Björk, víctima del desamor

La cantante publica el disco 'Vulnicura', una crónica cruda de la ruptura con el padre de su hija

La intérprete islandesa, en una imagen muy colorida.

La intérprete islandesa, en una imagen muy colorida. / EL PERIÓDICO

JUAN MANUEL FREIRE / BARCELONA

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De nada sirve buscar una artista pop de nuestro tiempo con una mentalidad tan abierta como Björk. Dicen que, en sus días de aprendizaje en la Barnamúsikskóli de Reikiavik (Islandia) –una escuela de música para niños ahora conocida como la Tónmenntaskóli–, ya se oponía a la obsesión de sus profesores por los canónicos Bach, Mozart y Beethoven y solicitaba una apertura hacia otros frentes.

A los 11 años, Björk ya tenía disco: 'Björk', un álbum casi por entero de versiones. Le ofrecieron grabar un segundo, pero ella rehusó la oferta, aprovechó el dinero del primero para comprarse un piano y empezó a componer canciones: sus canciones.

Le llevó un tiempo dar con su propia y expansiva voz. Antes de la Björk que conocemos y amamos hubo una punk (en el proyecto 'Spit And Snot'), una jazz fusion ('Exodus') y otra líder pop casi convencional (con The Sugarcubes). A principios de los 90, se fue a vivir a Londres y ahí surgió una fascinación por la electrónica que derivó en un segundo debut definitivo.

Cuando se habla de discos clásicos de los 90, 'Debut' (así se llamaba, dejando claro que lo de antes había sido todo un ensayo) ocupa siempre un lugar privilegiado. El álbum, de 1993, reunía el pasado (folclore islandés, jazz) y el presente (dance music) de Björk en canciones redondas: 'Human behaviour', 'Big time sensuality', 'Violently happy', por citar solo unas cuantas.

Desde entonces, cada lanzamiento de Björk se ha presentado como una promesa de ambición y emoción, de vanguardismo y gancho pop, todo en uno. Ningún álbum es exactamente igual al anterior, sino que surge en realidad como una especie de respuesta a aquél. Uno puede apostar por la suma estricta de electrónica helada con cuerdas fogosas ('Homogenic', de 1997). Otro, estar grabado únicamente a partir de la voz humana ('Medúlla', del 2004). Y el penúltimo, 'Biophilia (2011'), ser al mismo tiempo disco, espectáculo, aplicación para iPad: el experimento total.

El reciente 'Vulnicura' da respuesta a varias cosas. Es una respuesta a quienes aseguran que, últimamente, Björk se había escurrido por una espiral de ensayismo sin alma. Pero, sobre todo, es una respuesta al hombre que la abandonó después de 13 años de relación, dejándola a ella y a la hija de ambos, de 12 años, en un lago negro de confusión. Es su disco más personal. Su disco de ruptura: un subgénero con clásicos como 'Blood on the tracks' de Bob Dylan, 'Rumours' de Fleetwood Mac o 'Tunnel of love', de Bruce Springsteen.

Letras confesionales

Lo curioso es que Björk tampoco ha sido ajena a las letras confesionales. Ahí están los versos de 'Unison', una canción escrita en 2001 para celebrar, precisamente, el inicio de su amor con el artista Matthew Barney, el hombre que ahora ha generado sus canciones más punzantes. En su estribillo repetía, una y otra vez: "Nunca pensé que me comprometería".

Las letras de 'Vulnicura' son, además del negativo emocional de aquéllas, todavía más específicas, directas, claras. Tanto que a veces sabe mal escucharlas, como si estuvieras siendo testigo de algo demasiado íntimo. Según Björk, "son letras escritas de forma impulsiva, aunque luego refinadas para que reflejaran la historia realmente de forma legítima". El relato resultante habla de un romance disuelto básicamente por culpa de Barney, cada vez más distante, sin ganas de luchar, mientras ella se preocupaba por mantener unida a la familia.

En el libreto que acompaña a la edición digital del disco se pueden leer indicaciones temporales sobre cada canción (la trama es cronológica). Se abre con 'Stone milker', situada nueve meses antes de la ruptura. En ella, Björk pide: "Muéstrame respeto emocional, ¡oh, respeto!, ¡oh, respeto! / Tengo necesidades emocionales, ¡oh, necesidades, ooh! / Me gustaría sincronizar nuestros sentimientos, nuestros sentimientos, oh ooh". Es devastadora.

Esta no es la peor parte –al fin y al cabo, es solo nueve meses antes–. Posteriores temas profundizan realmente en la virulencia de la ruptura, particularmente a la altura de Black lake –"dos meses después"– que son 10 minutos de asalto directo a Barney por sus aparentes egoísmo y falta de sensibilidad. "Nuestro amor era mi útero / Pero nuestro lazo se ha roto / He perdido mi escudo / Me han quitado mi protección", canta ella con el único acompañamiento de unas cuerdas crepusculares. Cuando llega la parte rítmica, la amante desprotegida empieza a coger entereza: "Tú temes mis emociones sin límite / Yo estoy aburrida de nuestras obsesiones apocalípticas". Y pregunta: "¿Te quise demasiado?". Es casi una pregunta retórica, si nos atenemos a algunos de los últimos versos de la canción: "No tienes nada que dar / Tu corazón está vacío / Estoy ahogada en tristeza / No tengo esperanza de recuperarme nunca / Dolor y terror eternos".

Dudas y verdades

Ante letras así, casi parece innecesario preguntar a Björk sobre la ruptura: todo lo que uno necesita saber, quizá incluso más, ya está en esas líneas. Pero me hago preguntas, realmente. Como, por ejemplo, si la artista no tuvo dudas a lo largo del camino sobre ser tan sincera cara al público. "Por supuesto que las tuve –dice ella–. Pero todo lo que podía hacer era seguir trabajando en ellas. Acabarlas. Arreglar las cuerdas, grabarlas. Arreglar las canciones, mezclarlas, masterizarlas. Y quizá después de todos estos procesos habría pasado el tiempo suficiente para saber si podía publicarlas o no".

