UN PLACER EXPRÉS

El tercer café

El gusto de tomar un número concreto, y prudente, de tacitas

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PAU ARENÓS

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Hubo un tiempo de cafeteras a medianoche, de las míticas Bialetti con perfil de arma de guerra, de torre de asalto.

Por supuesto no se trataba de una auténtica Bialetti sino de alguna adaptación local de la marca italiana.

Entonces, cuerpos jóvenes, era posible tomar una cafetera a medianoche e irse a dormir al poco sin que la cafeína asaltase los sueños. Desenroscar el cuerpo, llenar la base de agua, presionar la molienda con suavidad, aplanar la granulosa superficie, cerrar el instrumento, depositarlo sobre el fuego, escuchar el silbido, oler la primera vaharada de la infusión, estar atentos al borboteo para evitar que el líquido se quemase. Qué absurdo: quemar un líquido.

Luego, con la edad y las responsabilidades, perdimos el sueño y el poder sobre los estimulantes.

Las cafeteras armadas fueron sustituidas por las domésticas de plástico que imitan las profesionales de acero. Como las pastillas, se sirven en cápsulas. Los médicos hablan de antioxidantes y de beneficios. Esta es una sección sobre el placer en dosis y el goteo –gota a gota a gota– es uno de ellos.

La medida es tres: dos por la mañana y uno después de comer. Cortos, negros, sin azúcar, ligeramente amargos. Oler los restos enganchados al blanco, calentarse las manos con el calor residual de la porcelana.

El paso del día obliga al descuento: tres, dos, uno. Da gusto resistirse al cuarto.