La Barcelona de los Pérez de Rozas

Escena en la calle Ample, el 20 de julio de 1936, en el archivo Pérez de Rozas.

Escena en la calle Ample, el 20 de julio de 1936, en el archivo Pérez de Rozas. / PÉREZ DE ROZAS / AFB

EMILIO PÉREZ DE ROZAS

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Parafraseando a Gerard Piqué: "Gracias, abuelo, contigo empezó todo". Contigo empezó y conmigo acabará. Ya no hay Pérez de Rozas que siga la saga. Lo que el abuelo Carlos Pérez de Rozas Masdeu (Madrid, 1893–Barcelona, 1954) empezó en el año 1911, cuando la poderosa familia barcelonesa liderada por Rafael Roldós le dio su primer trabajo fotográfico en 'Las Noticias', en algo que los documentalistas que han trabajado en la maravillosa exposición que puede verse en el Arxiu Fotogràfic de BarcelonaArxiu Fotogràfic de Barcelona califican como "chico para todo", no tendrá continuidad más allá del vejete que escribe esto. Sin ser abuelo, yo pondré punto y final a una saga que tuvo su epicentro en un piso enorme, mitad vivienda, mitad despacho, laboratorio y archivo, sito en el tercero segunda del número 23 de la Ronda Universidad y conocido, casi mundialmente, como 'La Ronda'.

El abuelo llegó a Barcelona huyendo de la ruina de Madrid. No de la ciudad, sino de la ruina familiar. Se decía que cuando alguien se arruinaba en la corte, el todo Madrid le despreciaba. Y el abuelo, que tenía viviendo en Barcelona a su hermano Pepe –que llegó a ser secretario del marqués de Foronda, director de la Compañía de Tranvías y, más tarde, director de la Exposición Universal de 1929–, decidió instalarse en la capital catalana y fundar no solo una de las familias más numerosas del planeta, sino lo que, gracias a la inteligencia y perseverancia del director del Arxiu, Jordi Serchs, del historiador Pablo González, la periodista Teresa Ferré y el antropólogo Andrés Antebi, ha terminado convertido en uno de los archivos, entre documentos y colección de imágenes, más valiosos del último siglo.

Pablo, Teresa y Andrés, fundadores en 1999 del Observatori de la Vida Quotidiana, pusieron en marcha un proyecto único por su originalidad, servicio a la sociedad y reivindicación periodística. Lo llamaron 'La imagen velada'. Andaban en busca del patrimonio oculto, velado, al que nadie daba importancia, en el que se ha podido descubrir, gracias a un fondo de casi un millón de fotos, que el fotoperiodismo catalán no solo se limita a Agustí Centelles, sino que cuenta con otros fotógrafos perfectamente equiparables, según los autores de la investigación, al mismísimo Robert Capa. Entre ellos figura el abuelo, Pérez de Rozas Masdeu.

ANTES QUE AGUSTÍ CENTELLES

"Pérez de Rozas Masdeu –explica Andrés Antebi, en presencia de Teresa Ferré y de Pablo González– es, si no el primero, uno de los pioneros del fotoperiodismo moderno. Es de los primeros que empiezan a abandonar el fotoperiodismo estático, conocido también como protofotoperiodismo, que estaba muy anclado en el pictorialismo, un movimiento fotográfico con pretensiones artísticas. Él salta a la calle, a estar día y noche en el meollo de lo que ocurre en la ciudad".

"Yo pondré punto y final a una saga que tuvo su epicentro en un piso mitad vivienda, mitad despacho y laboratorio"

"Ese fotoperiodismo moderno –añade Ferré– convierte al patriarca de los Pérez de Rozas en uno de los nuevos notarios de la información diaria, primero en 'Las Noticias', luego en 'El Día Gráfico' y 'La Noche' y, siempre, a través de 'Crónica Gráfica', el primer archivo fotográfico institucional creado en Barcelona. Es un fotoperiodismo que no descansa. Tiene un valor tremendo porque abandona el inmovilismo, el distanciamiento propio de la fotografía artística y entra a mancharse las manos con la cámara. Eso pasó porque la prensa de los años 20 y 30 necesitaba material nuevo a diario y eso significó un cambio vital. No todos los fotógrafos estaban preparados para esa revolución; Pérez de Rozas Masdeu, sí".

