Hugh Jackman, el hombre que ríe

Encarna al villano de 'Chappie', la historia de un robot muy humano

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ROCÍO AYUSO

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Lo tiene todo, fama, familia y cuerpo. Su imponente presencia, además, está aderezada con una simpatía desbordante que lo diferencia de la mayoría de estrellas de Hollywood. Sí, Hugh Jackman (Sídney, Australia, 1968) es especial, un superhéroe granítico, patilludo y pendenciero (hablamos de Lobezno, obviamente) que además canta y baila y que, cara a cara, en la vida real, es el hombre de la eterna sonrisa. Da igual que hable de sus temores como actor o como padre, que haga bromas sobre sus éxitos o sus fracasos. Es risueño hasta cuando habla del cáncer de piel, que él ha sufrido y que ha conseguido superar en dos ocasiones. Habla de todo con la afabilidad de un viejo amigo, con carcajadas espontáneas y rotundas. Por algo su marca de café se llama 'The Laughing Man' [el hombre que ríe], y lo prepara y lo ofrece él mismo, como el perfecto anfitrión, antes de sentarse a hablar de 'Chappie', la nueva fábula futurista del surafricano Neill Blomkamp, el director de 'Distrito 9' y 'Elysium'.

Ya le he entrevistado varias veces y siempre es usted el más afable de los anfitriones. Nunca hay una mala cara, una mala respuesta. ¿Cuál es el secreto?

Soy actor. ¿Recuerda? Entre una entrevista y otra tengo tiempo para reponerme y ensayar mis respuestas [risas].

Le preguntaré entonces por otro secreto: los 50 años están ahí, en el horizonte. ¿Cómo lo hace para que no se le note en las carnes? ¿Cuál es el secreto para tener un ‘cuerpo Jackman’?

Cuesta, no se vaya a creer. Quizás sea porque nunca sé cuál va a ser mi próximo trabajo. Ya llevo 15 años interpretando intermitentemente a Lobezno en la saga de 'X-Men' y sería un completo error relajarme. Para mí es mejor mantenerme más o menos a tono que empezar desde cero cada vez que tengo que volver a ese personaje. En realidad, yo no soy así. Nadie tiene este cuerpo de forma natural, créame. Pero también tengo que confesar que me hace sentir bien. Me siento cómodo en el cuerpo Jackman, como usted lo llama. Siempre me estoy quejando de las dietas y del entrenamiento, de lo que cuesta mantenerse en forma, pero luego me siento mejor. Así que, aunque algún día pierda la motivación de interpretar a Lobezno, creo que seguiré con el entrenamiento. Más por cómo me hace sentir que por cómo me veo.

El cuerpo que exhibe en las películas es envidiado, sin duda, pero sus peinados quizás no lo sean tanto, ¿no cree? Y en ‘Chappie’ ha dado una vuelta de tuerca más: pelo largo por detrás y corto por delante, el corte de pelo macarra por excelencia de los años 80. ¿Algo que decir en su defensa?

O informal por detrás pero arreglado por delante, ¿no? ¿Sabe lo peor de todo? Que en mi primer trabajo, que fue una serie de la televisión australiana que se llamaba 'Corelli', allá por 1995, llevaba el mismo peinado. ¡Y allí conocí a Deborra, mi mujer! Así que, después de todo, no me importó tanto. Me trajo buenos recuerdos [risas]. Neill Blomkamp es surafricano y yo australiano, y los dos hemos visto este peinado más de lo que deberíamos, para nosotros es muy familiar. Nos reímos mucho enviándonos fotos de aquella época, de los 80 y los 90.

¿A Deborra le hizo tanta gracia?

Se rio, pero la respuesta corta es no, no le hizo ninguna gracia. Es más, lo odió, y no solo por el corte de pelo, bastante terrible ya de por sí, sino por el tinte, que era malísimo. Era así porque lo pedía el personaje, lo mismo que el corte. Y este personaje va teñido con peróxido, que te deja el pelo estropajoso y daña las puntas. Un desastre. Además, Deb tiene muchos reparos respecto a los hombres que se tiñen el pelo. Así que fue duro para nuestro matrimonio [risas]. Pero mi esposa se lo toma con humor, siempre dice que estar casada conmigo es divertido porque nunca sabe quién va a llegar a casa. Es como tener un 'affair' cada pocos meses. Y eso alegra las cosas.

¿Se considera un marido romántico? Para darnos un ejemplo: ¿qué es lo que hizo por San Valentín?

