preguntado sobre la estrategia de su defensa, Serra reconocía con sinceridad: «Estoy en manos de mi abogado». Muy cerca estaba el nombrado, Pau Molins, ya con la toga-capa estilo mago Harry Potter de rigor y preparado para la primera vista de las 27 previstas hasta el 30 de noviembre. Otros abogados reconocidos como Emilio ZegríFermín MoralesJuan Segarra y hasta Pascual Vives (el abogado de la infanta Cristina) estaban también en la antesala, y con ellos mucho poder en ese momento inane.

El momento electrizante llegó de la rotunda voz mandando callar de una funcionaria judicial, la encargada de coordinar el acceso a la sala del juicio. En ese momento, dejaron de existir directores generales, presidentes, vicepresidentes y directivos de alto copete y el peso de la justicia puso firmes al respetable. Pasaron lista en silenciosa tensión, como en el cole antes de una reprimenda. Uno por uno, los acusados fueron ocupando su lugar, el de todo el juicio si asisten a las vistas.

La tranquilidad transmutó en tembleque en más de uno. Y eso que se trataba de una vista de cuestiones previas, mero preámbulo de lo que vendrá. Los protagonistas estaban esta vez en platea. Los tres magistrados presidían, los togados, meaqueditos y susurrantes las más de las veces desarrollaron la liturgia y la jerga en su terreno, mientras acusados y público oían a duras penas lo que decían. Y es que en la Audiencia de Barcelona las palabras en la sala solo parecen estar al servicio del tribunal. 

Mientras tanto, Todó y Serra, hombro con hombro, en primera fila, tenían el privilegio de escuchar algo mejor los cruces dialécticos. Brazos cruzados y en silencio, callados como nunca. Y entre Pau Molins (el abogado de Serra) y Juan Segarra (el abogado de Todó) desgajaron los principales obstáculos al procedimiento, ahora pendiente de la opinión del tribunal. Y Jordi Flores, el abogado de la CUP, de toga más desaliñada, peinado indepe y verbo de Espriu, recibía flemático las objeciones a la legitimidad de su presencia entre la acusación, en un intento defensor de resquebrajar la unidad de acción de los acusadores. 

El fiscal, Fernando Maldonado, con voz más firme que el resto, parecía marcar los límites del debate, respaldado por la abogada del Estado (defensora de los intereses del FROB).  Los tres jueces del tribunal número 8 de la Audiencia escuchaban y se consultaban. El poder en sus manos. Ellos decidirán.