Análisis

Si no se trata de ignorancia, será cinismo

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ESTHER COMAS

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Nuestra sufrida ciudadanía se ha acostumbrado a otear más allá de las fronteras del Estado español para encontrar alguna muestra de sinceridad respecto a las verdaderas intenciones de nuestro Gobierno en lo relativo a cuestiones como la ordenación del marco laboral. En las palabras del ministro Montoro que confunden grotescamente lo que es un descenso generalizado de los salarios con una cínica e hipócrita «moderación de las subidas» no es sinceridad, precisamente, lo que percibimos. No desde luego en las mismas dosis que mostró el presidente Rajoy frente a un auditorio de empresarios japoneses cuando optó por presumir de reforma laboral animándolos a incrementar sus inversiones en España con el argumento de que «los costes laborales unitarios en España se comportan mucho mejor que en otros países de la Unión Europea».

Desconocemos si el presidente Rajoy consideró o no oportuno ilustrar su afirmación sobre el buen comportamiento de los salarios con algunos ejemplos, pero desde luego hubiera podido hacerlo. Piensen en Panrico y sus nóminas por pagar y la propuesta de reducción salarial de hasta un 45% o en sector del transporte sanitario, donde en tres años se acumula una caída salarial del 18%, incluida una rebaja del 9% impuesta por la patronal sectorial el pasado mes de julio.

La disminución salarial que afecta a millones de trabajadores y trabajadoras en el Estado español que Montoro niega y de la que Rajoy  se vanagloria es el amargo fruto de la reforma laboral impulsada por el Ejecutivo popular. Tal era su objetivo, facilitar la rebaja salarial y no detener, si no allanar el camino de la destrucción de ocupación, dejando que la masa de personas sin trabajo actuaran como un poderoso vector de presión sobre el factor salario.

Al servicio de esta doble misión, la reforma laboral dispuso de cuantos instrumentos pudieran menester las empresas para cumplir su objetivo. Ha facilitado, por ejemplo, la modificación de condiciones laborales consolidadas tanto salariales como de ordenación del trabajo. Ha desplazado el eje de la negociación colectiva desde el ámbito sectorial al de las empresas, persiguiendo reducir la capacidad de las plantillas para actuar como verdadero contrapoder en los procesos de negociación.

Y no olvidemos la posibilidad de inaplicar condiciones recogidas en convenios en materia salarial, entre otras, aduciendo la concurrencia de perspectivas económicas negativas o la disminución de ingresos, aún cuando estas circunstancias no guarden relación alguna con la carga salarial de la empresa.

La reforma laboral siempre apuntó a nuestros salarios con el objetivo de menguarlos. Tal es la verdad que el ministro Montoro esconde tras un muro de cinismo y desvergüenza y que nosotros, los trabajadores y trabajadoras, debemos intentar desactivar allí donde nos sea posible hacerlo, ya sea en los juzgados, en el marco de negociación colectiva o en la calle. Nos va el futuro en ello.