Lance Armstrong, de leyenda a fraude

La película 'El ídolo' muestra cómo el ciclista engañó a todo el mundo y pasó de héroe a villano. Lideró el programa de dopaje más sofisticado que ha visto el deporte

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NANDO SALVÀ

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El mundo del deporte no es ajeno al escándalo. Marion Jones, Tiger Woods y Oscar Pistorius pisotearon sus nombres involucrándose en actos de dopaje, infidelidad y asesinato, respectivamente. Sin embargo, pocos ascensos y caídas han fascinado tanto al público como la del ciclista norteamericano Lance Armstrong (Plano, Texas, 1971). Primero, a causa de su avasalladora personalidad. Armstrong ha sido un bocazas, un héroe, un enfermo terminal, un superviviente modélico, un tirano, un ególatra, un mesías y un fraude, todo eso a la vez. Y segundo porque la suya fue una historia que millones de personas quisieron creerse pese a que era demasiado buena para ser cierta.

Un cáncer de testículo en estadio tres con metástasis en el cerebro y los pulmones lo había reducido a una piltrafa. Y dos años después de superarlo, regresó del precipicio para lograr lo que ningún otro ciclista, ni siquiera uno totalmente sano, había logrado jamás: ganar el Tour de Francia siete veces seguidas, entre 1999 y el 2005. Armstrong, que había crecido pobre y golpeado por su padrastro, que había abandonado los estudios, logró que Nike pusiera su nombre a edificios, que presidentes como Bill Clinton y George Bush y celebridades como Bono y Sean Penn se arrimaran a él y que la fundación contra el cáncer que creó, Livestrong, recaudara más de 500 millones de dólares. Incluso llegó a hablarse de su carrera política. Pero el héroe resultó ser un villano. 

Arropado por sus compañeros de equipo, por sus médicos y por algunos mandatarios corruptos, Lance Armstrong lideró lo que la Agencia Antidopaje de Estados Unidos (USADA) llamaría más tarde “el programa de dopaje más sofisticado, profesionalizado y exitoso que el deporte haya visto”, y que le permitió permanecer en la cima del ciclismo durante una década.

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A causa de ello fue despojado de sus siete títulos y vetado de por vida en el deporte de competición. Tras admitir las acusaciones vertidas sobre él en enero del 2013 –la entrevista que concedió en el programa de Oprah Winfrey es el más célebre mea culpa que se recuerda desde que Bill Clinton admitió haber tenido relaciones sexuales con Monica Lewinsky–, perdió 75 millones de dólares en patrocinios e incluso tuvo que salir de Livestrong porque la publicidad negativa que arrastraba consigo era una nube tóxica. Hoy se enfrenta a una demanda de cien millones de dólares que podría arruinarle. Su trayectoria, en suma, es un paradigma de ascenso deslumbrante y caída estrepitosa que el director de cine británico Stephen Frears ('Mi hermosa lavandería', 'Las amistades peligrosas', 'Los timadores', 'Alta Fidelidad', 'Las amistades peligrosas 'Los timadores'Alta Fidelidad'The Queen) ha recreado ahora en el biopic 'The Program' (El ídolo).

Con 21 etapas y 3.500 kilómetros, el Tour es una carrera tan dura que los ciclistas han recurrido desde siempre a algún tipo de trampa para afrontarla. En los años 20 tomaban cocaína y alcohol; anfetaminas en los años 40. Desde los 80 empezó a popularizarse el método que 'The Program' retrata al detalle: hormonas de crecimiento y testosterona para aumentar la masa muscular; eritropoyetina (EPO) y autotransfusiones para aumentar la cantidad de oxígeno en sangre.

Armstrong lo aplicó con una perfección nunca vista antes porque contaba con el mejor médico –el italiano Michele Ferrari, cuya obsesión por empujar el cuerpo humano más allá de sus límites físicos lo condujo a la utilización de Armstrong como conejillo de indias y al Tour como laboratorio— y porque sus amistades en el seno de la Unión Ciclista Internacional (UCI) le permitieron no solo evitar los controles antidopaje sino reforzar el código de silencio que llevaba décadas imperando en el ciclismo profesional.

OBLIGÓ A OTROS CORREDORES A DOPARSE

Durante años, Armstrong se dedicó con furia bíblica a proteger la fachada del deporte mientras por otro lado lo destruía desde dentro. Pese a que desde el principio hubo quienes entendieron que era imposible que alguien como él –desde siempre rápido en el llano, pero un escalador muy mediocre– se hubiera reinventado sin usar drogas ilegales, Armstrong negó sistemáticamente los rumores, mientras intimidaba ferozmente a quienes amenazaran su secreto. Incluso obligaba a otros corredores a doparse. “Siempre me he preguntado si tuvo algún momento de flaqueza moral –explica Frears–. Si llegó a pensar: ‘Esto se me ha ido de las manos, tengo que confesarlo’. Después de todo, es un ser humano”.

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El problema es que Lance Armstrong llegó a creerse sobrehumano, un superhéroe cuyas victorias y cuya historia personal acarreaban niveles extraordinarios de atención y de dinero para el mundo del ciclismo –de ahí que la UCI mirara hacia otro lado– y para la lucha contra el cáncer. Todo eso, apoyado por la alegría con la que el público aceptó esa narrativa de heroísmo, le ayudó a racionalizar sus actos. Y sin duda contribuyó a que, tras retirarse en el 2005 con su reputación intacta, decidiera volver a competir en el 2009 y enfureciera así a varios ciclistas que habían sido sus cómplices y que acabaron delatándole. ¿Por qué regresó? ¿Es que se sentía invencible? ¿Es que era tan adicto a ganar que no podía soportar una vida sin medallas?

EL CICLISTA NUNCA SE ARREPINTIÓ

Lance Armstrong nunca ha pedido perdón. Nunca se ha mostrado genuinamente arrepentido, sino más bien fastidiado porque su marca ya no es fiable. En realidad no cree haber hecho nada malo. Después de todo, si todos los ciclistas se dopan, se pregunta él, ¿sigue siendo doparse una forma de hacer trampa? Es cierto que por un lado su argumento tiene tanto sentido como sugerir que Francisco Granados no es un chorizo porque Bárcenas también robó, pero también lo es que, por otro, el 80% de los medallistas del Tour de Francia entre 1996 y el 2010 han estado involucrados en casos de dopaje.

¿No sería mejor empezar a asumir que el corazón y los pulmones de un ciclista son como la maquinaria de un coche?¿No es más realista dejar que en el ciclismo, igual que en el automovilismo, gane el que tiene mejores mecánicos o, para entendernos, mejores médicos y mejores drogas? El director de 'The Program' es rotundo. “A menudo nos olvidamos, pero la esencia del deporte de competición es que lo importante es participar”, opina Frears. “Espero que la historia de Lance Armstrong sirva de recordatorio para la gente. Ganar a toda costa no es una opción”. 

{"zeta-legacy-despiece-horizontal":{"title":"La pel\u00edcula","text":"Stephen Frears compr\u00f3 los derechos del libro 'Seven Deadly Sins: My Pursuit of Lance Armstrong', de David Walsh (un periodista de 'The Sunday Times' que durante a\u00f1os dedic\u00f3 todos sus esfuerzos a desenmascararlo)."}}