Por primera vez en mucho tiempo, lo hemos pasado juntos, lo que ya es un logro. Y fue genial pasar el día en familia. Lo normal es que nos toque pasarlo separados. No es aposta, créame, pero por una razón o por otra pasamos más cumpleaños y San Valentines separados que juntos. De todos modos, San Valentín tampoco es que sea una gran celebración en Australia y cualquier excusa es buena para celebrar que estamos juntos y compartir una cena romántica en alguno de nuestro lugares preferidos… que por supuesto no le desvelaré para que no dejen de serlo [risas].

Y cuando no está cerca, ¿es de los que le gusta decírselo con flores?

O por lo menos por carta, pero normalmente es algo más. Aun así, para mí la mejor regla para mantener el amor, para ser romántico, es conservar viva la llama de la sorpresa. Intentar no repetirte, no hacer lo mismo una y otra vez. No quiero entrar en detalles, pero en ocasiones es mejor mandar flores un martes cualquiera que esperar a que sea San Valentín. Unas flores porque sí, un “porque te quiero” sin más.

¿Y con sus hijos? ¿Es difícil mantener una vida familiar como la que tiene cuando sus oportunidades laborales no dejan de crecer?

Lo fundamental es tener claro que la familia es lo primero. Y nosotros lo tenemos. Sabemos cuál es nuestra prioridad. No estoy tan ocupado como parece. No tanto como el 99% de la población trabajadora. Yo puedo disfrutar de largos periodos de tiempo libre. Y en otros momentos, como me ocurre ahora que estoy trabajando en el teatro [con 'The river', una obra que ha estado interpretando en Broadway hasta febrero], entro a trabajar a las 18.30 y vuelvo a casa a medianoche. No es el infierno. Además, me encanta lo que hago, así que nunca lo siento como una carga. Lo único difícil es equilibrar el trabajo con la vida familiar. Pero como lo es para cualquier familia moderna.

¿Recuerda cuál fue su primer trabajo?

¿Remunerado? Repartidor de catálogos. Cobraba unos 47 dólares cada dos semanas. Algo así. Y no sabía en qué gastarlos. Conociéndome, sería en comida o en golosinas.

Entiendo que eso le sirvió para apreciar el valor del dinero…

Mucho. No soy de los que les gusta gastar. Tanto mi familia como yo somos poco materialistas. Aunque mi esposa dice que soy ahorrador, yo me veo más como alguien que evita los gastos superfluos, extravagantes. O las deudas. Me da pánico la idea de endeudarme. O de tener que aceptar un trabajo para pagar un estilo de vida.

¿Le preocupa ver a sus hijos crecer demasiado cerca de Hollywood, bajo su influencia?

Lo que más me gusta de 'Chappie' es la evolución del robot, que es casi como la de un niño que está aprendiendo. Y como muestra el filme, los niños son muy impresionables. En ocasiones, no nos damos cuenta de lo mucho que nos influye todo lo que vemos de pequeños, y lo que les mostramos a los niños. Lo que también me lleva a pensar en otra película, 'Boyhood'. ¡Las frases de los padres me sonaban tan familiares! La cantidad de veces que les habré dicho lo mismo a mis hijos. Y para ellos todo aquello no es más que ruido, algo que oyen una y otra vez pero que no retienen. Aunque también es cierto que en ocasiones hacemos las cosas más complicadas de lo que son. Recuerdo la conversación que tuvimos con la madre de Helena Bonham Carter durante el rodaje de 'Los miserables'. Es una psiquiatra reconocida [Elena Propper de Callejón] y nos dijo que nos preocupábamos demasiado por nuestros hijos. “Dales de comer y dales amor. Eso es todo”. La verdad es que el 90% de las conversaciones entre Deb y yo giran una y otra vez en torno a nuestros hijos, si estaremos haciendo lo que debemos, si nos habremos equivocado... En otra ocasión, Steven Levitt, el autor de 'Freakonomics', me explicó de la manera más persuasiva que la presión de sus amigos, de quienes les rodean, marcará más el futuro de mis hijos que todo lo que yo les diga o haga. Así que no me haga hablar de mis hijos, de si me preocupan, porque como puede ver no callo.

Hablemos entonces de ‘Chappie’. ¿Por qué esta película y no otra? ¿En qué basó su decisión?

¡Porque me encantó la historia! Para empezar, hace tiempo que quería trabajar con Neill Blomkamp. Me parece un rebelde en toda regla, un visionario. En la última década no recuerdo salir del cine y sentirme como me sentí después de ver 'Distrito 9'. Me fascinó, y eso que yo no soy especialmente aficionado a la ciencia ficción. Pero sus películas son ciencia ficción divertida, entretenida, llena de acción, pero también conmovedora y que te hace pensar. Por eso me interesé por 'Chappie'.

