Bryan Cranston sufre la caza de brujas

El protagonista de 'Breaking Bad' encarna a Dalton Trumbo, un guionista perseguido por el senador McCarthy y su cruzada contra el comunismo

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Nando Salvà

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Al menos que se sepa, es la única vez en toda la historia de Hollywood que sucedió algo así: el año 1953, la Academia concedió a Ian McLellan Hunter el Oscar como mejor  guionista por 'Vacaciones en Roma', la celebrada comedia romántica protagonizada por Audrey Hepburn y Gregory Peck, a pesar de que el tal Hunter en realidad no escribió ni una sola palabra de la película. El hombre que lo hizo fue Dalton Trumbo, pero quizá 'Vacaciones en Roma' ni habría existido de haber firmado él mismo el guion. No fue hasta el 2011 cuando su nombre fue póstumamente restaurado en los créditos de la película, cuatro décadas después de su muerte. La historia se repitió tres años después. En 1956, Trumbo ganó una segunda estatuilla gracias al guion de 'El bravo', aunque entonces no tuvo un testaferro que le recogiera el premio. Había escrito la película con seudónimo, de modo que los miembros de la Academia no tenían ni idea de que Trumbo tuviera algo que ver con ella. Cuando el nombre, Robert Rich, fue anunciado la noche de los Oscar, nadie subió al escenario. 

Por supuesto, Trumbo (Montrose, Colorado, 1905–Los Ángeles, 1976) no siempre fue un apestado. Tras la segunda guerra mundial, de hecho, llegó a convertirse en el guionista mejor pagado de Hollywood –unos 80.000 dólares anuales de la época— y en el más prolífico: entre 1939 y 1940, por ejemplo, escribió nada menos que seis películas. Sin embargo, y aunque su ritmo de trabajo no decreció un ápice, el único modo que con el tiempo llegó a tener de trabajar en Hollywood fue dejando que otros guionistas dieran la cara por él o escondido tras una serie de alias como Guy Endore, Ben Perry, el ya citado Robert Rich y Sally Stubblefield. ¿Por qué? Porque Trumbo fue una de las víctimas de la fanática caza de brujas que el Gobierno estadounidense, encabezado por el senador Joseph McCarthy, emprendió contra el comunismo. Su convulso periplo es el tema de Trumbo, el reverencial biopic 'dirigido' por Jay Roach –creador de la trilogía 'Austin Powers'– que el viernes llega a España.

Después de combatir a un enemigo común, vencido ya el nazismo, Washington y Moscú se dieron mutuamente la espalda durante 40 años. Con el fin de la segunda guerra mundial, el clima político en Estados Unidos cambió con el chasquido de un dedo, e ideales que antes habían sido bienvenidos, o al menos tolerados, pasaron a ser sinónimos de alta traición.

EL INICIO DE LA CAZA DE BRUJAS

En aquella época, Hollywood vivía el punto álgido de su edad de oro. La producción era abundante y las cifras de asistencia al cine alcanzaban niveles de récord antes de que la televisión irrumpiera para reclamar su parte del pastel. Tal vez víctima de su propio éxito, la industria cinematográfica llamó la atención del Comité de Actividades Antiamericanas, entregado a la tarea de borrar del país toda huella del comunismo. Hollywood, que siempre había tratado las posturas políticas de sus miembros mirando hacia otro lado, se convirtió en un nido de víboras, lastrado por la sospecha y la paranoia. El comité rastreó todas las piscinas y miró bajo todas las camas de las mansiones de Beverly Hills en busca de profesionales del sector que formaran parte del Partido Comunista o hubieran tenido relaciones con él. Dalton Trumbo, que había expresado públicamente ideas progresistas como el derecho de los trabajadores a sindicarse, fue su gran trofeo. 

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Cuando fue citado por el comité en 1947, el guionista se negó a declarar asumiendo que su conciencia política estaba protegida por la primera enmienda de la Constitución, que garantiza la libertad de expresión. En cambio, fue acusado de desacato y enviado a una prisión federal, donde permaneció casi un año. Fue solo el principio de sus tribulaciones. Al salir, fue vetado por la industria por negarse a cooperar con la caza de brujas del comité. Con el tiempo, el miedo al comunismo terminó y su buen nombre fue restaurado, pero no antes de cobrarse un cuantioso peaje en su vida y su carrera. 

“La historia de Trumbo merece sin duda ser recordada porque habla sobre hasta qué punto quienes nos gobiernan invaden nuestra privacidad”, explica el actor Bryan Cranston, que estuvo nominado al Oscar por este trabajo (ganó DiCaprio con 'El renacido'). Es su papel más relevante desde que Walter White, el químico narcotraficante que encarnó en la celebrada teleserie 'Breaking bad', lo convirtió en una estrella. “Si Hollywood se hubiera mantenido unido, la caza de brujas podría haberse evitado, pero no fue así. El miedo nos convierte en cobardes y soplones”, añade.

