Ibáñez: "Si hay una pareja bien avenida en este mundo es mi taburete y mi culo"

Hace 57 años que convive con Mortadelo y Filemón y sus agentes de la T.I.A. ahora persiguen al tesorero del Partido Papilar

Francisco Ibáñez, en su estado natural: riendo y con un rotulador en la mano.

Francisco Ibáñez, en su estado natural: riendo y con un rotulador en la mano. / JOAN CORTADELLAS

ANA SÁNCHEZ

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Es el dios de los tebeos: capaz de crear un mundo completo en menos de siete días. Omnipresente, omnisciente y omnipotente en papel desde antes incluso de la era de Jordi Hurtado. Así que, al verlo en persona, uno no sabe si darle dos besos o pedirle un milagro.

Es Francisco Ibáñez. El F. Ibáñez de la firma de los Mortadelos. Más que éxito, lo que ha alcanzado él, suele decir, es un “desmanganillamiento general de la columna”. Si no está en el Guinness de los récords, seguramente es porque nadie se ha tomado la molestia de contar sus tebeos. "Podría salir no cuántos personajes he dibujado –bromea él–, sino cuántos dedos he hecho”. Solo desde finales de los 80 (desde que publica con Ediciones B), ha vendido más de 30 millones de cómics. (No hay cifras oficiales de su etapa en Bruguera, en la que se llegaron a tirar 300.000 Mortadelos a la semana). ¿Que si se ha hecho millonario? “Bueeee… –responde él–. Eso tampoco me preocupa demasiado".

Es el padre de Rompetechos, de Pepe Gotera, del Botones Sacarino y, sobre todo, de los agentes de la T.I.A. Mortadelo y Filemón. "Yo he pasado más horas con Mortadelo que con mi mujer y mis hijas", resopla. 57 años. "Es como un miembro más de la familia". Un hijo más. "No es de mi sangre, pero es de mi tinta, coño". 

"Lo que dicen algunos lectores [pone voz de chismorreo]: 'A ver, un momento, si el personaje tiene casi 60 años, ¿cuántos tiene el autor?". 

Ibáñez cumplió 79 años el mes pasado. Y no le asustan los 80. "Mientras pueda caminar y defenderme por mí mismo, me tiene completamente sin cuidado". Así que llevan preguntándole por la jubilación casi la mitad de los años de la jubilación. "¿Qué es eso?", responde con voz de Mortadelo. "El día que me ponga delante del papel, esté 24 horas y las 24 siguientes y no se me ocurra nada, ese día cogeré todos mis papeles, todos los lápices, haré un montoncito, pondré una cerilla debajo y a hacer puñetas todo". Él, que es muy de onomatopeyas, dice que la jubilación llega con el "boom". "La cabeza contra el tablero y se acabó", se ríe.

Más que sentar la cabeza, lo que Ibáñez ha esperado siempre es levantar el culo. "Si hay una pareja bien avenida en este mundo es mi taburete y mi culo", se ríe. "Sin ninguna queja, algún bufido de vez en cuando", se carcajea. Así que su biografía, dice, ocuparía tres líneas: "Ibáñez fue un gilipollas que trabajó, trabajó y trabajó y no tuvo tiempo de nada más". Ni siquiera, añade, ha cambiado nunca de esposa, ni de hijos (tiene dos hijas y dos nietos, de 12 y 7 años. Ninguno dibujante). "Soy más monótono que la puñeta. Soy el tío más aburrido que existe".

Ha publicado esta semana el cómic número 200 de Mortadelo con Ediciones B. 'El Tesorero'. Los agentes de la T.I.A. persiguen a un clon de Bárcenas que, cuando entra en el banco, le ponen alfombra roja y un cardenal bendiciendo el momento. Y hace la peineta con la misma soltura que el extesorero del PP.

Es un tebeo terapéutico. Deberían venderlo en la farmacia junto al Trankimazin. Se llevan mamporros el tesorero del Partido Papilar, Mamerto Rojoy, Servando Rubacalva y Demetria Costipal (el álbum se hizo antes de la era de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias). La primera firma de Ibáñez con el tebeo en la calle será el próximo día 18 en el Salón del Cómic.

A continuación, Ibáñez se deja interrogar como si estuviera en una de sus viñetas. ¿El objetivo? Descubrir qué se le ha pegado de sus dibujos animados. A primera vista, tiene el aire de un Rompetechos sin tantas dioptrías, y voz grave de exfumador doblemente empedernido (fumaba también en su versión dibujada). Suelta onomatopeyas de difícil transcripción y, al reír, le desaparecen los ojos, como a sus personajes. Es amable y humilde hasta la exageración de los tebeos. Y más que reír al hablar, él habla al reír, como si el jajaja fuera uno de sus gags de fondo.

