Dustin Hoffman: "Todos nos hemos vendido alguna vez a cambio de un aplauso"

Tras el estreno de su película 'El coro', entrevistamos al actor, que asegura no querer jubilarse aunque le queden "tres perros de vida"

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ominical 681 dustin hoffman / MANUEL LAGOS CID / CONTOUR

NANDO SALVÀ

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Tiene el aspecto de quien ha vivido una buena vida. La piel bronceada, los botones superiores de la camisa desabrochados, la sonrisa incondicional. Se maneja en las entrevistas con afable autoridad. Repregunta, bromea y gesticula para enfatizar, y en todo momento se esfuerza de forma convincente por parecer no un actor que promociona una película sino alguien que lo pasa en grande teniendo una charla. Su tema preferido es su profesión, y es lógico si recordamos que ha ganado dos Oscar y protagonizado filmes como 'El graduado' (1967), 'Cowboy de medianoche' (1969), 'Perros de paja' (1971), 'Marathon Man' (1976), 'Todos los hombres del presidente' (1976), 'Kramer contra Kramer' (1979), 'Tootsie' (1982) o 'Rain Man' (1988). Que, en otras palabras, es uno de los grandes intérpretes de la historia. En su nueva película, 'El coro', encarna al exigente maestro de un prestigioso internado musical que toma bajo su tutela a un huérfano, pese a que su instinto le dice que el chico no tiene futuro como cantante.

Su personaje en ‘El coro’ transmite sus conocimientos musicales a un muchacho de 11 años. ¿Ha ejercido usted de mentor de algún aspirante a actor?

De Jake, que es el único de mis hijos que ha decidido dedicarse a esto. Todos los demás han preferido otras ramas artísticas, como la pintura o la música. Jake me pedía que lo acompañara a sus audiciones. Ahora bien, como nunca le daban el papel se sintió avergonzado y dejó de llamarme. Pero los actores ejercemos de mentores los unos de los otros constantemente. Nos esforzamos para que nuestro compañero de escena dé lo mejor de sí mismo. Porque si tú lo haces bien pero el otro actor no, la escena no será buena.

En los últimos años, interpreta sobre todo personajes secundarios. ¿Es una decisión propia o ajena?

Cuando eres joven te curtes dando vida a personajes de esos que permanecen en el segundo plano de la escena. Luego, si tienes suerte te conviertes en actor protagonista. En mi caso, cuando Mike Nichols me ofreció el papel principal en 'El graduado' yo ya tenía 29 años, aunque aun así fui afortunado, no solo porque muchos no lo logran ni a esa edad ni más tarde, sino, sobre todo, porque lo lógico habría sido que no me dieran el papel. De hecho, a punto estuvieron de no dármelo. Sea como sea, con el paso de los años inevitablemente vuelves a hacer papeles secundarios, y de nuevo solo si tienes suerte. Es el ciclo de la vida, y es un malnacido.

Mejor interpretar papeles pequeños que no interpretar ninguno, ¿no?

Qué duda cabe. Mi gran problema es que no sé estar parado, sobre todo porque nunca me he sentido completamente satisfecho con mi trabajo. Nunca me he dicho: “Ya está, lo he logrado”. Todo es mejorable. Siempre pongo el ejemplo de Picasso, un tipo que nunca daba por terminada una obra. Incluso cuando el cuadro ya estaba colgado en el museo, seguía yendo con un pincel a hacer cambios. Así me veo yo como actor con cada nueva película, con cada escena. Si por mí fuera, repetiría cada toma 200 veces.

¿Por qué dice que estuvo a punto de no hacer ‘El graduado’?

Porque los productores me odiaban. Decían que un judío tan bajito y tan feo como yo no era más que una alternativa pobre a su primera opción, que era Robert Redford. Además, mi primera prueba para el papel fue tan desastrosa que justo después de ella, cuando al sacarme las manos del bolsillo una moneda de 25 centavos cayó al suelo, un miembro del equipo se apresuró a recogerla del suelo para dármela, y me dijo: “Ten, muchacho, te van a hacer falta”.

Desde entonces, se granjeó cierta fama de actor problemático. ¿Qué hay de cierto en ella?

Bah, tonterías. Ustedes los periodistas son unos vagos y nos ponen etiquetas. Entre los actores de mi quinta, Warren Beatty era el que se acostaba con todas las mujeres; Jack Nicholson, el que se drogaba, y yo, el que discutía sin parar con los productores. Una vez, Jack le lanzó a Roman Polanski un televisor a la cabeza, pero eso nadie lo sabe. En cambio, mis conflictos siempre salían a la luz. No sé por qué.

Su primera película como director, ‘Cuarteto’ (2012), ya estaba ambientada en el mundo de la música. ¿Es ser músico su vocación frustrada?

Tal vez. Estudié piano cuando era niño, pero tengo las manos demasiado pequeñas. Pero no hay ninguna relación entre el tamaño de las manos y el de otras partes del cuerpo, ¿de acuerdo? Solo bromeo. En todo caso, el tamaño no siempre es un problema. ¿Ha oído hablar de Tyrone Bogues Spud Webb? Fueron dos jugadores de baloncesto bajísimos, y uno de ellos dijo: “Los otros son los amos del aire, pero el suelo es mío”. En realidad, mi gran hándicap con la música es que nunca he tenido buen oído.

