Lluís Homar retorna a 'Terra Baixa'

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LUIS MIGUEL MARCO

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Vuelve Manelic. Y su antagonista Sebastià. Y Marta. Y Núria. Y a los cuatro los encarna sobre el escenario el gran Lluís Homar (Barcelona, 1957). No se trata de un ejercicio de transformismo; más bien de virtuosismo, aunque él se quite méritos. Homar y el director Pau Miró han destilado y afinado toda la carga dramática de un texto escrito por Guimerà hace más de un siglo para reflexionar, una vez más, sobre el ser humano y sus circunstancias.

“El reto es hacer una 'Terra baixa' 2014”, proclama el actor esta mañana en el estudio de fotografía, donde le hemos pedido que, mirando a cámara, ponga cuatro caras, las mismas que les mostramos ahora. “Más que un personaje concreto, he querido reflejar con la mirada varios estados de ánimo por los que paso durante la representación”. Inocencia, ferocidad, sonrisa, llanto... de todo eso y más hay en la obra. Y en el teatro de la vida.

“El teatro no es solo palabra, es también emoción, a veces en grado superlativo. Y el cuerpo es el instrumento, así que cuantas más notas des, mucho mejor”, asegura Homar tras las fotos, ya más distendido.

Después de dirigir e interpretar ‘Adreça desconeguda’, en un mano a mano con su amigo Eduard Fernàndez, ahora ‘Terra baixa’ usted solo. ¿Vuelve renovado al escenario?

Yo vengo del teatro, soy del teatro. Y aunque es cierto que hubo momentos en los que pensaba que eso formaba parte ya de mi pasado, afortunadamente ahora siento que no. He recuperado al hombre de teatro que fui.

¿Qué le pasó?

Viví una crisis, pero la aproveché para hacer otras cosas que también me fascinan, como son el cine y las series de televisión. Esos proyectos me sirvieron para darme a conocer a más público y para poner incluso distancia de Barcelona, que tampoco está mal. Pero aquí estoy de nuevo, dispuesto a pasar las Navidades en Barcelona haciendo teatro.

Regresa a sus orígenes en sentido literal.

Sí. 'Terra baixa' es como mi alma de actor. Yo hice de Manelic por primera vez con 17 años, en el Centro Parroquial de Horta. Fue el 7 de julio de 1974, una sola función. Y a raíz de aquello, Josep Muntanyès, que tenía una compañía que se llamaba Teatre de l’Escorpí, me propuso participar en otro montaje de 'Terra baixa' haciendo otro papel. Allí estaban Fabià Puigserver, Carlota Soldevila, Muntsa Alcañiz, Pere Planella... el núcleo que después, en 1976, formamos el Teatre Lliure. Mucho después, y como cierre de una etapa importante que acaba con la muerte de Fabià Puigserver, volvimos a representar Terra baixa, ya en el Mercat de les Flors. Fue la última obra que dirigió Fabià y allí estaban, entre otros, Rafael Anglada, Andreu Benito, Emma Vilarasau y un servidor haciendo otra vez de Manelic. Eso fue en noviembre de 1990. 'Terra baixa' siempre ha sido obra de cabecera. Y ahora, a mis 57 años, siento la necesidad de volver a ella. Quizá cuando tenga 20 años más regrese como el abuelo Tomàs (risas).

Manelic ha marcado entonces su vida.

Absolutamente. Nunca recuerdo los textos de las obras que interpreto cuando dejo de hacerlos, pero hay un pasaje de 'Terra baixa' que jamás se me olvida [es un canto de Manelic a su amada Marta y lo recita de corrido]. Esta obra es un canto al amor. Hay un recorrido desde la tierra alta, inocente y pura, a la tierra baja y oscura, donde se desatan las pasiones. Y un regreso final a la tierra alta, pero desde el conocimiento que da enfrentarse a la realidad compleja del ser humano.

'Terra baixa' es un título imprescindible, un referente, y no solo para varias generaciones de espectadores y profesionales de la interpretación. “Es la pieza más traducida del repertorio catalán clásico y la que ha dado lugar a dos óperas, así que por algo será”, recuerda Homar. El añorado Fabià Puigserver la consideraba la obra “de mayor vigencia del teatro clásico catalán”. Memoria prodigiosa, recuerda también Homar que 'Terra baixa' se estrenó en Madrid, y traducida al castellano, en 1896. Y que un grande de las tablas, el actor de Badalona Enric Borràs, hizo de Manelic muchas veces “hasta los 70 u 80 años, y hasta con Margarita Xirgu”. De hecho fue su gran papel, por el que se le recuerda. “Y ahora voy yo precisamente al Teatre Borràs de Barcelona, que se llamá así por él, y con esta obra. Todo redondo”.

¿Y cómo han hecho para sacarle lustre?