El historiador Pablo González, un empollón, un sabio, un estudioso de las imágenes y de la sociedad, asegura: "La aparición del fotoperiodismo moderno siempre se había atribuido a la Guerra Civil y, sobre todo, a la figura de Agustí Centelles. El material que hemos descubierto de Pérez de Rozas Masdeu y de un puñado de compañeros de su generación demuestra que nació mucho antes del 36. Arranca en los años 20, con imágenes vinculadas al deporte, a los avances tecnológicos, a sucesos como crímenes, atentados, estallido de bombas, grandes manifestaciones... En fin, a acontecimientos de la vida".

Pérez de Rozas Masdeu acabó implicando a varios de sus nueve hijos en la vorágine del fotoperiodismo. Fueron, concretamente, Pepe, Carlos, Manolo, Kike y Rafael. Y aquella medio casa, medio laboratorio se convirtió  en una auténtica locura. "Aquellos pioneros trabajaban para vivir y alimentar a sus familias –explican al unísono mis buenos amigos Andrés, Teresa y Pablo–. Ninguno de ellos pretendía dejar huella. No les preocupaba la permanencia de la autoría ni querían transcender. Se limitaban a suministrar fotos a los diarios. Su obra ha terminado de algún modo convertida en arte, pero su origen fue, simplemente, una forma de ganarse la vida".

Pérez de Rozas Masdeu fue testigo de momentos cruciales de la historia de Catalunya desde las primeras décadas del pasado siglo. Siempre como uno de los fotógrafos de referencia, tanto durante la dictadura de Primo de Rivera como en la República, la Guerra Civil y en las primeras décadas del franquismo, hasta su muerte, el 2 de abril de 1954, el día que cubría, desde Miramar (Montjuïc), la llegada del navío 'Semiramis' al puerto de Barcelona, con repatriados de la Unión Soviética a bordo.

"El abuelo –abunda el antropólogo Andrés Antebi– vivió regímenes opuestos. Fue un claro ejemplo de la gente que no fue represaliada con el cambio de régimen y que siguió trabajando con independencia de cuál fuese su ideología o del color político que mandaba". Tras bucear entre miles y miles de copias, estos tres estudiosos afirman con orgullo que el mayor hallazgo de su investigación es haber comprobado que, en 1937 y 1938, en plena Guerra Civil, Pérez de Rozas Masdeu trabajó para la CNT-FAI, donde ejerció de fotógrafo de cabecera de sus principales publicaciones: 'Solidaridad Obrera', 'Umbral', '¡Campo!' y 'Mujeres Libres'.

PASIÓN POR EL PERIODISMO

Llegados a este punto, entiendo que ustedes quieran saber, a través mío, cómo hacían el abuelo y sus hijos (y sus nietos) las fotos. Cómo se organizaban. Cómo era su día a día. Qué herencia, conocimientos y comportamientos habían heredado de don Carlos. Les entiendo. Ustedes quieren saber a través del último Pérez de Rozas qué fue de ellos, qué cámaras utilizaban, qué trucos de revelado ideaban, si creían en Leica o confiaban en Canon, si usaban película Kodak Ilford, en quién se inspiraban o si eran –como fueron, lo juro– autodidactas.

Pues créanme: no sé nada de todo eso. Jamás lo contaron. Ni siquiera nos explicaron que el abuelo era tan grande, inmenso, único y prodigioso como nos han demostrado ahora Jordi, Pablo, Teresa y Andrés, la gente del Arxiu Fotogràfic de Barcelona.