Cuando se enfada, ¿usted insulta en chino como en sus tebeos? Si no me queda tiempo de enfadarme prácticamente [se ríe]. ¡Ni conmigo mismo! No me enfado jamás yo.

¿No? A veces, sí. Por las cosas de casa, las tonteriítas. No es fácil vivir las 24 horas del día en la misma casa. Que la mujer está deseando que te vayas el día por ahí de una puñetera vez [se ríe].

¿Usted corre menos que una lombriz con artritis, como Filemón? [Responde riendo] Me parece que eso de correr se acabó. Se acabó, se acabó.

Sí practicará levantamiento de porrón. Eso por descontado [se ríe]. Por descontado. Eso que no me lo quiten, mire usted.

¿Le ha pasado algún gag digno de sus tebeos? Sí, te piden dibujos en los sitios más impensables del mundo.

Hasta en la camilla del hospital. La semana pasada [se operó de una hernia], en la camilla, el tipo que me llevaba al quirófano, poco antes de entrar: “Hazme un dibujito”. En un entierro, en el momento álgido, un silencio absoluto, un señor sale de entre la gente: “¿Usted es el Ibáñez? ¿Me hace un dibujito para la nena?”.

¿Su momento más memorable? A veces me preguntan por esas tontadas de los premios. Algunos tengo, pero no me interesan demasiado. Y eso de las menciones, los certificados… Mire, tengo en casa un certificado en la pared que dice: “Certificamos que Ibáñez está vacunado contra la viruela” [se ríe].

¿Prefiere esos certificados a los premios? El premio de verdad para mí es cuando voy a una firma y veo a 200 personas esperando. Cuando veo a ese crío que te mira con unos ojos como platos y no se atreve a decirte nada.

Usted fue un Botones Sacarino, pero en el Banco Español de Crédito. Sí, aquello es una reminiscencia, un recuerdo de mis tiempos…

Se le quedó un hombro más bajo que otro [por los golpecitos del apoderado cuando le pillaba dibujando]. [Se ríe] Eso es cierto, sí, sí. A veces me dicen. “Tú trabajaste en un banco”. No, no, no. Yo estuve en un banco, lo cual es muy distinto, mire usted.

Allí aprendió a dibujar. La cantidad de dibujitos que llegué a hacer allí... [Pone voz del apoderado] “Ibáñez, ¿otra vez?, hombre, por Dios”. Aquello era lo más aburrido del mundo. Bueno, también tenía sus momentos. También tenía amigos.

¿Y qué queda de aquel potencial banquero? Porque usted estudió para eso. Sí. Como el que entra en la Armada pensando en convertirse en almirante y al cabo de un tiempo se da cuenta de que los tiros no van por ahí [se ríe]. No queda nada, nada absolutamente.

De hecho, suele decir que en su vida ha perdido "mucha pela y mucho pelo". [Se ríe]. No estaba preparado para eso. Antes de meterme en asuntos de finanzas, digo aquello de “¿mande?”.

¿Lo de perder pelo es porque probó el crecepelo de Bacterio, como Mortadelo? Mucha coña, ¿eh? [se ríe], mucha coña.

Usted tampoco entiende de tecnologías, como los agentes de la T.I.A. Para cualquier problema que surge con el funcionamiento de estos cacharritos, de los móviles, tiene que venir mi nieto.

¿Lleva móvil? Sí, pero no sé cómo funciona.

Tampoco utiliza ordenador. Hice un álbum que se llamaba El ordenador, qué horror. Y lo que pongo allí, que parece de mucha coña, era absolutamente cierto. Una vez mi hija me regaló un ordenador. “Papa, deja ya el tam tam. Utiliza esto”. Aquel ordenador me quitó la salud. ¡Aquel cacharro miserable me enseñaba cómo tenía que escribir! ¡Pretendía corregirme! Yo ponía una palabra y me la tachaba, me la quitaba, me la ponía en otro color. “¡Pero, desgraciado, si soy yo!”. Llegó a salirme lo que yo escribía en una columna de arriba abajo, una letra encima de la otra. Y el ordenador se fue a un rincón de un armario. No quise saber de él nunca más.

Así que sigue escribiendo con máquina de escribir. La única ventaja es que, mire, es eléctrica, sí. Y la seguiré utilizando hasta el final. El problema va a ser cuando se rompa, que imagino que ya no se venderán. Será algo espantoso.