Ha sido un trabajo más de quitar capas que de poner, hasta llegar a lo esencial: la tensión del triángulo. También he tenido que frenar mi tendencia a irme hacia el teatro, digamos, más clásico. Y ahí es donde entra sobre todo la dirección de Pau Miró, que es de una generación más joven que la mía y que me ha hecho visitar la tradición y plantear este triángulo desde un punto de vista y con una puesta en escena totalmente contemporáneos. Llevo más de un año con este proyecto, si no, no hubiera llegado a tiempo. Así que vamos a ver a Lluís Homar en una puesta en escena de 'Terra baixa' ahora, no el Homar de los 17 años o el de los 30. Ahora yo soy la parte pura y la oscura. Soy el pastor y el lobo. Y hasta la fragilidad, la tortura y la infelicidad de Marta están en mí.

Alguien puede pensar que eso de hacer todos los papeles es debido a los recortes en cultura.

Se podría ver así: no hay dinero y él lo hace todo, pero no (risas). No es ese el punto de partida. Yo tenía una necesidad personal de hacer ahora esta obra. Por edad me tocaría hacer de Sebastià y no de Manelic. También podría haberla dirigido... En realidad, quiero exponer el conflicto de 'Terra baixa' y ver cómo se resuelve junto con el público. Quería contarlo todo. Vivir esa oscuridad y buscar la luz con los espectadores. Quiero decirles: “Señores, es posible. La luz depende de cada uno y se puede alcanzar. Las circunstancias son las que son, pero uno mismo es el guía de su propia vida. Pese a las dificultades, uno puede llevar el barco al puerto que decida”. Esta obra tiene ese mensaje, esa altura.

Habrá quien haga de estas palabras hasta una lectura política.

Que cada uno interprete lo que quiera. A mí la tierra baja me gusta porque, aunque estén pasando cosas muy feas y haya quien parece que disfrute distorsionando la realidad, del conflicto debería surgir la reflexión. Y mirar hacia dentro de uno mismo está bien para posicionarse sobre las cosas.

¿Dónde encuentra usted su tierra alta?

En la naturaleza, que es refugio y es alimento. Yo dejo de lado la competitividad del trabajo, el ego y todo lo que usted quiera cuando miro el mar y lo relativizo todo. O cuando voy a la montaña y respiro hondo y todo lo que era una cuestión de vida o muerte deja de serlo. Y consigues tener una dimensión más alta de ti mismo y de los demás. Eso es para mí la tierra alta. Y la tenemos al alcance de la mano.

En el cartel de la obra muestra la mirada del lobo, ese animal que todos llevamos dentro. Pero usted ha elegido las caras. Esa lágrima, ¿por qué la derrama?

Está en la obra, cuando Manelic dice: “Lloro de alegría”. O en el personaje de Marta. Pero le confesaré algo que me ocurre cada vez que releo 'Terra baixa': siempre me paso media hora llorando. Me pasa porque conecta con la parte frágil o desatendida de mí mismo. Y eso me produce una tristeza muy grande. ¿Por qué nos abandonamos? ¿Por qué somos capaces de desertar de nosotros mismos, de pasar por encima nuestro? ¿Por qué a veces sufrimos y no sabemos cómo no sufrir? Eso me da mucha pena. Y es una lástima, porque atender esa parte de uno nadie puede hacerlo por ti. Es uno mismo quien debe acompañarse, abrazarse, quererse y llenarse. Creo que a mis 57 años comienzo a entender cómo funciona ese mecanismo, aunque me ha costado tiempo y esfuerzo.

¿Hacer cine y televisión fue una salida hacia delante?

En cierta manera, fue como una segunda juventud. Hacer dos películas con Pedro Almodóvar ['La mala educación' y 'Los abrazos rotos'] fue definitivo para que me conociera el gran público y para poder hacer más cine y televisión. Me ha dado mucha vidilla, sí. Ahora he rodado dos películas. Una en Italia, 'Latin lover', dirigida por Cristina Comencini, la hija de Luigi Comencini, con Valeria Bruni, Marisa Paredes, Candela Peña y Jordi Mollà, en la que he rodado una escena con Virna Lisi. Y después está 'Anomalus', en la que tengo puestas muchas esperanzas. Es un thriller psicológico con toques sobrenaturales que ha dirigido Hugo Steven.

Habrá que reivindicarlo como el gran actor maduro europeo a descubrir.

Muy bien. Porque a mí lo que más me gusta del mundo es viajar y trabajar. Que por cuestiones de rodaje te tengas que ir a Perú o a no sé dónde me encanta. ¿Sabe lo que más ilusión me ha hecho este verano? Rodar 'Anomalus' en Nueva York y poder enseñarle a mi hijo una foto mía en el set de rodaje con el Empire State detrás. [Y la muestra en el móvil con orgullo indisimulado].

Se acordaba de cuando estuvo estudiando allí. ¿Cuánto hace de eso?

Sí, en Nueva York hice un curso de interpretación con Uta Hagen. Es que a mí me llamaban 'madame cursillos'. Pues, mire, quizá gracias a todo aquello estamos ahora aquí.