Y no es la primera vez que trabaja con robots. Lo hizo en ‘Acero puro’, sin ir más lejos.

Es correcto. Y me viene a la cabeza alguna más, pero no le puedo decir por qué he hecho tantas películas futuristas. O con robots. Debe de existir algo latente, en mi subconsciente, que soy no soy capaz de explicar. Lo que me gusta de 'Chappie' es que el robot es lo más humano de toda la película, el personaje con el que el espectador se puede sentir más identificado.

Bueno, eso es normal, porque entre su corte de pelo y su comportamiento, es difícil empatizar con su personaje.

Y así tiene que ser. Yo comparo el personaje de Vincent con el tipo al que Ricky Gervais da vida en 'The office'. Alguien que se piensa que es el jefe enrollado, el tío que controla y al que quiere todo el mundo, y no se da cuenta de que no le cae bien a nadie, pero tampoco nadie a su alrededor tiene agallas para decírselo.

Usted ha trabajado con grandes directores como Woody Allen, Darren Aronofsky o Christopher Nolan. ¿Dónde situaría a Neill Blomkamp en esta escala? ¿Es más artesano que un artista obsesivo?

Bueno, es cierto que Neill es alguien muy relajado, pero también tiene una visión muy clara de lo que quiere y te la hace saber. Aunque está abierto a escuchar tus ideas.

Después de tanto héroe en su carrera, ¿había llegado la hora de interpretar al villano?

Sí, y la experiencia ha sido genial. Sobre todo porque hasta ahora no me había dado cuenta de una cosa: cuando encarnas al héroe, y yo lo he hecho muchas veces, te están dando para el pelo todo el rato. No te dejan ganar más que en el último duelo. El malo siempre gana, salvo en la última pelea. Ha estado muy bien cambiar de tercio y probar otra cosa.

Y va usted a dar otro cambio de registro en breve: piensa protagonizar un musical en toda regla en Broadway, cantando y bailando cada noche. ¿Lo ha pensado bien?

Aún no tengo fecha, pero sí tengo clara una cosa: si vuelvo a retomar un espectáculo como el que monté hace unos años, 'The boy from Oz', querría volcarme más en el baile. Mi historia es la opuesta a la de Billy Elliot, y no me siento muy orgulloso de lo que le voy a contar: yo, de niño, también quería ir a una escuela de baile y debía de tener unos 11 años cuando lo dije en casa. Mi padre me dijo que bueno, que le parecía genial, pero mi hermano nos escuchó y me empezó a llamar mariposón y otras cosas por el estilo, y me eché para atrás. No lo hice. No encontré la valentía necesaria para hacerlo hasta que cumplí los 18 años. Fue entonces, un poco tarde, cuando me empecé a dedicar al baile, y me encantó. Y quisiera volver a intentarlo y ver lo que pasa. Mi coreógrafo y director, Warren Carlyle, con el que trabajé en 'The boy from Oz' y en 'Oklahoma', ganó el Tony hace un año y quiero volver a trabajar con él.

Recopilemos: usted canta, baila, sabe actuar, tiene una gran familia, e incluso sabe cómo hacer un buen café…

Y cada vez es más bueno. The Laughing Man, como compañía, está subiendo como la espuma. Ahora nos hemos asociado con las cafeteras Keurig para proporcionarles café para sus cápsulas. Está siendo un viaje maravilloso para algo que comenzó de la manera más sencilla, inspirado por la labor que Paul Newman realizó durante años [Newman’s Own, la marca de salsas para pastas y ensaladas creada por el actor, cede todos sus beneficios a proyectos educativos y de caridad]. Ahora incluso contamos con nuestras propias cafeterías. Hemos abierto una en Manhattan, en Duane Street, y a la gente le encanta saber que se pueden tomar un buen café y que todo el dinero va a parar a obras benéficas. Y a mí también. La idea de un negocio social que ayuda a quienes trabajan produciendo ese café me hace sentir muy bien, de una forma orgánica, muy primaria.

En una ocasión alguien le preguntó a Grace Kelly por qué le gustaría ser recordada. Ahora se lo pregunto a usted.

¿Por qué? Está claro, ¿no? ¡Como el hombre vivo más atractivo! ¿No es así como me llaman? O como me llamaban, creo que en el 2008 o por ahí... ¡Insuperable! [risas]. Espero que entienda que lo digo en broma. Nunca me he planteado una pregunta así, pero si me pongo a pensar... Supongo que me gustaría ser recordado como un buen padre y como un buen marido. Eso me haría feliz. ¿Qué respondió Grace Kelly?

Que le gustaría ser recordada por su amabilidad.

Buena respuesta. Siempre la mejor.