¿Intento o parodia?

España necesita producir más, no que se paralice el país

JOAQUÍN TRIGO

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El libro de Rosa Luxemburgo Huelga de masas, partido y sindicatos ha sido considerado por la izquierda como el canon revolucionario. Al respecto, decía que «es un fenómeno tan mutable que refleja en sí mismo todas las fases de la lucha política y económica, todos los estadios y todos los momentos de la revolución (…) No es sino la forma que reviste la lucha revolucionaria (…) Es el modo del movimiento de la masa proletaria, la forma de manifestarse la lucha proletaria en la revolución (…). Las huelgas de masas (...) unen insensiblemente desorden económico al orden político, de modo que resulta imposible trazar una línea de demarcación entre ellos (…)».

Ahora la huelga general es fría, tarda meses en materializarse, la retórica que la rodea es equívoca e intimidatoria, su éxito depende básicamente del corte de vías y carreteras y se gestiona con los piquetes. El que escribe estas líneas vio en la tele el golpe

-por la espalda- a un ciudadano que desayuna, al volverse roza a un compañero del agresor, que se vuelve a la cámara proclamando «vean, vean…»; escuchó a una portavoz sindical congratularse de una tasa de seguimiento del 70% en todo el país, siendo la fuente ella misma; cruzó la ciudad antes de las ocho sin problemas. En la radio, el Gobierno agradece la mesura de los sindicatos. La policía se porta con mesura, y mientras unos piquetes tratan de cerrar mercados y estaciones, otros cierran pequeños comercios que vuelven a abrirse cuando ellos se van. En algún caso irrumpen en empresas, por ejemplo de impresión, impidiendo el paso a las furgonetas de reparto… En fin, nada nuevo.

Los convocantes apelan a las pensiones, la reforma laboral, y el paro. Apoyaron las medidas que llevaron a esta situación. No dan sugerencias alternativas, solo exigencias. No tratan de cambiar al Gobierno ni suplirle. Repiten que la crisis no es culpa suya y, por tanto, no deben pagarla. Eso es cierto, y lo es también para la mayor parte de las empresas que han entrado en proceso de acreedores, víctimas de la falta de crédito, la caída de la demanda y el aumento de impuestos.

Oficinas, comercios, bancos y otras empresas de servicios hacen jornada normal, tras los problemas de acceso. Algunos se llevan el trabajo a casa. Avanza el día y grupos multicolores se van haciendo con la calle mientras la policía cierra los accesos desde las calles transversales. «¡Qué rúa de carnaval!», dice un anciano, que añade: «Para garantizar el derecho al trabajo hay menos efectivos».

El día no tiene moraleja, pero recuerda la canción Forever young. Gobierno y sindicatos están contentos porque todo ha sido correcto, los dos tienen razón y ambos han ganado. Pero solo la producción da medios para lo que se pide, y eso es lo que se detrae. La imagen del país se deteriora, por lo que ni los sindicatos ni la oposición desean unas medidas que contradicen decisiones precedentes del Gobierno.

Rosa Luxemburgo fue asesinada por un Gobierno socialdemócrata. Afortunadamente, eso ya no pasa. ¡Qué sabría ella de una huelga general!