El frente político

Los titubeos de Zapatero

El miedo a la debacle electoral preconizada por los sondeos ha demorado las reformas

José Luis Rodríguez Zapatero, ayer en La Moncloa.

José Luis Rodríguez Zapatero, ayer en La Moncloa.

Manuel Vilaseró

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Un estimado colega escribía hace tan solo dos semanas que los mercados internacionales habían dejado de prestar atención a España desde que en mayo el presidente del Gobierno puso en marcha el durísimo plan de ajuste. Una vez escuchado el anuncio, los inversores interpretan que las medidas se van a aplicar de modo inmediato, como han hecho con el plan de Cameron en Gran Bretaña, y miran para otro lado. «El problema ahora -advertía el colega-, es que cuando por cualquier razón vuelvan a mirar a España, igual no les gusta lo que ven». Y eso es exactamente lo que ha ocurrido en la semana que hoy acaba.

El crack de Irlanda y las discusiones sobre el futuro del fondo de rescate europeo han puesto de nuevo la lupa sobre España. ¿Y qué han visto los mercados? Han contemplado para su sorpresa que aquel alumno aventajado que pasó con nota el examen de mayo se ha despistado en cuanto el profesor ha salido de clase: la reforma laboral está a medias, con los reglamentos durmiendo a la espera de la negociación, la reestructuración financiera de las cajas empantanada y la reforma de las pensiones demorada hasta... marzo del próximo año.

¿Explica el carácter de Zapatero, muy dado a las rectificaciones, a los pasos atrás y adelante, estos retrasos y titubeos? Podría hacerlo en parte, pero, al margen del tema de las cajas, vinculado a la resistencia de algunas entidades y a ciertas comunidades autónomas, la razón última hay que buscarla en la primera huelga general a la que tuvo que hacer frente un hombre que lleva a gala ser afiliado de UGT. Y más que en la huelga, en los análisis demoscópicos que en los días subsiguientes llegaron a los despachos de La Moncloa.

La protesta convocada por su amigo y hasta entonces asesor de cabecera Cándido Méndez contra la reforma laboral no le salió aparentemente tan mal al presidente. El seguimiento fue menor que las huelgas dirigidas contra sus predecesores Aznar y González, pero el debate social generado hizo caer en barrena el apoyo del PSOE entre el electorado de izquierdas. Un abismo de entre 14 y 15 puntos separaba entonces al PP del PSOE. Todas las alarmas se encendieron en La Moncloa y Ferraz, de donde salió el mensaje: hay que reconquistar las bases de izquierdas.

A los sindicatos se les ofreció pactar el desarrollo de los reglamentos y la reforma de las pensiones. Desde Moncloa empezó a filtrarse que la prolongación de la edad legal de jubilación hasta los 67 podría matizarse, mientras la comisión del Pacto de Toledo avanzaba con sus trabajos a ritmo de samba caribeña. «Los apuros de Sarkozy con su reforma de pensiones (protestas casi diarias en las calles y popularidad por los suelos), ha reafirmado al presidente en su convicción de que no puede exponerse a otra batalla abierta contra los sindicatos», explicaba aún el pasado viernes un alto cargo del PSOE.

Un ministro manifestante

A esa lógica de mano tendida obedeció el nombramiento de un ministro de Trabajo, Valeriano Gómez, que unos días antes se había manifestado contra la reforma por la calles de Madrid. Seguramente ese día los mercados no miraban hacia España. La promesa de archivar el retraso de la edad de jubilación realizada a puerta cerrada a sus barones regionales, esos que se juegan su futuro en la elecciones de mayo, fue el colofón de esa deriva.

El Gobierno parecía haberse olvidado de que la reforma de las pensiones ni siquiera forma parte del plan de ajuste de mayo, sino que fue aprobada en un Consejo de Ministros de finales de enero, para salir al paso de los primeros ataques contra la solidez de la economía española. «Casi un año después el único papel que existe es el mismo que se aprobó entonces», recuerda un parlamentario de la oposición.

Otro cálculo, también electoral, está detrás de tanto aplazamiento. Dado que el PP no parece estar por la labor, el Gobierno quería contar con el máximo respaldo parlamentario posible. Una vez asegurado el apoyo del PNV con el pacto de estabilidad, se dirigió a CiU. Obtuvo una respuesta rotunda: «Antes del 28 de noviembre, nada». Quedaba poco margen para cerrar un acuerdo antes de fin de año. A partir de mañana empieza una nueva etapa. Pero el margen de maniobra es cada más escaso. ¿Podrá cuadrar esta vez Zapatero el círculo de diálogo y celeridad prometido ayer ante la crema del empresariado y exigida dos días antes por el comisario Almunia? Difícil dilema entre votos y mercados.