¿Y qué hará? Volveré al boli y al papel. Y, si no, volveré otra vez a la tablilla y al [suelta una carcajada] cincel. Porque yo no voy a aprender el ordenador ni puñetas de esas. Que no, que no, que no. Ni internet, ni cosas de esas. Si hay una cosa que me horrorice yendo en transporte público es que las caras ya no se ven. Son todo cabezas inclinadas con un cacharro delante. Todo el mundo está con el clic, clic, clic, clic.

¿Ha visto estrellas al pegarse algún golpe? [Se ríe] Alguno me he pegado que me ha recordado a los personajes. Una vez me subí a una escalera, el suelo estaba mojado, la escalera se hundió, caí y en el momento que caía, que noté cómo picaba la espalda con el suelo y las piernas se vinieron hacia arriba [lo recuerda riendo], en ese momento lo pensaba: "Hostia, si pudiera hacer una foto cayendo", brrrrrum.

Y, como sus personajes, ¿también se recupera de los golpes en una viñeta? Pues sí, sí. Sí, sí, sí, sí, sí, también, también, también. No dejo que me amarguen demasiado. No, no, no.

¿Ha tenido algún vecino de la 13, Rue del Percebe? A veces me han preguntado: “Oye, este tipo que sacas no seré yo, ¿verdad?” [se ríe]. No he tenido nunca problemas, yo.

¿Con el vecindario? No. Ni sacando a… no a políticos, sino a gente parecida a los políticos. No he tenido tampoco problemas. Incluso ha habido políticos que han reconocido que les gusta lo que hago.

Felipe González. Felipe González, sí. Nunca he tenido problemas. [De repente se acuerda]. ¡Una vez, sí, una vez! Antes de sacar al personaje, el nombre se lo cambias para que recuerde un poco al original. Y una vez salió un personaje con un nombre completamente tonto, simplemente para que hiciera gracia, y dio la puñetera casualidad de que se llamaba igual que un alto cargo del norte de España.

¿En serio? Recibimos una carta de su abogado diciendo que no podían aceptar que usáramos de aquella manera el nombre de su defendido.

¿Y qué pasó? Aquello se olvidó completamente. Y no volvió a pasar ya nada nunca más.

¿Le han perseguido alguna vez, como a Mortadelo y Filemón? No, no. No, no, no, no. Utilizo personajes, hechos, como excusa para montar una serie de gags. Yo no hago una historieta pensando en hacer una crítica social o política. No, no, no, no. Yo hago un álbum de Mortadelo y Filemón, ante todo y sobre todo.

¿Se ha disfrazado? Yo no, no, no, no. ¿Sabe lo que es cerca de 60 años disfrazando a Mortadelo? ¡Te vuelves loco! Una vez hice un álbum que se llamaba El disfraz, cosa falaz. Y cogí... Tengo un montón de tomos de diccionarios y empecé a buscar las cosas más raras del mundo. Saqué, no le exagero, 200 disfraces nuevecitos [se ríe].

¿Y de qué se disfrazaría ahora si fuera Mortadelo? Cogería cualquier libro de Mortadelo, haría así: brrrrrrrrrrr [mueve el dedo sobre una página imaginaria y se detiene], mire, este me hace gracia [se ríe]. De lo que fuera. De cualquier cosa.

¿Ha probado algún invento real a lo profesor Bacterio? Jo, mire, lo tenía también tan, tan, tan gastado, tan gastado... ¿Qué haremos, qué haremos para no aburrir a la gente? ¡Ya está! ¡Ya está! He hecho un álbum que se llama ¡Miseria, la bacteria! [se publicará el próximo octubre]. Sale la mujer de Bacterio. Así como Bacterio hace los inventos más estrambóticos del mundo, la mujer también, pero dentro del hogar.

Usted, en el fondo, es un inventor. Casi que sí. Sí, sí, sí. Esos que salen en el Nobel, que a veces inventan una idea... ¿Para qué coño sirve eso? [se ríe]. Lo mío sirve para algo.

¿Qué es lo que sorprende a un hombre que ve a diario vacas volando y burros leyendo? Últimamente, me sorprende bastante la credulidad de la gente. Eso es lo que más me sorprende.

¿En qué sentido? Escuchan un discurso y lo creen, y lo siguen. “Y lo votaremos”. Esa credulidad general.

En política. Pero esa es otra historia. No quiero mezclarlo con el cómic. Política y cómic, aunque a veces parece que vayan muy unidos, en realidad van separados completamente.

