Pasolini, el león entre conejos

Una película de Abel Ferrara, con Willien Dafoe, resucita al genial artista italiano 40 años después de su asesinato

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Nando Salvà

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“Estamos todos en peligro”, declaró Pier Paolo Pasolini solo unas horas antes de ser asesinado, y, aunque no hablaba estrictamente de sí mismo, sino de la sociedad occidental en su conjunto, es posible que sus palabras encapsularan la certeza de que su tiempo se agotaba. O quizá no, porque su agenda inmediatamente posterior a ese día fatal estaba llena de obras que completar, de cartas que mandar, de reuniones que mantener. Quién sabe. Después de todo, exactamente igual que sus personajes, Pasolini era una criatura hecha de paradojas, y nunca trató de resolverlas sino de nutrirse de ellas.

Era un creyente comunista y tozudamente blasfemo, y un hombre de gran intelecto proclive a dejarse llevar por los instintos carnales. Es decir, estaba predestinado a chocar con el mundo en el que vivía. “Escandalizar es un derecho y ser escandalizado es un placer, y quienes se niegan a ser escandalizados son unos moralistas”, dijo una vez, y se pasó la vida actuando en consecuencia. En parte por eso, su figura nunca ha dejado de estar entre nosotros, aunque en breve vayan a cumplirse 40 años de su asesinato. En parte también, por supuesto, porque el crimen sigue envuelto en misterio e interrogantes.

Su cuerpo, un amasijo de huesos

Pasolini fue hallado muerto el 2 de noviembre de 1975 en una playa en Ostia, a escasos kilómetros de Roma. Su cuerpo había quedado reducido a un amasijo de huesos y carne tras, según la autopsia, primero haber recibido una paliza salvaje y luego haber sido atropellado por su propio coche, el llamativo Alfa Romeo que Pino Pelosi, un chapero de 17 años, conducía al ser arrestado aquella misma madrugada. El joven confesó inmediatamente haber matado al cineasta, a golpes y en legítima defensa, después de que este, según relató, hubiera tratado de sodomizarlo con un palo de madera.

Fue el único condenado por aquel crimen, pese a que su versión estaba llena de inconsistencias. ¿Por qué en la ropa del muchacho no había rastro de sangre? Si el jerséi verde encontrado en el coche no pertenecía ni al homicida ni a la víctima, ¿de quién era? ¿Por qué había huellas ensangrentadas de Pasolini en el techo del vehículo? ¿Es cierto que, como algunos testigos aseguraban, el Alfa Romeo había estado siendo perseguido por unos misteriosos motoristas aquella noche?

Sea como fuere, “era lógico que le esperara una muerte así”, opina el director neoyorquino Abel Ferrara, que en su nueva película, 'Pasolini', recrea unos hechos que nunca llegarán a aclararse. “Es como si un acontecimiento de su imaginación hubiera cobrado vida, entre otras cosas porque sus ficciones siempre estuvieron impregnadas de todo lo que tocó, olió y probó en las calles más oscuras de Roma, mientras hacía migas con chicos dispuestos a dejarse hacer lo que fuera a cambio de una chupa de cuero”. Para el italiano, es cierto, el lumpen ejercía un peligroso poder de seducción, y así lo había retratado en 'Mamma Roma' (1962), que protagonizó para él Anna Magnani.

‘Pasolini’, en todo caso, no añade ruido al asunto: no hay ni misterio ni nuevas y sorprendentes revelaciones. Según Willem Dafoe, que en pantalla logra un parecido asombroso con el italiano, “no tiene sentido hacerlo”. “Su muerte –continúa– es como el asesinato de Kennedy: cada fuente a la que preguntes te dará una respuesta distinta. Elucubrar teorías al respecto sigue siendo un pasatiempo nacional en Italia”.

Tocar la narices

Entre ellas, claro, triunfan las conspirativas. Al fin y al cabo, Pasolini había tocado las narices a mucha gente poderosa. Los 70, recordemos, fueron una década muy violenta en Italia, y él señaló como principales culpables a una clase política que consideraba degenerada. “Es un país ridículo y siniestro”, decía. “Es un poder que manipula al pueblo del mismo modo en que Himmler y Hitler lo hicieron en su día”, afirmaba de los democristianos, que llevaban en el Gobierno de forma casi ininterrumpida desde la caída del fascismo. Y en Saló o los 120 días de Sodoma (1975), a punto de estrenarse cuando fue asesinado, satirizaba el régimen de Mussolini y retrataba a sus seguidores como sodomitas sádicos. Nunca se calló nada. A lo largo de su vida fue procesado una treintena de veces por blasfemia y obscenidad, y en general era considerado un disidente incluso por el Partido Comunista Italiano, al que acusaba de echar a los trabajadores a los perros del capitalismo. “Ese sentido de exclusión no merma, sino que aumenta mi amor a la vida”, aseguraba él.

