Vincent Cassel: "No sé si podría estar casado con alguien para siempre"

El actor francés presenta 'Mi amor', un melodrama en el que se disecciona el ascenso y la caída de una pareja

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NANDO SALVÀ

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Dos cosas quedan inmediatamente claras en cuanto uno se sienta frente a Vincent  Cassel. Una, que es todo carisma y lo sabe, y cualquier interacción humana es para él una nueva ocasión para constatarlo mirando fijamente, escuchando atentamente, regalando sonrisas, contestando todas las preguntas como si fueran inteligentísimas, aunque no sea así. Dos, es un torrente de energía nerviosa. “Necesito ser capaz de moverme, de viajar, de saltar de un lugar a otro”, asegura.

Sentado al borde del sillón, los ojos explorando sin descanso la habitación, el tembleque compulsivo de pierna, Cassel es como una fiera a punto de abalanzarse sobre su presa, y esa intensidad felina es nutriente fundamental de la colección de personajes atormentados, moralmente turbios o abiertamente malvados que componen su carrera: escurridizo ladrón en la saga 'Ocean’s eleven'; enemigo público número uno en el biopic 'Mesrine' (2008); coreógrafo tirano y manipulador de 'Cisne negro' (2010); gánster proxeneta de 'Promesas del Este' (2007)... “No soy capaz de dar vida a alguien inmaculado. Las personas se comportan bien, pero nadie es del todo bueno. Todos tenemos demonios internos que nos empujan en todas direcciones”.

RUPTURA CON BELLUCCI

Tanto ímpetu pasa factura. “Cada vez que hago una película el pelo se me queda más blanco”, lamenta el francés, mientras se frota la cabeza. Pero no es el miedo a las canas lo que puso su carrera actoral en suspenso entre finales del 2012 y principios del 2014. “Necesitaba desaparecer un tiempo, ponerme en barbecho para ordenar mis ideas”. Fue un periodo convulso durante el que, casualmente o no, anunció su ruptura con Monica Bellucci después de 14 años de matrimonio. “Pasear alfombras rojas, tener que convertir tu vida en asunto público, hacer el mono en programas de televisión… Eso desgasta muchísimo. En cambio, el momento de crear, de actuar, siempre ha sido mágico para mí; de eso uno nunca se cansa”. Durante ese hiato, en todo caso, no se estuvo quieto. “Traté de producir películas; puse en marcha una marca de ropa, invertí en restaurantes, intenté escribir un guion. Nada funcionó. Y empecé a hacerme preguntas: ‘¿Qué estoy haciendo con mi vida?’ ‘¿Quiero seguir siendo actor?’ De pronto volví a recibir propuestas, y a sentirme inclinado a aceptar algunas”.

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El resultado de una de ellas llega ahora a España: el melodrama 'Mi amor', que disecciona a una pareja desde su nacimiento hasta su destrucción, y en el que Cassel da vida a un hombre al que, al menos a primera vista, es tentador considerar un depredador narcisista. “Aunque yo nunca lo planteé de ese modo. Recuerdo que durante el rodaje, entre escena y escena, podía oír a gente del equipo decirse entre ellos: ‘Tío, esto es justo lo mismo que me pasó a mí con mi pareja’. Las historias de amor perfectas solo existen en las novelas. En el mundo real, las relaciones, cuando hay pasión de por medio, siempre son violentas”. 

EL COMPONENTE ADICTIVO DEL AMOR

En esencia, ‘Mi amor’ trata de demostrar el componente adictivo que las relaciones sentimentales poseen. “Querer a otra persona es la droga más poderosa que jamás ha existido, y la más destructiva”, confirma Cassel. “El problema es que uno no elige a quién ama, y quizá la persona a la que amas te va a hacer daño. Pero amar y sufrir por ello es mucho mejor que no amar, porque sin amor la vida está vacía”. El actor confiesa, en todo caso, que su relación con el otro sexo es problemática. “Por ejemplo, entre mis amistades apenas hay mujeres. Hubo un tiempo en el que, en cuanto tenía una amiga, necesitaba acostarme con ella, y eso inevitablemente echaba la amistad por tierra. Luego me casé y Monica se convirtió en mi única amiga”. Durante los años en los que fueron pareja, Bellucci y Cassel rodaron siete películas juntos, tuvieron dos hijas y, a su pesar, fueron catalogados como la versión europea de Brangelina. 

