Raimon Hilu: una gota de vida

Soluciona enfermedades con su microscopio, herramienta fundamental para la medicina celular

raymond hillu

raymond hillu / Sergio Caro

IOSU DE LA TORRE

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Raymond Hilu estuvo a punto de morir durante un bombardeo en la guerra del Líbano de 1975. Tenía 14 años. Un trozo de metralla casi le revienta la cabeza. Por fortuna, solo le arrancó un mechón de cabello. Unos milímetros más abajo y hoy nadie sabría de este sorprendente doctor en medicina celular cuyos conocimientos han aliviado la existencia de miles de pacientes. El pasado huele a pólvora, a milagro. El presente, a vida, a esperanza.

Fundido en rojo para conectar los dos momentos fundamentales en la historia de este médico que volvió a nacer el mismo día de su cumpleaños. Un flashback que nos transporta desde la gota de sangre depositada en un microscopio hasta la que surcaba la frente de aquel adolescente que huía de las bombas. La metáfora de la segunda oportunidad: sobrevivir a un bombardeo, sobrevivir a una grave enfermedad.

Clínica en Marbella

Un microscopio de última generación y un ordenador conectados a una pantalla de plasma colgada de una pared son los tres elementos que dominan el despacho de Raymond Hilu en la clínica Magna de Marbella. El paciente que acude a una revisión se relaja contemplando el hermoso jardín con una fuente en el corazón enmarcados por el ventanal situado a espaldas del doctor. A la izquierda, una librería adusta. Sobre los vademécums mandan algunas fotos de la familia. En una esquina, la de su hijo Iván de pequeño, cuando ya le enseñaba a manejar el microscopio. Enfrente, una colección de diplomas que certifican el extenso currículo de este discípulo viajero de la alemana Johanna Budwig, siete veces candidata al Nobel de Medicina.

Sam Benady, galerista septuagenario, extiende la mano. Una enfermera le extrae del dedo índice una gota de sangre que reparte en cuatro muestras que se diluyen. La pantalla agiganta lo que el doctor observa en el microscopio. La imagen de los glóbulos blancos compone el lienzo de un universo desordenado, dominado por una gama de ocres. El diagnóstico es casi inmediato. Los 30 años de experiencia médica permiten a Hilu ver lo que está al alcance de muy pocos.

“Esas marcas blancas descubren que tienes divertículos, podrían desarrollar un cáncer de colon en nueve meses”. Benady musita: “Me lo esperaba por cómo me sentía. Me has sacado de situaciones peores”. Hace 17 años, Benady acudió a la consulta de Hilu convencido de que iba a morirse. “No podía apenas caminar, no tenía fuerzas para nada. Tenía lagunas en la memoria. Al analizar mis células, descubrió que tenía un altísimo porcentaje de mercurio en la sangre. Cincuenta veces más de lo normal”. Hoy sigue vivo.

Medicina de diagnóstico

“La medicina celular es una medicina de diagnóstico y tratamiento a medida del paciente. Se estudian las células bajo un microscopio de unos 65.000 aumentos para poder valorar, detectar, localizar los defectos celulares que tiene el paciente, incluso dar con los orígenes de una enfermedad. Una vez definidos, paso al tratamiento, busco la manera de reparar esos defectos en el tiempo más corto posible y de la manera más efectiva posible provocando el mínimo de efectos secundarios. Intento hacerle un traje a medida”.

Líbano, 7 de julio de1975. Eran las tres de la tarde en Abra, al norte de la ciudad de Sidón. La armonía mediterránea se resquebrajó con el eco de un bombardeo. En el domicilio de los Hilu se celebraba el 14º cumpleaños de Raymond. Se desató el pánico, aumentaron los gritos, el estruendo de los cristales rotos. Las bombas caían cada vez más cerca. Un trozo de metralla arrancó un trozo de pelo al homenajeado.

Raymond aún hoy se lleva la mano a la cabeza y se sujeta la mata de cabello cuando relata cómo sus cuatro hermanos Elie, Nourma, Nina, Raymonda, y sus padres, Khalil y Salwa, le empujaron para entrar en el Chrysler 180 verde botella de papá y escapar por caminos de tierra. Lograron alcanzar un subterráneo donde permanecieron unos 12 días.

