Antonio Manzini, un romano en los Alpes

Antonio Manzini

Antonio Manzini / periodico

ERNEST ALÓS

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Antonio Manzini es romano, y ejerce como tal. Para que quede claro, nos convoca en su barrio, el popular Trastevere. Y cuando ve que le hemos esperado en un restaurante con algas y espumas en los platos, raciones escuetas en vajilla espaciosa y cocina aséptica, a la vista tras una cristalera, menea la cabeza y murmura que qué milanés parece todo. También ha sido director teatral y cinematográfico, y actor; uno de sus últimos papeles en la TV fue en la adaptación italiana de 'Los hombres de Paco', donde interpretaba al policía hortera que en España encarnaba Fede Celada. Y se nota también, en su simpatía y en una locuacidad notable. Pero el triunfo definitivo le ha llegado en su faceta de escritor. De la larga lista de aspirantes a suceder a Andrea Camilleri como el novelista más leído de Italia, Manzini es quien se ha acercado más al maestro del giallo de los últimos 20 años, hasta lograr en alguna ocasión un breve 'sorpasso'. Y lo ha hecho con un protagonista que convierte al Salvo Montalbano del siciliano en una hermanita de la caridad.

El protagonista de sus novelas es Rocco Schiavone, un subjefe de la policía desplazado forzosamente a la región alpina del Valle de Aosta por desfogarse con un violador impune de buena familia, un romano romanísimo que odia el frío de la montaña, cruza la línea de la ilegalidad sin tapujos y clasifica el trabajo que se ve obligado a hacer en una escala que va de las tocadas de cojones de nivel 1 a las de nivel 10. No se trata solo de pasarse por el forro los procedimientos establecidos para asegurarse que se haga justicia, como tantos detectives del género. Directamente, Schiavone es grosero, aparentemente insensible, un delincuente que no tiene ningún problema en interceptar partidas de droga en provecho propio o quedarse con el efectivo que encuentra en una pizzería que funciona como tapadera de la mafia calabresa. Y, aun así, cae simpático.

QUE JUZGUEN LOS LECTORES

“Es una persona contradictoria –explica Manzini– y a mí no me gusta juzgarlo. Deben hacerlo los lectores. Tiene una escala de valores diferente pero muy precisa en su corazón, y la respeta siempre. Nunca entrará en casa de nadie a robar a no ser que esta persona sea un usurero o un ladrón. En un hospital, no. En casa de un médico hijo de puta y corrupto, sí. En casa de un político, seguro. A una persona honesta, no. Pero a un traficante de heroína o marihuana, sí. Aunque, por supuesto, está a favor de la legalización de las drogas blandas: para él es injustificable que no se pueda fumar un porro con una cierta tranquilidad”. De hecho, no podrá, pero lo hace: cada mañana en su despacho de la comisaría, antes de ponerse manos a la obra, con la ventana abierta al viento alpino en un intento infructuoso de disimular ante sus subordinados.

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“Creo que nuestra parte oscura, escondida, que desea comportarse de manera incorrecta, no sale más a menudo a la luz solo porque somos cobardes. Rocco no lo es. El motivo está en su educación sentimental. Ha nacido en el Trastevere de los años 60, que era un lugar muy popular y muy peligroso. Era un chaval de la calle que se buscaba la vida, medio bandido. Y como policía su moral sigue siendo la de aquel chico de la calle. Es cierto que es un policía, y que detesta la falta de respeto sobre el ser humano, la violencia contra los débiles. Roba, pero eso no le supone ningún problema, es una manera de resarcirse de la vida, que siente que está en deuda con él. Por eso siente justificado comportarse como un hijo de puta”. Hasta aquí el primer repaso a las debilidades de este perla (hay más). Pero algo tiene que tener para haber entrado con buen pie entre los lectores.  

“Tiene una cosa de verdadero romano: ese mostrarse generoso y sincero. Es algo que ya no existe”. ¿Qué es un verdadero romano? “Cuando yo era niño era una persona abierta, sincera, acogedora, sonriente, y atenta sobre todo a los más débiles. Esta es una ciudad que acogía a peregrinos que llegaban a ella a millares, es una ciudad que siempre ha acogido a todo el mundo con los brazos abiertos. El romano te abre los brazos para acogerte… pero, cuidado, que te puede birlar la bolsa. Así era Roma, en resumen, y Rocco es un poco así también. Pero eso ya no existe. Ahora el romano es alguien amargado, quejoso, cerrado, que ensucia su ciudad”, se lamenta.