Por suerte para todos, todos salvo su ex, la artista creyó que podía publicarlas. Quizá sirva para otros. Vulnicura es un ejercicio de terapia al que otros podrían agarrarse. (Y aquí debería señalar el final más o menos positivo del disco: Quicksand incluye el verso: “Cuando estoy rota, estoy completa”. Quizá una orgullosa declaración de humanidad).

Según cuenta Björk, el disco la ha ayudado a salir del hoyo porque lo hizo enteramente por instinto: "Si planeas componer algo que pueda salvarte, quizá no funcione. Parecerá una contradicción, pero no lo es. Si algo va a salvarte, será porque lo has hecho sin intención de que así sea. Y son cosas que suceden una vez. Si luego intentas repetirlo, no funcionará, porque tu estado emocional será otro y quizás en ese momento sirva otra cosa, como por ejemplo, no sé, ver comedias malas".

Otra de mis dudas (o auténtica preocupación) es si no pensó Björk en cómo se tomarían sus hijos un disco de este calibre emocional. No tanto Sindri Eldon Thórsson, que tuvo con Thór Eldon, de Sugarcubes, y ya va por los 29 años, como Isadora, su hija de 12 años, fruto de su relación con Barney. "Ella lo escuchará probablemente cuando crezca… Pero creo que es importante, como padre, ser humano. Y no tratar de ser perfecto".

Mecanismo de supervivencia

Cuando se le pregunta si hubo algún cantautor, o quizá algún escritor, que sirviera como inspiración –que diera, de algún modo, permiso– a la hora de desnudarse espiritualmente, Björk solo sabe pensar en ella misma. Dice no conocer la saga 'Mi lucha', de Karl Ove Knausgård, aunque Noruega e Islandia tampoco quedan tan lejos. "Este disco fue algo muy impulsivo para mí y se convirtió casi en un mecanismo de supervivencia. Probablemente la cosa menos pensada que he hecho", afirma.

Bueno, según su baremo, lo menos pensado sigue siendo pensado, muy pensado. Björk no es solo una voz bonita –o más que eso: sublime, expresiva, hiperbólica en el mejor sentido posible– alrededor de la que otros trabajan sin descanso. Ella entiende la música como una colaboración, pero en la que ella puede aportar la mayor parte de la materia.

"¿Cómo surge hoy un tema de Björk?" es otra pregunta que necesitaba hacer, y ojalá, no tan dolorosa como las anteriores. "Cada canción es distinta –comenta–. Puedo empezar con un sonido o con una letra. Pasan las dos cosas. Me aburro con facilidad, así que tengo que usar más o menos un método distinto para cada canción".

Con 'Vulnicura', regresa a un binomio del que ya tiró en el clásico 'Homogenic' de 1997: electrónica y cuerda. Ella misma se encargó de lo segundo. Una de las formas que ideó para superar sus traumas emocionales fue convertirse en una loca de la cuerda. Para la electrónica, contó sobre todo con la ayuda de Arca, un productor de origen venezolano cuyo sonido crudo encajaba a la perfección con el espíritu crudo del disco. "Vino a Islandia y en principio íbamos a hacer solo una canción o algo así, pero el tema evolucionó y antes de darnos cuenta habíamos hecho un disco entero".

Me han pedido que le pregunte por las remezclas del disco recién lanzadas, y cumplo, entre otras cosas porque una de ellas resulta abrumadora: la grabada por Mica Levi de Lionsong. Levi hizo la música de Under the skin, la famosa película de ciencia ficción con Scarlett Johansson como alienígena cazadora de incautos escoceses. Una película muy Björk: emotiva pero extraña, con visión personal. "Me encanta la música de esa película y me resulta difícil imaginarla sin ella", dice.

Actriz puntual

Si es usted admirador, como muchos, de la película 'Bailar en la oscuridad', sepa que Björk no piensa actuar en mucho tiempo. Échenle la culpa a los crudos métodos de trabajo de Lars von Trier. "Solo tengo tiempo para la música. Hay demasiada música que quiero hacer y solo tengo tiempo para ello. No puedo añadir actuar a mi lista de tareas pendientes", zanja.

En su lista de tareas pendientes figura un concierto en el Poble Espanyol de Barcelona, el próximo viernes 24 de julio. Según se comentó, Björk había mostrado su interés por actuar en el MACBA, aunque ahora asegura no estar familiarizada con el museo. "Viajaré con las canciones, pero no con la exposición". Y es que el Museo de Arte Moderno de Nueva York, el MoMA, le ha abierto recientemente las puertas con una exposición temporal por su valentía al experimentar con la música y el arte durante 20 años.

Antes de haber ofrecido muchos conciertos con las canciones de 'Vulnicura', Björk, que tiene 49 años, aseguraba ser consciente de que podía ser difícil regodearse en la ruptura noche tras noche durante toda una gira. "Tendría que llorar y ser un desastre", explicaba. Pero pasado tras el primer impacto de llevar esa música al escenario, parece más tranquila: "Algunas canciones se han convertido en solo eso, canciones. Eso es lo que amo de la música, su capacidad de abstracción. Empiezan las tres primeras notas y estás en otro lugar, en una especie de espacio emocional. Con otras canciones no sucede lo mismo, son más crudas y difíciles, y tienes que lidiar con ellas", asegura.

Escuchar, observar 'Black lake' en primera fila es como mirar por un agujero en la sesión de terapia más cruenta de una víctima del desamor.