Aquel paisaje de una niñez breve se tornó en un infierno que casi borró las tardes de verano entre olivos, almendros, limoneros, nísperos e higueras, donde jugaba a carreras de burros y recogía pistachos junto al río con Nadia, su primera novia. O retando a su abuelo a echar un pulso. “Lo que sucedió fue determinante en mi vida en todos los sentidos, por el miedo que pasé y porque me replanteé todo. Tuve el apoyo de mi familia para marcharme del país en cuanto acabase los estudios”, advierte con una sonrisa desde la que aclara que de libanés le queda poco. “El apellido, la nariz gorda y el aspecto”. Una barba recia, que se afeita desde los 12 años”. Su físico recuerda mucho al sha de Persia, Rezza Palevi. Podría interpretarlo para una superproducción de Hollywood.

Sobrevivir a las bombas

Es uno de los 20 millones de libaneses que viven fuera del país. Libaneses somos muchos, pero en el Líbano, unos cuatro millones. Somos muy viajeros, emprendedores, tenemos facilidad para los idiomas, para comunicarnos¿ En todos estos años he vuelto a Abra cuatro veces. Cuando voy, disfruto de la familia, pero sin duda prefiero el estilo de vida de aquí.

Sobrevivieron a las bombas, salieron del refugio y luego ¿qué? Volvimos a casa, recogimos las cosas y nos marchamos a Kfarshlel, un pueblo alejado de todo, de donde era mi abuela. Yo provengo de una familia cristiana de Abra, una mezcla de musulmanes y cristianos. La mezcla ayudó a mantenernos. Nuestra casa se convirtió en un palco desde donde contemplábamos el escenario de la guerra. Éramos niños, subíamos al tejado de la casa para ver los colorines de las explosiones como si se tratase de fuegos artificiales. Distinguíamos los sonidos de las balas, si iban o venían. Aprendimos a ver el rastro de color de los proyectiles.

¿A qué huele ese pasado?

A piedra y especias, las de la casa de mi abuela, construida en 1879. Al aceite de la almazara, a las uvas pisadas para hacer nuestro propio vino.

¿Y cuándo abandonó el Líbano?

A principios de los 80 ya había terminado mis estudios de medicina en la Universidad Americana de Beirut. Ser médico es la meta social más importante en el Líbano. Me propuse que jamás mataría, nunca entraría en el Ejército y no haría el servicio militar. He visto la muerte de cerca y busco la vida, salvar vidas. De ahí me surge la dedicación a la medicina preventiva, tan poco estudiada y poco común. Y en ese camino me puse.

Varias vidas en uno mismo

Raymond Hilu es uno de esos personajes difíciles de encontrar que dan la sensación de que han disfrutado varias vidas. Cuenta que sus antepasados tuvieron buenas relaciones con los de Carlos Slim, el empresario más rico del mundo, por la proximidad de sus pueblos, Kfarshlel, de los Hilu, y Jizzeen, de los Slim Helú.

Raymond dejó su país y viajó a España con el sueño de formarse en oftalmología. En Beirut oyó que la clínica Barraquer de Barcelona era una referencia mundial. Recién aterrizado en Madrid, le robaron la cartera con el dinero que le dio su padre. La misma policía del aeropuerto le orientó mandándole al Vips de la calle de Velázquez, donde al parecer trabajaban varios compatriotas. Al verlo, le invitaron a cenar y le dieron dinero para viajar en tren a Barcelona, donde le acogió un ciudadano sirio con el que le pusieron en contacto aquellos samaritanos.

El recién licenciado en Medicina nunca llegó a la Barraquer. Dio clases de idiomas, instaló los primeros equipos informáticos que llegaban a los periódicos de distintas ciudades. Y siguió entregado a la medicina preventiva. Un episodio llamativo: antes de abandonar Catalunya rumbo a Estados Unidos, viajó al Empordà con varios médicos. Durante un paseo por Figueres, desde un balcón nada menos que Salvador Dalí le invitó a subir. Quería conocer a ese hombre de piel oscura. Hilu no sabía ante quién se encontraba, ni cuáles eran sus intenciones, y no quiso llevarse el cuadro que le ofreció el surrealista devoto de San Sebastián. Se ríe cuando narra la anécdota ante dos elefantes dalinianos expuestos en la galería Sammer, en Puerto Banús, propiedad de su amigo y paciente eterno Sam Benady.