PORROS Y VINO BLANCO

Cuando este romano tan romano se ve encerrado en el Valle de Aosta, una región fronteriza con Francia donde se habla un dialecto francoprovenzal, una especie de Vall d’Aran transalpina, se topa con una realidad muy distinta. ¿Cómo son, o cómo cree Manzini que son, los valdostanos? “Son gente de la montaña, con las características bellas y peligrosas de la montaña. Se entregan mucho, también se enfadan muy rápidamente, tienen un talante muy honesto y después, claro, como todos los pueblos, tienen sus fallitos. En Aosta, la capital, la identidad se ha perdido con el tiempo. Esto les hace ser un poco piamonteses. Grandes sonrisas, pero detrás…”. Schiavone, aparte de insistir en arruinar par tras par de zapatos en la nieve, en una forma autodestructiva de insumisión a su exilio, no parece que tenga mucho interés por conocer a los locales, ni curiosidad por su cultura particular. “De los valdostanos no le interesa absolutamente nada, solo que hay nieve, que hace frío. Solo quiere irse de allí. Pero las mujeres valdostanas sí que le resultan mucho más interesantes...”.

Schiavone (otro elemento que faltaba para dibujar a este pinta) es más bien mujeriego, pero al mismo tiempo mantiene una extraña fidelidad a Marina, su mujer fallecida en circunstancias que Manzini no desvelará hasta la quinta de sus novelas y con la que habla por la noche. “En parte porque ha sido la mujer de su vida, en parte como una excusa un poco bellaca para no enamorarse, y protegerse. Los hombres somos muy buenos fabricándonos excusas…”, sonríe.

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Dice Petros Márkaris que en la novela negra mediterránea la comida es importante, y en la nórdica y anglosajona lo es la bebida. A Schiavone le interesan los porros y el vino blanco, pero muy poco comer. ¿Dónde queda, entonces? “Quizá es porque a mí la comida no me interesa nada. Detesto a los cocineros y sastres que se hacen llamar chefs y estilistas. Cuando en las novelas de Vázquez Montalbán llegaba a la cocina, esos pasajes me los saltaba”. Siguiendo con las comparaciones con otros colegas, en las novelas de Manzini no falta una versión desdoblada del Catarella de Andrea Camilleri: los incompetentes agentes Deruta y D’Intino. “En realidad –responde Manzini– con esta pareja quería imitar a Shakespeare, que en todos los dramas introduce juglares, bufones, porque le servían para relajar las tensiones. Hacían reír y después la tragedia seguía su curso, y ellos desaparecían”.

RACISMO, MACHISMO, SEXISMO

Pero el bufón a veces es alguien inteligente, que dice lo que los otros no se atreven. Y este par son dos zotes sin remetido. “Deruta y D’Intino, D’Intino sobre todo, son dos cretinos. Aunque Deruta tiene una humanidad enorme, que nadie sospecha y que se descubrirá en los próximos libros. Es de buena pasta”.

En España se han editado ya los primeros tres libros protagonizados por Schiavone. 'Pista negra' (todo empieza con un trabajador de una pista de esquí aplastado por un quitanieves), 'La costilla de Adán' (con la mujer de un beato ahorcada en casa) y, ahora, 'Una primavera de perros' (con el secuestro de la hija adolescente de un constructor). De los dos segundos hay traducción al catalán ('La costella d’Adam' y 'Temps boig'). En ellos aparecen tres grandes temas, el racismo y la inmigración, el machismo y la violencia sexista, la mafia y la corrupción. ¿Son los pecados capitales de Italia?

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“Son los tres temas que más me interesan –responde–. Aunque me gustaría hablar un poco más de la banca y la corrupción política, un poco más de cómo los italianos hemos aprendido a vivir en la mentira y la falsedad”. Porque la laxitud moral que acepta en Schiavone, a Manzini le saca de las casillas cuando se trata de hablar de la vida pública en su país. Llegó a viajar al extranjero, explica, con una camiseta en la que se podía leer Berlusconi, not in my name. “Pero a Berlusconi lo han votado los italianos, no lo olvidemos –añade–. Berlusconi no es un invasor que se nos ha impuesto. Hasta que el italiano no entienda que la clase política es lo que eres tú, no iremos a ninguna parte. El daño que ha hecho este hombre al país durante 20 años lo pagaremos durante 20 años más”.