"Iban a un montón de sitios donde no iban los 'plumillas' y luego debían contárselo

¿Por qué? Porque ellos, con el abuelo al frente, jamás trabajaron para perpetuarse. Todo lo que yo vi y viví en aquel piso de la Ronda Universitat fue pasión por el periodismo y la fotografía. Sentían pasión por seguir siendo el fotoperiodista que era el abuelo, por acabar siendo periodistas (iban a un montón de sitios donde no iban los 'plumillas' y, luego, tenían que contarles qué había ocurrido), por ser los mejores y, sobre todo, los primeros en llegar adonde se producía la noticia.

Aquel piso donde vivía la abuela Consuelo, la esposa de Pérez de Rozas Masdeu, no era un piso, como tampoco la abuela era una abuela. Era la matriarca, lo más parecido –entiéndanme bien– a la abuela Blasa de la película '¿Qué he hecho yo para merecer esto?', el personaje que Pedro Almodóvar le regaló a Chus Lampreave. Allí, arremolinados alrededor de la abuela, que coleccionaba jamón york, huevo hilado y marrón glacé, trabajaban, de sol a sol, los 365 días del año durante las cinco o seis décadas en que lo hicieron (sin vacaciones, puedo jurarlo: ¡lo sufrí!), Carlos, Kike y Manolo, los auténticos Pérez de Rozas, hermanos de Pepe Luis, Julio y Rafael, que también echaban, de vez en cuando, una mano.

EL TELÉFONO DE 'LA RONDA'

'La Ronda' era un micromundo, a menudo cercano a un manicomio, en el que se mezclaba la pasión por vivir con la de trabajar. No había mayor placer que oír sonar aquel precioso y reluciente teléfono de baquelita negro que colgaba de la pared que había frente a la puerta del laboratorio, el centro de investigación y desarrollo capitaneado por el tío Manolo (porque aquello sí que era I+D, con su bloc de recetas de revelados exclusivos y secretos incluido). Cada llamada significaba un encargo. Allí llamaban los bomberos antes de ir a apagar un incendio o la policía antes de detener a un ladrón. O una vecina testigo de un suceso. Y todos por Navidad tenían un detalle de 'La Ronda', desde una caja de puros hasta una caja de cava.

Cada vez que sonaba aquel teléfono, los Pérez de Rozas daban saltos de alegría, fuesen las diez de la mañana o las tres de la madrugada. Uno podía llegar a pensar que los bomberos prendían fuego a las casas, la policía robaba para detener a alguien y la vecina se inventaba un crimen en su escalera solo para llamar de inmediato a 'La Ronda'. El caso era que un Pérez de Rozas fuese hacia allí. Y si para hacer la foto necesitaba una escalera, allí estaba esperándole una escalera. Como había ocurrido con el abuelo Masdeu, era posible que un acto no empezase hasta que llegara alguno de los Pérez de Rozas.

Les contaré más (y, ya verán, no se lo van a creer). Los tres metros cuadrados de pared blanca que rodeaban el teléfono de baquelita negro parecían un cuadro. La pared, amigos, estaba totalmente tapizada, empapelada, dibujada, pintarrajeada con cientos, miles, de teléfonos, a veces con el nombre, a lápiz o bolígrafo. Y es que, durante décadas, el tío Manolo, cuando salía a coger el auricular para atender la llamada, siempre llevaba en la oreja un lápiz o un boli (jamás ha fumado, papá Carlos sí, en pipa, para que la ceniza no provocase un incendio en el laboratorio), y no tardaba ni medio segundo en escribir en aquella pared el número de teléfono del que llamaba "por si acaso". Y, sí, había miles, pero Manolo siempre sabía dónde estaban y de quién era cada número.