¿Por qué tardó tanto tiempo en ponerse tras la cámara?

Lo intenté una primera vez hace cerca de 40 años, y casi muero en el intento. La película se llamaba 'Straight Time', y yo iba a producirla, dirigirla y protagonizarla. Teníamos tres semanas de rodaje nocturno, y yo andaba tan exhausto que el tipo de maquillaje me ofreció una pastilla. Era una anfetamina, y me permitió trabajar 24 horas del tirón. No tardé en engancharme a ellas. Un día, después de una pausa para el almuerzo, fui incapaz de levantarme de la silla. La película acabó cancelándose.

¿Y qué pasó con su adicción?

Me llevaron a un psiquiatra, que me dijo: “Estas pastillas harán tu vida más corta”. Y yo le contesté: “Pero me permiten trabajar más rápido, así que no me importa”. En esa época, si Dios me hubiera dicho: “Si me das 20 años de tu vida, yo te daré una gran película”, habría aceptado. El caso es que poco después tuve que ir a urgencias porque el corazón estaba a punto de explotarme. El médico me dijo: “Ha estado usted a un pelo de sufrir daños irreparables”. Desde entonces, no más drogas.

¿Por qué tomó tantos riesgos por la profesión?

Todos los actores deseamos a toda costa que nos quieran, y para ello estamos dispuestos a hacer lo que haga falta para complacer a los demás. Y combatir esa necesidad no es fácil. Salvador Dalí admitió una vez que, cuando se dio cuenta del tipo de pintura que le gustaba a su público, empezó a hacer el mismo cuadro una y otra vez. Todos nos hemos vendido alguna vez a cambio de un aplauso.

¿Qué es lo más importante que ha aprendido a lo largo de su carrera?

Con el tiempo he aprendido a ser humilde. Yo solía ser un gilipollas arrogante, me tomaba a mí mismo demasiado en serio. Me di cuenta de que con el tiempo tu película se proyectará en una sala de cine y, por muy extraordinario que tu trabajo sea, allí en el patio de butacas tienes que luchar contra el impulso instintivo del espectador a mirar su reloj o susurrar a su novia: “Cariño, ¿voy a buscar más palomitas?”.

¿Le preocupa que le olviden?

Mucho. ¿A que no conoce usted a Dustin Farnum?

No.

Mis padres eran muy pobres, y el día que yo nací mi madre compartió habitación de hospital con otras cinco mujeres. Querían que yo fuera una chica, y habían pensado en muchos nombres femeninos. Cuando salí se sintieron muy decepcionados, y además no tenían un nombre para mí. La mujer de la cama de al lado estaba leyendo una revista en cuya portada estaban Dustin y William Farnum, dos hermanos que empezaron como actores shakespearianos pero acabaron haciendo de vaqueros en wésterns. Por eso yo me llamo así. Y siempre he temido acabar como el otro Dustin. 

Pero usted tiene un sitio garantizado en la historia del cine. Formó parte de una de las épocas doradas de Hollywood.

Sí, en los 60 y los 70 los estudios de Hollywood hacían un tipo de películas con las que actualmente no se atreverían. Pero ¿sabe? Todo cambia. En esa época, si hacías televisión eras un perdedor, y fíjese ahora: para conseguir buenos papeles, la mayoría de los actores vuelven la vista hacia la pequeña pantalla.

En su opinión, ¿por qué ha sucedido así?

El problema es que los guionistas de cine, que en realidad son los grandes artífices de toda la industria cinematográfica, en los últimos años se han convertido en ciudadanos de tercera clase. Tienen menos y menos poder cada día. En televisión, sin embargo, el creador y escritor de la idea es también el tipo que controla la producción. Es por eso que los escritores de talento se acaban yendo a la televisión. Como consecuencia, la televisión de ficción está pasando por el mejor momento de su historia, mientras que el cine está pasando por el peor de la suya. Así que, señores de la HBO, permítanme recordarles que estoy disponible.

¿Ha pensado alguna vez en retirarse?

No, en absoluto. Vuelvo a citar a Picasso, que dijo una vez: “Si me quitan la pintura usaré acuarelas; si me quitan las acuarelas usaré tinta; si me quitan la tinta usaré un lápiz, y si me quitan el lápiz pondré saliva en mi dedo y lo usaré como pincel”. Yo pienso igual. No sé estar parado. Incluso cuando estoy de vacaciones tengo que tomar notas o garabatear en un cuaderno, porque cuando me quedo quieto me siento fracasado. A veces me pregunto cuántos años me quedan. Un perro suele vivir 12 años, y el perro que tengo ahora casi los ha cumplido. Cuando muera, puedo comprarme otro que me durará poco más de otra década. Y luego puedo comprarme otro que me durará hasta que yo cumpla los 100 años. Es decir, me quedan tres perros de vida.