Rumba Tres: medio siglo sin apagar el ventilador

Los rumberos estrenan el documental 'De ida y vuelta' en el festival Inédit

Rumba tres

Rumba tres / periodico

Luis Troquel

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Su nombre sabe a rumba como ningún otro, y con él descifraron el número mágico del género. Rumba Tres consolidó el trío como institución rumbera. Marcó un antes y un después. Fueron enormes y, sin embargo, luego pasarían a ser los grandes olvidados. Los eternos ausentes cuando se habla de rumba catalana. Quizás porque lo suyo no era exactamente eso. Fueron, más bien, la avanzadilla de la rumba pop. Sol y brisa de ventilador. Llevan juntos, sin sustitutos ni largos parones, la friolera de 55 años y ahora un documental y un nuevo proyecto musical les devuelve a la actualidad. 

Gente de barrio

Todo empezó en el barrio barcelonés del Bon Pastor. Allí nacieron, crecieron y seguían viviendo cuando no podían dar un paso por cualquier ciudad sin verse rodeados de admiradores. Allí volvemos para este reportaje. Quedamos frente a la parroquia donde se bautizaron, hicieron la primera comunión y se casaron. Recorremos las famosas Casas Baratas de su barrio para entrar en un edificio cuyo umbral hacía décadas que no cruzaban: el colegio Cristóbal Colón. Su particular descubridor, pues allí se formó Rumba Tres. Aunque dos de ellos se conocían de bastante antes: los hermanos Pere y Joan Capdevila. Un compañero suyo, José Sardaña, que ya de niño se manejaba con la guitarra, completó el triángulo hace 55 años. 

La banda sonora del tardofranquismo sería a todas luces incompleta sin Rumba Tres. Dos descomunales y festivos éxitos les encumbraron en los 70. Con 'Perdido amor' encontraron a su público y tras 'No sé, no sé' ya no hubo nadie que no supiera de ellos. “Nosotros trabajábamos tanto que no nos dábamos ni cuenta, pero cuando íbamos por la calle tardábamos dos horas para recorrer 100 metros. Entonces no te pedían la foto con el móvil, pero sí que les firmaras un autógrafo y otro y otro…”, recuerdan. 

De ida y vuelta

Precisamente, una de las particularidades más llamativas del documental sobre su historia son los cuestionarios a pie de calle, preguntando a gente de todas las edades si les suena su nombre. 'Rumba Tres, de ida y vuelta' se titula. Por algo América acogió su éxito más multitudinario y prolongado. Un documental que huye del 'biopic' convencional y tiene mucho de ensayo sobre el éxito y el olvido. Entre sus muchas entrevistas, recoge la última que dio Peret, y en la que califica 'Perdido amor' como “una de las mejores canciones de la historia de la rumba catalana”.

Si Rumba Tres se conoció en el colegio, los dos directores de este documental, Joan Capdevila Jr. y David Casademunt, lo hicieron en la Escola Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya (ESCAC). Uno, con información de primerísima mano; y el otro, con absoluto desconocimiento previo. Cuando Capdevila Jr. le contó a Casademunt que su padre, Joan, y su tío Pere eran los de Rumba Tres, él contestó: “¿Y quiénes son esos?”. Sin embargo, su historia le fascinó hasta tal punto que, tras dos multipremiados cortos, hoy es su debut en gran formato, dirigido mano a mano con su compañero de clase.

'Rumba Tres, de ida y vuelta' se proyectará el próximo 8 de noviembre, en la sala grande del cine Aribau, durante la jornada de clausura del festival In-Edit Beefeater de Barcelona. Los tres rumberos estarán allí, y tal vez se arranquen por alguna de sus más conocidas canciones. Esas que tanto canturrea Arguiñano mientras le añade perejil a sus televisivos platos.

Éxitos a mansalva

Las archifamosas ‘Perdido amor’ y 'No sé, no sé' las acaban de regrabar junto con el grupo Sabor de Gràcia para un nuevo disco que combinará canciones inéditas con viejos éxitos actualizados. Pondrán al día también 'Y no te quedan lágrimas', aquella pieza casi disco music que, ya en 1980, compartió honores con los grandes éxitos de la rumba quinqui al ser incluida en la película 'Navajeros' de Eloy de la Iglesia

Grababan al por mayor y fabricaron éxitos para dar y vender. “Esto sí es felicidad / del trabajo ni hablar / olé olé”, proclamaba el arranque de 'Tengo lo que quiero', que José Mota ha utilizado semanalmente en su última temporada para introducir al personaje Fumi de Morata. En una de sus muchas actuaciones en la televisión estadounidense se quedaron de piedra cuando el presentador anunció: “Van a cantar 'Señora', de Roberto Blades”. Resulta que el hermanísimo de Rubén había vendido una millonada de discos con una versión no acreditada de este éxito suyo, que nada tenía que ver con la 'Señora' de la Jurado. Tampoco 'El tiburón' con que asolaron las playas setenteras se parecía en nada al posterior éxito de los neoyorquinos Proyecto Uno, quienes, mira por dónde, serán otros de los invitados del disco que preparan.

"Gente de mal vivir la había en todas partes"

Pere Cadpdevila, el de en medio de Rumba Tres, tiene ya 67 años y mantiene la jovial sonrisa de cantante que siempre le ha caracterizado. Su hermano, encargado de las armonías vocales altas y la guitarra rítmica, ha cumplido 64, y José Sardaña, voz baja y guitarra solista, va por los 65. No son gitanos, pero crecieron en territorio cheroqui. “Había mucha leyenda, como si se tratara del Bronx, pero también se exageraba mucho. De vez en cuando te encontrabas con que un taxista no quería llevarte de vuelta al barrio y todo eso, pero gente de mal vivir la había en todas partes”, admiten. Catalán por los cuatro costados, el padre de los Capdevila no llegó a ver nada del capital que poseían antes de arruinarse sus bisabuelos, y compaginaba tres trabajos al mismo tiempo para sacar a la familia adelante. Los abuelos de José Sardaña habían venido de Murcia, de la zona minera de La Unión.