¿Y en qué cree usted? Yo creo en mí mismo, en mi trabajo, en los míos, en la familia.

Si pudiera, ¿borraría con goma de borrar alguna viñeta de su vida? No, no, no, no, no. Una cosa trajo la otra. No, no, no, no, no. Cada acto de nuestra vida ha llevado encadenados los siguientes. Si borramos los de atrás, posiblemente tendríamos que borrar todo lo demás.

¿Y cómo será su última viñeta? No habrá. Cuando yo desaparezca, que desaparezca por completo, ¿eh? Vamos a la incineración y se acabó [se ríe]. Listo.

Suele decir que se ve tranquilamente en la tumba y una mano desde fuera tocando en la lápida: "Venga, déjate de tonterías y sal a trabajar". Aún me lo temo, aún me lo temo. Que en el último instante, alguien abra el portón: “¿Me harías un dibujito?”. Me lo veo venir [se ríe], me lo veo venir.

Pues usted es un poco pitoniso. En los 80, pintó un avión chocando contra las torres gemelas. Recibí una cantidad de cartas: que tú eres un adivino, que tú lees el porvenir; oye, dime la combinación de la Primitiva para la semana que viene, que tú promueves el terrorismo [se ríe]. Fue de miedo aquello.

Así que usted sabrá: ¿cómo pinta el futuro? Bien. Yo lo veo bien, digan lo que digan. El futuro siempre será la gente, dejando aparte a los políticos. Y la gente siempre tira para delante. De una forma o de otra, siempre tira para delante.

Lo dice un niño de posguerra. Exactamente.

¿Cuántos años llevan preguntándole por la jubilación? A veces lo pienso: voy a descansar. Pero si lo pienso con frialdad: ¿qué haría entonces?

¿Y qué haría entonces? No sé hacer nada más.

¿Su mujer qué le dice? A veces dice: "Xgsgdhs Descansa. Xsdfdj. Déjalo correr". A veces dice: "Hijo mío, tú en tus historietas tendrás una gracia tremenda [se ríe], pero en casa eres un palo que no hay quien te aguante". Y me temo que tiene razón, ¿sabe? [se ríe]. En casa me molesta todo, hasta el gato pasando me molesta.

¿Por eso en sus historietas los ratones hacen perrerías a los gatos? [Se ríe]. El ratoncico y el gato… Por eso yo aguantaré mientras pueda. Voy a seguir hasta el final. Mientras pueda aguantar el lápiz con la mano, seguimos para delante.

¿Qué es la felicidad para Ibáñez? Es quizá ese pequeño momento en el que estás leyendo un álbum o en otra situación cualquiera y pasarlo bien, sencillamente. Pasarlo bien. Sin buscar las grandes cosas. No, no, no. Los pequeños detallitos son los que te hacen feliz. Ver que tu nieto ha hecho cualquier gracia y ni se ha percatado de que lo estás mirando. Esos pequeños detalles son la verdadera felicidad. Las pequeñitas cosas. Las más pequeñitas del mundo.

Usted es feliz. Sí, sí. Y ver que profesionalmente la gente acepta lo que haces. Eso es magnífico.

Autorretratado para la portada de este número

Suda tinta por sus personajes. "Ya lo creo que hacen sudar, ya". Aunque el Ibáñez real aún no ha intentado pintar con los pies. "Mire que me gustaría saber por lo menos con la mano izquierda", suplica. Si le llaman "dibujante", se llevará las manos a la cabeza. "Qué más quisiera yo", dice. "Historietista", corrige. "Es el conjunto del dibujo y el guion". Ese es el secreto del éxito, asegura: "Trabajar mucho el guion".

Su aspecto

"Nunca me ha preocupado mi aspecto –confiesa–. Nunca he tenido esas manías. Una vez, no me acuerdo qué edad tenía, estaba en un ascensor, de aquellos que tienen varios espejos, 40, o 50 o 700, y de aquello que te ves, raaaaaaaa, en uno de esos 40 o 50 o 700, que me cogía de espaldas. Y entonces me di cuenta: 'Joder, si no tengo pelo aquí ya' [se ríe]. Ni me había dado cuenta".

El primer dibujo

Fue un ratón. "Cuando yo era chiquitito –recuerda–, me gustaba coger un papel, si encontraba un papel, que entonces no había ni papel, ni lápices, no había nada de nada". Era un niño en la Barcelona de posguerra. "Lo hice en la esquina de un periódico y mi padre lo llevó toda su vida en la cartera". Ibáñez lo descubrió cuando su padre falleció.