BENDITA RUINA

n la ronda se vivía una felicidad fruto, sobre todo, de pertenecer a una saga, a la que muchos de ustedes considerarán un clan. Lo era, pero de enamorados de su profesión. De una profesión que les había llegado a todos fruto de la casualidad y de haber aprendido el oficio día a día. Digámoslo ya: sin estudios. "Recuerdo –me contó Kike– que cuando cumplí los 14 años, fui a ver a papá al comedor y le dije que no quería estudiar más, que quería trabajar con él. Yo no sabía que quería ser fotógrafo: quería ir con él a los sitios y ayudarle. O simularlo. Recuerdo que papá me miró fijamente a los ojos y, con voz ronca, me dijo: ‘Mañana mamá te dirá algo’. Al día siguiente, mamá ya no me despertó a las ocho para ir al colegio. Ese día ya le llevé el flas a papá".

Ese papá, el abuelo Pérez de Rozas Masdeu, fue quien, por casualidad, se inventó el oficio de fotoperiodista moderno. Porque si no se arruina el bisabuelo en Madrid él no hubiese venido a Barcelona. Pero aquel bendito abuelo y aquella bendita ruina hicieron que la abuela Consuelo y los suyos, y los nuestros, y mamá Rosario y la tercera generación, viviesen apiñados alrededor de aquel mágico laboratorio. Recuerdo también que, antes de pisar la calle, los pequeños debíamos pasar por la habitación de la abuela para que nos duchase con colonia Galatea y saliéramos repeinados.

Vivíamos rodeados de fotos, rollos de película, máquinas de fotografiar... y con mamá Rosario siempre con un niño en brazos. El tío Manolo, más que papá, te acariciaba (¡nadie es tan maravilloso como él!) con sus enormes manos con las uñas teñidas de marrón, fruto de los malditos líquidos que usaba (el revelador se calentaba en el mismo bote de la cocina donde calentaban nuestra leche) para hacer magia con las copias. Y recuerdo que el tío Kike te llevaba a pasear y a tomar una 'Coca-Cola' en el Sandor de la plaza Calvo Sotelo (ahora Francesc Macià) en aquel precioso descapotable Facel Vega que tenía.

 "Ni papá, ni Kike, ni Manolo me empujaron jamás a ser periodista. Tal vez no querían una vida tan esclava para sus hijos y sobrinos"

Con el paso del tiempo me fui dando cuenta de que ellos, Kike y Manolo, me quisieron tanto o más que papá. Y de que uno formaba parte de 'La Ronda' desde el mismo momento en que nacía, y que todos formábamos una gran familia. Y es ahora cuando me he enterado de que ellos trabajaban de día y vivían de noche. Pero eso nunca se atrevieron a contármelo. Como aquellas dos putas mudas con las que 'conversaban', junto al restaurante 'Los Caracoles', tras salir del Liceu. O del frontón Colón. O de cualquier local del bullicioso Paralelo.

Es ahora cuando me he enterado de que aquel anillo de oro y brillantes que el abuelo Pérez de Rozas Masdeu lucía en su mano derecha había sido un regalo del torero Joselito. Cuando intuyo que la pasión por ser reportero que aún conservo es fruto del ADN de estos pájaros. Tú intuías que querías ser como ellos. O parecerte. Pero ni papá, ni Kike, ni Manolo me empujaron jamás a ser periodista. Tal vez no querían una vida tan esclava para sus hijos y sobrinos.

Yo también un día, como le ocurrió al tío Kike, me acerqué a papá y le dije que no sabía si quería ser periodista, cuando resultaba que mi hermano Carlos, Antonio Franco y María Rosa Mora ya me habían inyectado su gen. Y recuerdo como si fuese ahora (y sigan creyéndome) que papá me dijo, sin soltar su pipa, ni levantar la vista del crucigrama de 'La Vanguardia' (los hacía todos, los clavaba todos, no fallaba uno): "Emilio, tú has de ser lo que quieras. Lo que te guste, lo que te apasione. Pero sobre todo has de intentar ser el mejor en aquello que elijas. ¿Basurero? Perfecto, pero ¡el mejor basurero del mundo!".