No es difícil entender por qué un director como Ferrara siente atracción por Pasolini. Ambos comparten una visión fílmica que abraza la transgresión política y cultural y la marginalidad social. Ferrara es un autor con una visión decididamente pesimista cuya obra se ha centrado en violaciones –'Ángel de venganza' (1981)–, policías podridos –'Teniente corrupto' (1992)–, artistas del asesinato en serie – 'El asesino del taladro' (1979)–, adicciones vampíricas – 'The addiction' (1995)–, narcotráfico – 'El rey de Nueva York' (1990)–, escenarios apocalípticos –'4:44 Last Day on Earth' (2011)– y asaltos sexuales en las altas esferas políticas – 'Welcome to New York' (2014)–, un menú cinematográfico con el que Pasolini, sin duda, disfrutaría. “Su cine me corre por las venas. Si me sacas una muestra de sangre, lo verás. Y sé qué tipo de persona era. Yo he recorrido las mismas calles de Roma, aunque no buscaba chicos, sino drogas. Entiendo qué sentía”.

Un millón de Pasolinis

En los cines esta semana, 'Pasolini' es un creativo homenaje al legado del director, poeta, novelista, periodista, guionista, pensador político y filósofo que, a su manera, abanderó el renacimiento intelectual y artístico de la Italia de posguerra. No es, conste, lo que entendemos por biopic, y eso significa que carece de todos los clichés que asociamos al cine biográfico. “Hemos imaginado su estado mental durante los últimos días de su vida”, explica Dafoe, que da vida al italiano con una intensidad tierna, incisiva y melancólica. “Por eso mi trabajo no fue imitarlo ni capturar quién era Pier Paolo Pasolini”. Después de todo, añade, eso es imposible. “Hay un millón de Pasolinis. ¿Hablamos de su poesía? ¿De sus películas? ¿De su vida política? ¿De la privada?”. Para recrear sus últimas 72 horas, Dafoe se sumergió tan a fondo en el personaje que hasta vistió la ropa original que había pertenecido al director.

La película, pues, recrea una colección de fragmentos, y lo hace de una forma menos estrictamente narrativa que poética e impresionista. Recién llegado de un encuentro con Ingmar Bergman en Estocolmo, Pasolini ultima el montaje de 'Saló' y se prepara para el escándalo que su estreno va a provocar; escribe una carta a Alberto Moravia en la que le habla de su nueva novela, 'Petróleo', que investiga la relación entre la industria petroquímica italiana y la Mafia –de nuevo, Pasolini haciendo amigos–, y trabaja en el guion de la que iba a ser su nueva película, 'Porno–Teo–Kolossal'; almuerza en casa con familiares y amigos; conversa con el periodista Furio Colombo en la última entrevista de su vida, que encapsula su ideario político –“este sistema social nos entrena para ser gladiadores que poseen y destruyen”–, y cena con Ninetto Davoli, que fue su amante y que protagonizó varias de sus películas.

Un guion no acabado

Ferrara incluso se atreve a plasmar en imágenes parte del guion no acabado de Porno-Teo-Kolossal. En ellas, dos iluminados vagan por una Roma bacanal, donde las comunidades de gais y lesbianas se reúnen una vez al año con el fin de propagar la raza. Esta, uno siente, era la utopía de Pasolini: un mundo en armonía alegre y sexualmente tolerante. “Para él no existían limitaciones de índole moral”, recuerda Dafoe. “El tipo vivía con su madre, ella lo despertaba cada mañana con un beso, y luego por la noche merodeaba los alrededores de la estación en busca de sexo. Pero ambas facetas de su vida se retroalimentaban”.

Tal vez fuera esa capacidad única de abrazar por igual lo sagrado y lo profano lo que le proporcionó una visión preclara y en última instancia profética de adónde iba la sociedad. Según Ferrara, “Pasolini es como Aristóteles: lo que dijo en su día era tremendamente poderoso, y lo seguirá siendo dentro de mil años”. Y, sin duda, la crítica al capitalismo consumista y los materialistas valores burgueses que contenían películas como 'Pajaritos y pajarracos' (1966) y 'Teorema' (1968) mantienen plena vigencia. Para él, el consumismo no era mejor que el fascismo, porque era ese nuevo poder económico lo que había llevado a Italia a la más absoluta degradación cultural.

Anticipado a su tiempo

“Sabía que daba igual si esos chicos con los que estaba eran del gueto o de la familia más acomodada de Roma, solo pensaban en el Rolex que él llevaba en la muñeca, y en cómo hacerse con él. Igual que los jóvenes de ahora”, opina Ferrara. Para Dafoe, “Pasolini supo que los avances tecnológicos nos harían ir hacia delante pero que a la vez nos harían retroceder”. En particular, el italiano vio en la televisión una influencia particularmente perniciosa, y de algún modo predijo el poder de magnates como Silvio Berlusconi mucho antes de que existieran.“Vio el boom económico de Italia y anticipó lo que le estaba haciendo a la gente, y expresó de forma muy articulada el precio que los individuos iban a tener que pagar”.

En el momento de su muerte, Pasolini tenía más de 50 créditos como guionista, había dirigido 16 películas de ficción y nueve documentales, escrito seis obras de teatro y publicado seis novelas y ocho volúmenes de poesía, y eso sin contar todas las obras que aparecieron a título póstumo. “Era un artista en constante crecimiento, en constante movimiento, intelectual, artístico y creativo”, recuerda el director de Pasolini. “Que hubiera estado trabajando durante todos esos años, y produciendo grandes cosas, no es la gran tragedia de su muerte. La gran tragedia fue la pérdida de todas esas obras maestras más que habría hecho en el futuro. Porque desde su muerte nadie ha logrado llegar tan lejos como él llegó. Era un león, y el resto somos todos unos conejos".