UN PERSONAJE CONTRADICTORIO

Según la perspectiva del filme, Trumbo no era ni un agitador ni un simpatizante de los rusos, sino alguien que simplemente creía que los trabajadores dedicados a hacer películas merecían tener los mismos derechos sobre los beneficios que los productores dedicados a financiarlas. Roach y Cranston lo retratan como una figura contradictoria, que habla como un socialista pero disfruta viviendo como un burgués, y cuya generosidad aparece combinada con intensas rachas de egoísmo y vanidad personal. Es un hombre de familia tan ocupado con su trabajo que apenas tiene tiempo ni para su esposa y sus hijos ni, de hecho, para sus ideas políticas. En la segunda mitad de la cinta lo vemos metido permanentemente en la bañera –era allí donde, al parecer, se sentía más cómodo creando– con una máquina de escribir delante, un pitillo en la boca y un vaso de whisky escocés en una mano, y tecleando sin parar con la otra para ganarse el pan desde la clandestinidad. 

Trumbo pasó años trabajando 16 horas diarias los siete días de la semana, manteniendo una línea telefónica separada por cada uno de los 13 alias que se puso y completando un nuevo guion cada tres días a cambio de salarios irrisorios, hasta que finalmente fue rescatado del ostracismo tanto por el director Otto Preminger, que le encargó el guion de 'Éxodo' (1960) y decidió mantener su nombre en los créditos, como por el actor Kirk Douglas, que usó toda su influencia para que se hiciera lo propio en los de la monumental 'Espartaco' (1960). 

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La colisión entre el entretenimiento y el anticomunismo en la América de los años 40 y 50 ha inspirado multitud de películas tanto de ficción como documentales, algo lógico considerando que el tema ofrece jugosas posibilidades para el drama, la intriga y el morbo del que se nutre la prensa rosa. En 'Caza de brujas' (1991), Robert De Niro dio vida a un director de cine que debe decidir entre ser un chivato o perder su empleo. En 'Buenas noches, y buena suerte' (2005), George Clooney recordó las batallas mediáticas del periodista televisivo Edward R. Murrow con McCarthy. Y en 'La tapadera' (1976), Woody Allen interpretó a un pobre idiota dedicado a prestar su nombre a guionistas incluidos en la lista negra de Hollywood que se convierte en héroe insospechado al declarar frente al Comité de Actividades Antiamericanas: “No reconozco el derecho de este comité a hacerme este tipo de preguntas y, además, pueden todos ustedes irse a la mierda”.

CARRERAS TRUNCADAS

En aquella lista de parias llegaron a figurar unos 250 nombres. Para evitar ser incluidos en ella, viejos amigos fueron empujados a testificar los unos contra los otros. Y quienes lo hicieron –entre ellos nombres tan ilustres como Edward G. Robinson o Elia Kazan– a cambio perdieron su dignidad y fueron repudiados. El actor Sterling Hayden, otro de los soplones, llegó a describirse amargamente  como “una rata”. Paralelamente, los estudios pasaron años censurando sus guiones, eliminando de ellos todo cuanto se asemejara a una opinión indeseable y dejando de hacer negocios con cualquier personalidad controvertida. Todo aquel que alguna vez se hubiera tomado una copa con la persona equivocada corría el riesgo de contemplar impotente cómo su teléfono dejaba de sonar. Grandes nombres como Orson Welles y Charles Chaplin huyeron a Europa, y solo una ínfima fracción de los acusados por el comité llegaron a reconstruir sus carreras.

La película ‘Trumbo’ funciona a modo de recordatorio de un tiempo en el que Hollywood y sus miembros se preocupaban por algo más que la taquilla o los premios. La resistencia de su protagonista frente a la injusticia en medio de un clima asfixiante, asegura Cranston, es algo que no le vendría mal al Hollywood actual, lastrado por el sexismo y, como la publicitada crisis durante la pasada gala de los Oscar demostró, la falta de representación de las minorías étnicas y raciales. “El caso de Trumbo es un emblema de toda la gente que sigue siendo oprimida, de los afroamericanos a los gais, no solo en Hollywood, sino en la sociedad americana en su conjunto”, denuncia el actor.

En efecto, las heridas dejadas por el miedo al comunismo no se han cerrado. Estados Unidos quedó convertido para siempre en un país conformista y estrecho de miras respecto del tipo de ideas políticas consideradas aceptables, en el que los sindicatos carecen de poder fáctico alguno. La llamada caza de brujas aniquiló todo espacio político para una verdadera izquierda en el país y, en consecuencia, toda posibilidad real de programas gubernamentales de educación, sanidad, creación de empleo y, en general, bienestar ciudadano.

“Estoy seguro de que la gente de derechas nos tachará de traidores y antipatriotas por haber hecho esta película –lamenta Cranston–. Y yo estaré encantado de que lo hagan. Voltaire dijo: ‘No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo’, y Dalton Trumbo es el símbolo idóneo de esa idea”. 

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