Ya habían grabado varios discos como Los Espontáneos cuando en 1970 cambiaron su nombre de guerra porque el que tenían se parecía demasiado al de una banda británica que ya lo había registrado. “Como éramos tres y hacíamos rumba, la discográfica que nos acababa de fichar nos lanzó como Rumba Tres”. Y el nombre con el que empezaron a finales de los años 50 atendía a similar regla de tres. “Nos habíamos juntado para un festival benéfico en el que colaboraba la escuela, y justo cuando íbamos a salir nos preguntaron cómo nos llamábamos. Ni siquiera habíamos pensado un nombre. Era todo tan espontáneo que el presentador decidió bautizarnos así, Los Espontáneos”.Sucedió en el Centro Parroquial del Bon Pastor, a beneficio de las muchas obras sociales que impulsaba el 'padre Botella', conocido así porque, cuando la palabra 'reciclar' todavía no era moneda de cambio, ya recolectaba envases de todo tipo con fines solidarios. Tanto gustaron Los Espontáneos que a partir de entonces les llamaban para cualquier celebración. 

Rumbo al éxito

En 1963 acudieron a Radio Barcelona, al programa 'La comarca nos visita', y Salvador Escamilla les consiguió su primer contrato discográfico tras pasar por su popular 'Radioscope'. “Nos contrató también el representante Ricard Ardèvol, que nos tuvo que conseguir un permiso especial del Sindicato del Espectáculo para poder actuar porque éramos pequeños. Íbamos por toda Catalunya con artistas como Mary Santpere, Los Cinco Latinos, Los Tres Sudamericanos, Ramón Calduch…”. 

En pleno desarrollismo, actuaban tanto para la masiva inmigración como en las fiestas patronales de toda la vida. Igual interpretaban boleros de Los Panchos como canción española o versiones de la nova cançó. En una que hacían del 'A cara o creu', de Lluís Llach, ya se intuía su inminente conversión rumbera. 

'Perdido amor'

Rebautizados por la factoría Belter como Rumba Tres, cuajaron gracias al éxito de 'Perdido amor'. Media España cantaba eso de “Ya no te puedo querer / mi cariño se acabó”. La despampanante Rosa Morena ya la había grabado antes y a ninguno de ellos le hacía la menor gracia cantarla. “Es que tal como nos la enseñaron parecía un número de una revista de Colsada, pero luego le cambiamos el ritmo y empezó a caminar”. En clave de rumba pop. “Innovamos completamente en la manera de interpretar la rumba”. Rumba Tres era sinónimo de alegría y optimismo, incluso cuando cantaban penas de amor. A diferencia de tantos artistas del género, lo suyo iba mucho más allá del circuito de gasolineras. Estaban tan cerca de Fórmula V o Los Diablos como de la España cañí.

En tiempos de camisas de lunares anudadas a la cintura, la estampa más característica de aquellos tres simpáticos mozalbetes sería el esmoquin, confeccionado en exclusiva por El Corte Inglés. Sus canciones arrasaban en las discotecas. Y había años que daban hasta 300 conciertos. A diferencia de tantos rumberos, casi todo su repertorio era inédito, en gran parte compuesto por ellos mismos. Otro de sus grandes méritos era haber descubierto el inmenso talento de Manuel Sánchez Pernía. “Fue como un hermano para nosotros y uno de los compositores más desaprovechados de este país”. Le conocieron tras una actuación en Salamanca. “Él trabajaba en Sofico y se nos presentó diciéndonos que quería enseñarnos unas canciones que había compuesto”. Y una de esas canciones definitivamente les consagró, aquella que decía: “No sé, no sé que tienen tus ojitos que me vuelven loco”, y que Sánchez Pernía había escrito inspirado por la mirada de su hija.

Estrellas en EEUU

Por entonces compraron la sala Tahití, en Tossa de Mar, donde tantas temporadas habían pasado actuando de adolescentes. Y Joan, que vive allí, la mantiene dedicada a la música en vivo. Pere reside hoy en Tossa y Nou Barris, y José, que seguía en el Bon Pastor hasta hace relativamente poco, vive en Santa Coloma de Farners. A punto estuvieron de establecerse en Miami. “Rocío Jurado nos encontró incluso una casa al lado de la suya, pero pensamos que si nuestros hijos crecían allí ya no volverían, y no quisimos separar a la familia”. 

Cuando a finales de los 80 muchos en España creían que se habían separado, vivieron su mayor éxito. Llevaban mucho tiempo como ídolos absolutos en media América, pero el bombazo llegaría con un mix de 12 minutos titulado Rumbamanía, que en EEUU alcanzó el número 2 del Billboard latino. Llegó también a los primeros puestos de las listas en muchos países europeos, donde tampoco eran unos recién llegados. Incluso al otro lado del extinto telón de acero, en 1978, habían ganado el famoso Festival de Sopot (Polonia). El suyo ha sido un viaje de constante ida y vuelta todavía por concluir. Con la maleta rebosante de recuerdos, como ese programa de mano, que aún conservan, de una actuación en Miami de la que ellos eran cabeza de cartel, y en el que, entre otros muchos nombres en pequeñito, estaba el de la colombiana Shakira. ¿Quién les iba a decir que hoy sería la barcelonesa de adopción más conocida del planeta?