UNA historia deL EIXAMPLE... Las Arenas

Alma taurina para un edificio de diseño

El coso de estilo neomudéjar, se inauguró en 1900 para acoger a una afición fiel y al alza

Centro comercial 8 El coso de la plaza Espanya, reconvertido.

Centro comercial 8 El coso de la plaza Espanya, reconvertido.

INMA SANTOS
BARCELONA

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Oro, plata, sombra y sol… dice la letra de un famoso pasodoble que popularizó Rocío Jurado. Ese esplendor iluminó en su día la plaza de toros de Las Arenas. Lejos queda ya aquel 29 de junio de 1900, cuando fue inaugurada con una corrida mixta de ocho toros del duque de Veragua lidiados por Luis Mazzantini; Antonio de Dios, Conejito, y Antonio Montes -tres monteras, tres capotes en el redondel, como reza el pasodoble--, y los rejoneadores Mariano Ledesma e Isidro Grané. De aquella tarde solo queda el recuerdo y Querencioso, el primer toro lidiado, cuya cabeza disecada observa el negro futuro taurino en la ciudad, colgada en la pared de la Federación de Entidades Taurinas de Catalunya.

Cuesta creerlo, pero la inauguración de Las Arenas, iniciativa del banquero Josep Marsans i Rof, no fue un capricho, sino una necesidad. Paradojas de la vida, Barcelona, hoy abanderada antitaurina, fue en su día un referente en el mundo taurino con una afición arraigada y fiel. Es la única ciudad de España que presume de haber tenido tres plazas de toros: El Torín, Las Arenas y la Monumental. Así, las Arenas vino a solucionar un problema de capacidad del coso de la Barceloneta, el Torín (1834), pequeño y antiguo.

Tres millones de ladrillos

Pero al margen de su importancia taurina, Las Arenas, obra del arquitecto August Font i Carreras, es una joya de diseño neomudéjar, una apuesta arriesgada e impactante en pleno auge modernista. Un total de 2.827.600 ladrillos pichulines dieron forma a este coso taurino de 52 metros de diámetro y capacidad para 14.893 espectadores, con dos tendidos, gradas cubiertas del sol y sombra y, en un piso superior, cinco palcos y asientos de andanada.

La apertura de la Monumental (1914), la relegó a segundo plano. «Fue una plaza de toreros de segunda fila, pero una plaza de grandes oportunidades», explica Raúl Felices, autor de Catalunya taurina. «Por esta plaza pasaron grandes toreros como Vitorino Valencia, suegro de Enrique Ponce, que tomó la alternativa aquí el 27 de julio de 1958», comenta. Habla desde el cariño de sus recuerdos de niño, cuando sus abuelos le llevaban a pasear cerca de la plaza. Y con el privilegio de haber probado su ruedo. Y es que este exbanderillero -lo dejó en el 2004—participó en la última charlotada de Las Arenas, la noche del 23 de junio de 1987. «Me quedé con las ganas de hacerlo de día, era mi sueño», dice .

El 19 de junio de 1977 se celebró la última corrida, con toros de María Antonia Laá, y con los diestros José Manuel Dominguín, Armillita Chico y Tomás Campuzano. Desde entonces, la plaza se reservó para festejos menores, conciertos e incluso mitines. En 1989 el ayuntamiento la expropió con la intención de ampliar la Feria de Barcelona, aunque se desestimó el emplazamiento. Y «ahí se quedó, pasto de las malas hierbas y cobijo para drogadictos y mendigos», zanja Felices. Hasta el 2003, cuando se inició su remodelación.

Las Arenas resucitó el pasado 24 de marzo convertida en centro comercial, de ocio y cultural. El proyecto, del arquitecto Richard Rogers, ha mantenido la fachada, pero sostenida sobre pilares, y ha añadido una cúpula para dar cobijo a una terraza con espectaculares vistas. Y en el coso, ya no suena el clarín, sino los discos de la colección del Museu del Rock, el primero de Europa, en la última planta. Como en el final de aquel pasodoble, la corrida terminó.