final de una vida polémica

La última fuga de Rumasa

José María Ruiz Mateos, durante una rueda de prensa en Pozuelo de Alarcón, en el 2011.

José María Ruiz Mateos, durante una rueda de prensa en Pozuelo de Alarcón, en el 2011. / nip

OLGA GRAU / BARCELONA

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<strong>José María Ruiz-Mateos</strong> (Rota, Cádiz, 1931) se le recordará siempre por una imagen que ha quedado grabada en la retina de todos los españoles. Fue a las puertas de un juzgado de instrucción madrileño el 3 de mayo de 1989, seis años después de la expropiación del imperio Rumasa, cuyo símbolo, la abeja, se asimiló primero a su tesón empresarial fraguado al calor del Opus Dei, para después convertirse en imagen del enredo societario a gran escala nunca del todo desentrañado.

Esa mañana, el empresario jerezano, al grito de «¡<strong>Que te pego, leche</strong>!», se lanzó sobre el entonces ya exministro de Economía y Hacienda Miguel Boyer, le propinó un sonoro puñetazo en la cabeza y le rompió las gafas. Su enemistad con Boyer se fraguó a principios de los ochenta, durante el primer Gobierno de Felipe González. El Ejecutivo socialista, a los pocos meses de llegar al poder, decidió expropiar el hólding de Ruiz-Mateos, con una figura jurídica poco utilizada, como un aviso a navegantes: la era del todo vale había terminado.

La vieja Rumasa, bajo la bandera de la creación de empleo, creció de la nada en la década de los años sesenta y se convirtió en un hólding con más de una veintena de bancos, centenares de sociedades, algunas aparecían y desaparecían en semanas, y 60.000 trabajadores.

Mientras crecía y crecía en los sectores financieros (Banco Atlántico, Banca Masaveu, Bankisur), turístico (Hotasa) y comercial (Galerias Preciados, Almacenes Sears), entre muchos otros, su estabilidad era la de un funambulista en una delicada cuerda. Ruiz-Mateos compraba las empresas con el dinero de los depositantes de sus bancos como si fueran recursos propios, emitía certificados de depósitos garantizados con la nada y pagaba elevados extratipos para captar clientes. Además de no pagar a Hacienda y a la Seguridad Social, Rumasa funcionaba como un Estado dentro de un Estado. El 22 de febrero de 1983, para frenar la sangría de depósitos en los bancos del hólding tras las declaraciones de BoyerRuiz-Mateos dio una rueda de prensa para confirmar la solvencia de su imperio. Un día después, el Gobierno del PSOE anunciaba la expropiación que dio lugar a una larga guerra judicial que acabó en el Tribunal Constitucional. Ruiz-Mateos reclamó la devolución de las empresas y el pago del justiprecio, pero el Tribunal Supremo le denegó la reversión y el Constitucional ratificó en varias ocasiones la legalidad del decreto del Ejecutivo.

El golpe político diseñado por Boyer y Carlos Solchaga, transformó para siempre el carácter del empresario jerezano que se convirtió en prófugo de la justicia, amo del disfraz, figura histriónica y polémica hasta el final.

En marzo de 1983 huyó a Londres. Fue extraditado de vuelta a España en noviembre de 1985. También se fugó en octubre de 1988 cuando, en una comparecencia en la Audiencia Nacional, aprovechó un descuido de los policías para huir disfrazado con una peluca y una gabardina. Entre sus apariciones estelares en los juzgados de Castilla se cuentan las que apareció vestido de Superman o de nazareno, con ese vocación católica-mariana de la que hizo siempre gala. Ruiz-Mateos llegó a sacar dos escaños en unas elecciones europeas en el año 1989 y él mismo fue eurodiputado.

Actualmente, Ruiz-Mateos, arruinado y enfermo, se enfrentaba en los tribunales a varias acusaciones de estafa, insolvencia punible y fraude a la Hacienda pública, causas en las que están implicados varios de sus hijos. El juez llegó a ordenar su ingreso en prisión el pasado 18 de junio, aunque sus problemas de salud le ahorraron el trago. Hoy será enterrado en Rota, su ciudad natal.