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“Pero no creo estar genéticamente equipado para las relaciones largas. No sé si podría estar casado con alguien para siempre”, reconoce tras la separación. Considera, en todo caso, que el suyo es un déficit común entre el género masculino. “Nuestro problema es que las mujeres crean la vida y nosotros no, y nos sabemos inútiles. Eso nos hace débiles y superficiales, y proclives a comportarnos como gorilas. Deberíamos dar rienda suelta a nuestro lado femenino, pero no nos atrevemos porque no queremos parecer unas nenazas. Como digo, los hombres somos estúpidos”. 

Puede, pues, que las mujeres sean para él una asignatura pendiente, pero también una sobre la que nunca se cansa de aprender. “Tenerlas a mi alrededor me hace feliz. Las mujeres son lo que hace que me levante por la mañana, más aún que el cine”. A día de hoy, eso sí, las mujeres de su vida de las que está dispuesto a hablar son sus hijas: Deva, de 11 años, y Léonie, de 6. “De ellas sí me considero un amigo”, asegura y, consciente de que tal afirmación lo ajusta al patético cliché del papá moderno, añade inmediatamente: “Por supuesto, no me iré de juerga con ellas, pero creo que la autoridad no debería implicar mano dura. Hay padres que tienen hijos para retenerlos en casa y verlos crecer como si fueran plantas: los riegan, les echan fertilizante y les cortan las hojas. Yo no soy así”.

Tampoco fue exactamente esa la educación que él recibió. Su padre, Jean-Pierre Cassel, fue un actor y bailarín de éxito que llegó a ser considerado como el Fred Astaire francés. “Siempre que llegaba a casa lo veía bailando en el salón, disfrazado, feliz, de modo que, en mi cabeza, ser actor era sinónimo de felicidad. Es normal que quisiera serlo”. Pese al apellido, tuvo que sudar la camiseta. Hasta que se dio a conocer en la piel de un 'skinhead' en 'El odio' (1995), participó en campañas publicitarias de coches, y puso voz a Hugh Grant en la versión doblada al francés de 'Cuatro bodas y un funeral' (1994). “Recuerdo que ese día tenía un resfriado terrible, y en la película se me oye perfectamente la nariz llena de mocos”. La nariz, véanse las fotos, es su rasgo facial más distintivo, un apéndice ligeramente quebrado que el actor rellenó una vez con papel higiénico para dar a su personaje en 'Lee mis labios' (2001) cierto aire a Gérard Depardieu. 

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“Desde niño supe cómo funcionaba el negocio –continúa–. Pero la sombra de mi padre siempre fue muy alargada”. Para él, ser actor fue algo parecido a una reacción. “De ahí vino mi empeño, sobre todo durante la primera parte de mi carrera, por trabajar casi exclusivamente con gente de mi misma generación”. A las órdenes de'enfants terribles' como Mathieu Kassovitz –en 'El odio'–, Jan Kounen –en 'Dobermann' (1997)– y Gaspar Noé –en 'Irreversible' (2002)–, Cassel se convirtió en una granada de mano que lanzar al público. “Éramos un puñado de chavales furiosos que queríamos romper moldes. Yo me consideraba un rebelde. Mi objetivo era cambiar la idea que se tenía del cine francés”. 

Y, sentencia, sigue siéndolo. “El público sabe que, cuando va a ver una de mis películas, será distinta de lo que ve normalmente. En todas mis decisiones trato de ser sorprendente e inesperado. Siempre miro adelante, hacia lo nuevo. Hacia el mañana”. Lo dice con tal vehemencia que en cualquier momento podría levantarse, echarse a correr y saltar por la ventana. “Mi máxima es: no hay tiempo que perder. Es ahora o nunca”.