¿Aún no sigue a esta ilustradora?

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ANA SÁNCHEZ / Barcelona

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 La “rock star de la ilustración”, la llaman. Paula Bonet. Vila-real, 33 años. Es ilustradora, ex profesora de literatura y sabe cómo cruzar un río en coche. Primera lección de supervivencia ante finales del camino repentinos.

“Uno se tiene que adentrar en él poco a poco, siguiendo su cauce hasta llegar aproximadamente al centro. Desde esa posición, hay que girar el volante en sentido opuesto al de las aguas y, lentamente, avanzar hasta la otra orilla dibujando una uve”.

La autoayuda se completa con dos ilustraciones: un hombre con hilo rojo; una mujer con una cadena kilométrica de uves en el pecho.

Paula Bonet aprendió a cruzar un río en Islandia. Y, parando en el arcén de la carretera principal, fue escribiendo cómo la atravesaron a ella haciendo uves. En total, en el último año, la ilustradora ha pasado página a 40 finales no felices. Les ha puesto tapa dura en 'Qué hacer cuando en la pantalla aparece The End' (Lunwerg). Bonet firma dibujos y textos, e incluso una lista de Spotify para acompañar la lectura. Más que relatos ilustrados, son ilustraciones relatadas. Historias reconocibles que se intuyen de un vistazo. Y uno se deja abducir sin resistirse aunque sepa que en cualquier momento lo van a amarrar a una mesa de experimentos.

Son historias minimalistas cuyos protagonistas son iniciales abstractas, como en los sumarios de las tramas. Los daños colaterales de G., M., F. Todos basados en tramas reales. “Hay hechos reales que sucedieron hace bastante tiempo y que seguramente el paso del tiempo ha distorsionado en mi cabeza –se justifica la autora–. Esta es mi versión de los hechos. A lo mejor F. [se ríe] lo explicaría de otra forma”.

Cuentos de antihadas

Hay ideas que se repiten. El estribillo del fracaso sentimental: “Las ganas de revolcarte en el lodo”. Aunque estos cuentos de antihadas al final dejan regusto a perdices. Porque es un libro de finales, pero también de principios. “Sí. Generalmente los finales son una mutación hacia otra cosa”, asiente.

Aquí, uno de sus finales de doble filo: 

“Siempre que necesitaba hablar con G. le escribía un sms que sabía que no iba a enviar. Pero necesitaba urgentemente enviarlo del mismo modo que necesitaba urgentemente escribirlo. Así que buscaba en los contactos de mi teléfono móvil un nombre que no fuera el suyo. Una vez recibí rápidamente la respuesta de M. al mensaje que iba dirigido a G. ‘Eso es lo que siempre había pensado sobre nosotros y nunca me atreví a decir’, contestó”.

Leer el libro de Bonet vendría a ser como caerse en una coctelera: te envuelve, te agita, te cambia. Acabas siendo otra cosa, una persona con ingredientes extra.

¿Que qué hacer cuando en la pantalla aparece The End? “Hay que mirar atrás e intentar ser un poco objetiva con la historia que se está concluyendo. Quedarte con las cosas buenas y aprender de las malas. Y entonces empezar una historia nueva”. Otra película. 

Paula Bonet está ahora “en el principio de una película”. En la cuneta sentimental ha dejado hasta a un “hombre-cactus”. Fue una de las pocas ilustraciones que hizo públicas durante la elaboración del libro: el dibujo de una mujer con un cactus en el pecho y una sola frase: “Una vez conocí al hombre-cactus”. El hombre-cactus se reconoció y la llamó. “Sí, sí –recuerda Bonet–. Y nos tomamos un vino”, se ríe. “Hay otra gente que piensa que es el hombre-cactus. Igual es que hay muchos hombres que tienen complejo de hombre-cactus”.

Dibujos que desatan furor coleccionista

Paula Bonet parece recién salida de una de sus ilustraciones. Desprende belleza de cómic. Mejillas sonrosadas de pin-up y la sonrisa medio reprimida de quien esconde algún superpoder. Ese aura de misterio cotidiano de Amélie. Voz dulce, trato amable. Da apuro llevarle la contraria. 

Si la llamas “rock star de la ilustración”, ella añadirá de carrerilla los nombres de al menos otros cinco ilustradores con “muchísima repercusión”. A su pesar, tiene estatus de “fenómeno viral”. Se encoge al oírlo. “Eso da mucho miedo”, dice sonrojada.

“Todos quieren el cartel del conejo blanco”, corrió de titular en titular hace cinco meses. “¡Era una liebre!”, insiste resignada su autora. Es el único tema que le hace fruncir el ceño. “Yo estoy convencida de que se sacó de contexto. Porque la palabra conejo ya… [se ríe] tiene muchas connotaciones”.

