La aristócrata que escribía a escondidas

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IMMA MUÑOZ

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Mañana, a primera hora, crespón negro y homenaje puestos en pie: se cumplirán 199 años de la muerte de Jane Austen, una de las autoras que más ha contribuido a la visibilización de la mujer como escritora. Desde la tumba, eso sí. Expliquémoslo: a principios del siglo XIX, cuando esta 'tieta' decimonónica de manual (soltera, perteneciente a una aristocracia rural muy venida a menos, esclava del decoro y más pendiente de su familia que de sí misma) componía maravillosas novelas que retrataban lo que se esperaba de las mujeres (y de los hombres) de su época, lo hacía en cuartillas que andaba escondiendo en su cesto de costura, robándole un minuto al sueño y otro a la labor. ¿Por qué? Porque su familia no veía con buenos ojos que escribiera. Una cosa era que creara historias para contarle a sus sobrinos, algo que los alborozaba a todos, y otra cosa que esos mundos y personajes saltaran los muros de su casa. Así que sus obras vieron la luz firmadas con un genérico “by a lady” (por una dama), con el que ella creía que su reputación quedaba a salvo. Ese anonimato la mantuvo apartada de los círculos literarios de su época, y también hizo que no se acabaran de tomar en serio sus obras hasta que 112 años después de su muerte otra mujer, Virginia Woolf, esta sí literata sin velos y de la cabeza a los pies, la reivindicó en su imprescindible 'Una habitación propia' (1929) y la hizo entrar en el canon, en el que goza de una doble devoción: de la academia y del público. 

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