OPINIÓN

Las cenas del presidente

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El tercer presidente de Estados Unidos fue Thomas Jefferson. Le encantaba conectar con la gente, aprender y comprender a través de ellos la realidad de su país. Para ello invitaba a cualquier tipo de persona a cenar en su residencia  con un conocimiento u opinión concreta sobre un tema determinado (daba igual su origen, estatus o visión del mundo). Las sentaba a su mesa y tenía conversaciones a la luz de las velas tan solo para debatir y escuchar diferentes puntos de vista. Eran cenas sencillas donde lo importante no era lo que se comía sino lo que se hablaba. Y como para cualquier cena era necesaria una receta.

Lo primero, contar con un determinado número de comensales, entre 12 y 15 personas. Lo segundo, proponer un tema de interés común para todos ellos: salud, pobreza, comercio, música, educación, cultura... Lo tercero, establecer las reglas del debate: prohibido mantener conversaciones individuales. Debía haber una única conversación en la que los asistentes escucharan y contribuyeran con un debate abierto pero ordenado. La cuarta, comenzar la cena lanzando una pregunta, la misma para todos los participantes para que todos ellos respondieran. Uno por uno. Lo que inmediatamente provocaba un nexo de unión entre esas personas y además permitía tener mejores ideas. Como ven, una fórmula que, sin duda, hoy calificaríamos de innovadora.

Y si le añadimos a la discusión la dimensión personal (el yo, el nosotros y el todos) la experiencia coge aún más fuerza. Por ejemplo, ¿quién fue el médico que a lo largo de tu vida más te ha gustado y por qué? ¿Y cómo puede ese médico enseñar a otros para ayudar a más de nosotros? ¿Y podrían hacerlo todos los médicos? Y la gente en un par de minutos cuenta historias maravillosas, únicas, desconcertantes, apasionantes. Como es lógico debía haber alguien moderando y recapitulando al final de la cena. ¿Qué hemos aprendido? ¿Qué podemos hacer para mejorar?

David Rich, un inversor activo en empresas de diversa índole, neoyorquino de cuna pero enamorado de Barcelona donde ha vivido el último año y con quien compartí recientemente unos días, me explicó que él ha retomado este esquema de reunión. Prepara las cenas con el mismo espíritu que el presidente Jefferson. Elabora una lista de participantes. A muchos no les conoce, son amigos de amigos, conocidos de amigos pero con un interés común. Manda por adelantado a los que intervienen en la cena tanto el perfil de los participantes como una serie de preguntas sobre el tema que propone para el debate. Y así los invitados tienen tiempo de pensar por adelantado lo que desean compartir.

¿Cuánto podríamos aprender cada uno de nosotros si pusiéramos en práctica estas cenas, con humildad, con sentido común, con afán de servicio y búsqueda de innovación en nuestras vidas?