El cartel que desató furor coleccionista anunciaba un festival de mediometrajes en Valencia. La imagen que multiplicó fans: una de las mujeres marca Bonet con una liebre onírica en la cabeza y reloj a lo 'Alicia en el país de las maravillas'. Se pegaron 3.000 pósteres que apenas dio tiempo a ver. Tal como se colgaban, los arrancaban. “No me lo tomé nada bien –explica Bonet–, porque la gente no hablaba del festival. Incluso los medios hablaban más del hecho de que se que arrancaran unos carteles que del contenido del festival. No te tienes que quedar en la anécdota”. 

Sus mujeres de grafito y acuarela ahora tienen más de 175.000 megusta en Facebook, más de 40.000 'followers' en Instagram, más de 7.500 seguidores en Twitter. Incluso son multitud quienes se las tatúan. “El primer tatuaje fue el que más me afectó –recuerda Bonet–. Todavía no sé qué trozo de cuerpo era. Creo que era el brazo de un yanqui enoooorme. Me impresionó mucho porque se tatuó un dibujo que es un autorretrato”, se ríe.

Mujeres reales

A sus bellezas de papel las etiquetan como “ninfas”. “No son ninfas”, replica su creadora. “Son mujeres reales”. Reales pero con aura onírica. “Sí pero no –vuelve a replicar–. Porque también son muy terrenales. Miran al espectador. Los actos que realizan son súper cotidianos. Una ninfa no se come un yogurt” (es la pose de una de sus ilustraciones).

Paradoja Bonet: la castellonense dibuja mujeres con manos de hombre. “Tengo las manos bastante grandes y destrozadas –se las mira–. Son manos de hombre. Cuando trabajaba con aguarrás eran las manos de mi abuelo, que es carpintero”, se ríe.

Segunda paradoja: “Nunca me he considerado muy femenina”, confiesa. “Yo creo… Esto ya es psicoanális [se ríe]. Creo que me he visto más femenina desde que he empezado a dibujar”.

Se da por hecho que Bonet no es mujer de medias tintas. “No”, se ríe. Se pasa el 99% de su vida con restos de pintura en las manos. Dibuja 10-11 horas 6-7 días a la semana. “Pero muy feliz, ¿eh?”. Para ella un folio en blanco es: “Algo que antecede a muchas horas de placer”. Hasta su piel tiene tintes pictóricos. “Al mínimo golpe me sale un moratón intenso”, se ríe. Respeta más a sus dibujos que a sí misma. “Yo me borraría bastante –sonríe–. Soy muy exigente”. 

"Me gusta verle una parte de arte a la vida cotidiana"

Paula Bonet empezó a pintar algo en la vida con 4 años. En serio, con 9. Licenciada en Bellas Artes con un pie en el mundillo literario. Fue profesora de castellano en Secundaria durante 4 años, aunque es igual de literaria fuera de los institutos. Se fue a México DF solo para buscar a Cesárea Tinajero tras leer 'Los detectives salvajes de Bolaño', y viajó a Nueva York exclusivamente por culpa de Paul Auster. “Me gusta verle una parte de arte a la vida cotidiana”.

“La literatura es el arte que más placer me ha dado nunca –confiesa–, que más consumo, que más me inspira y al que más respeto tengo también. Por eso el acercamiento que he hecho ha sido de este modo: con mucho respeto, con un pie detrás del otro”.

Ella puede decir con la boca grande que sus relatos están a la altura. Ocupan una montaña de papeles de más de un metro. “Cada semana imprimía los textos, los revisaba, los dejaba reposar –recuerda–. Los he ido acumulando y es una montaña así [sus manos sujetan una montaña invisible de la barriga a la barbilla]”. 

"Para mí esto es una carrera de fondo"

Bonet empezó a hacer las ilustraciones que le han hecho famosa hace solo 4 años. “Por azar”, asegura. “Yo vengo de la pintura al óleo. Empecé a dibujar de forma paralela a mi proyecto pictórico. Era algo como muy íntimo. No tenía ninguna pretensión”. Hasta que colgó los dibujos en Facebook. En dos meses la llamaron del 'Bestiari il.lustrat' (TV-3). Semanas después, la estaban invitando a dibujar en la librería Shakespeare & Company de París (donde James Joyce llevó su 'Ulises') mientras tocaban Baden Baden y Moriarty. “Aún recuerdo estar en el instituto pidiendo al jefe de estudios dos días”.

Hace dos años que dejó de morderse las uñas. Hace dos años, dejó las clases y se trasladó de Valencia a Barcelona. “Vine y arriesgué. Y lo volvería a hacer con los ojos cerrados”. Lo demás ya es historia con restos de carteles arrancados. En total, 10 años le ha costado vivir de sus ilustraciones. “He dado comida en un comedor escolar, trabajé en una agencia de publicidad... Me ha costado mucho. E incluso trabajando en dos sitios había veces que no llegaba”. Moraleja: ahora no termina de creérselo. “No, porque para mí esto es una carrera de fondo. Y aunque ahora se me reconozca el trabajo, no pienso que haya llegado a ningún sitio. Pienso que estoy corriendo y quiero seguir corriendo. No quiero hacer un esprint y ahogarme”. Pies en el suelo, cabeza fría. “Ya me dejo llevar bastante cuando dibujo”.