Han trascurrido dos décadas desde que inició la especialización en EEUU, país que cuenta con 3.000 especialistas en el universo celular. Hilu se diplomó de un modo autodidacta como domador de la enfermedad de lyme, muy extendida en Norteamérica, causada por la mordedura de una garrapata que taladra los tejidos. Hasta España trajo tratamientos con células madre, basados en el autotrasplante del paciente, para reparar rodillas, caderas, cartílagos... Es un chapista del cuerpo humano que viaja en tren de alta velocidad de Málaga a Barcelona cinco días al mes y en avión a la consulta de Nueva York o Monterrey varias veces al año.

¿Qué tipo de pacientes atiende?

Tenemos pacientes muy sanos, muy enfermos e intermedios, de todo tipo. He tratado a un bebé con dos días de vida y a una mujer de 110 años. Atiendo a deportistas de élite, pacientes con cáncer, con fibromialgia, pacientes con enfermedades raras, con enfermedades que no se han podido diagnosticar, que no se encuentran bien y no hay nada definido, pero necesitan atención médica. Antes del diagnóstico, lo que importa es saber qué es lo que está fallando internamente, cuáles son los defectos que están llevando a que esa persona esté enferma, y buscar la solución.

¿Qué se ve en una gota de sangre?

Se ve todo lo que se reparte y se recoge, a través de la sangre, en los diferentes tejidos y órganos del cuerpo. Lo que yo examino son todas las partículas que están en la sangre, que me informan de lo que están recibiendo y de lo que están soltando esos tejidos. En una gota de sangre podemos ver el riesgo de enfermedades cardiovasculares, de cánceres, con años de antelación. Según lo que vea puedo determinar y detectar dónde están los fallos.

¿Usted puede curar un cáncer?

Ni curo el cáncer ni ninguna otra enfermedad. La medicina celular preventiva es válida para corregir o reparar defectos celulares. Hay diversos tratamientos, como la hipotermia, que ayudan a reparar los defectos. La enfermedad o el síntoma mejoran o desaparecen. También aplicamos la técnica del Papimi, descargas eléctricas inocuas a 40.000 voltios.

Pueden acusarle de charlatán. Mi trabajo es científico, de investigación, humanitario. No hay charlatanería, es un estudio de células bajo el microscopio y busca soluciones para el paciente. No usamos bola mágica.

La enfermera regresa al despacho del doctor para tomar una gota de sangre a una mujer de unos 40 años. Aferrada a la mano de su esposo, pide el anonimato ante los periodistas. Ha agotado las sesiones de quimioterapia y radioterapia para frenar un devastador cáncer de pulmón. El cuadro que arroja el microscopio sobre la pantalla es inquietante, caótico.

Glóbulos blancos de diferentes tamaños, rastros de una médula débil, y escasez de glóbulos rojos, cristalizaciones, acidosis metabólica¿ va explicando a la pareja. Todo muy complicado para un profano, que solo advierte en el lienzo-plasma una desesperación digna del Francis Bacon más inquieto.

Hilu explica con tacto a la enferma que un tumor es “como una llama de fuego que hay que apagar”. Es consciente de lo complicado del caso. La mujer ya ha hecho quimioterapia y radiología. “Hay que tratar de localizar qué combustible alimenta la llama. Puede ser por una alimentación inadecuada, por emociones, por contaminación, por carga genética, por lo que sea, pero hay que determinarlo. Conociendo al enemigo es más fácil crear barreras y reducir el impacto negativo sobre la salud”.

¿Hasta cuándo aguantará la mujer con ayuda del extintor Hilu?

Cinco meses después de aquella cita, la mujer ha mejorado. Un tratamiento de hipertermia oncológica, según recoge la revista científica americana Begel House, le otorga esa segunda oportunidad de seguir viva. La receta del médico la condensa muy bien el osteópata Quim Vicent: “Una inmensa capacidad de simplificar las cosas, de entender la importancia de mantener una salud envidiable y un secreto: no preocuparse ni discutir jamás”.