entrevista con la Cartera
Inma Amaya: «Queremos ser un brazo más de la escuela»
Madre comprometida Inma Amaya lleva más de 5 años dedicando horas extras para apoyar el proyecto educativo del CEIP Octavio Paz, propuesto a recibir la medalla de honor de Barcelona.
Su carta de presentación es una amplia sonrisa. Es mujer trabajadora, madre y también preside la asociación de madres y padres de alumnos (AMPA) de la escuela de sus hijos. Inma Amaya, de 43 años, tiene su segunda casa en el CEIP (centro de educación infantil y primaria) Octavio Paz de Sant Andreu, escuela pública con 15 años de vida que ha sido propuesta para recibir la medalla de honor de Barcelona por su proyecto pedagógico basado en la interculturalidad y la tolerancia. El compromiso del profesorado está reforzado por padres activos dispuestos a innovar.
—«Si buscas resultados no hagas siempre lo mismo, ahora es tiempo de transformaciones». Con esta frase de Einstein se define en su página web el AMPA que preside.
—Nos identificamos con ella. Somos un grupo de personas muy luchadoras y siempre queremos ir más allá a pesar de que las dificultades son muchas. Nos tenemos que adaptar a los nuevos tiempos. Los niños y los padres van cambiando y eso hace que la educación también evolucione. Es como las modas. Nuestro AMPA se ha ido transformando siempre. Incluso cambiamos a menudo el color de las paredes de nuestra sala. Eso sí, siempre elegimos colores vivos.
—¿Cómo es esta asociación con tanta capacidad para mutar?
—Funcionamos como un equipo y nuestro objetivo es ayudar a la escuela en todo lo que nos pida. Es más que una simple gestoría de actividades para los niños. Queremos ser un brazo más para ayudar a los padres recién llegados, en la organización de celebraciones, en la compra de material... Intentamos dar un impulso más a todo lo que se trabaja desde la escuela y queremos que, más allá de saber sumar y restar, nuestros hijos sean buenas personas.
—¿Como presidenta, invierte muchas horas extras de trabajo?
—Hay semanas que acabo viniendo todas las tardes porque siempre hay cosas que hacer. Además, ahora somos todas mujeres que tienen una profesión. A veces el resto de padres no entienden que, en realidad, somos una organización sin ánimo de lucro, un grupo de madres que dedican, desinteresadamente, una gran parte de su vida a echar una mano al proyecto educativo de la escuela.
—El puntal de la escuela es el fomento de la interculturalidad.
—Es poco conocido que nuestra escuela está asociada a la Unesco y que la voluntad del profesorado es propiciar el intercambio cultural. Con tan solo 11 y 12 años, nuestros alumnos viajan hasta la localidad mexicana de Jalapa y conviven allí durante 10 días. Al año siguiente, acogemos nosotros a los alumnos mexicanos.
—¿Qué aporta a los niños esos intercambios?
—Es muy enriquecedor en todos los aspectos. Hay un antes y un después de ese viaje. Se van 10 días a la otra punta del mundo para convivir con una cultura muy diferente. Vuelven más maduros y con una visión más plural. Mi hijo se pasó gran parte del camino de vuelta llorando. Allí les queda un hermano.
—¿Qué es lo que más les sorprendre a los niños mexicanos que acogen?
—La comida de aquí es lo que más les choca. Nosotros tuvimos que comprar salsa picante porque el niño decía que nuestra comida era bastante sosa. Se ponía la salsa en todo: la tortilla, los macarrones, el arroz cocido. A los nuestros cuando van allí les sorprende las dimensiones de la escuela, que es enorme. Además, a mi hijo hasta se le pegó el acento mexicano durante un tiempo.
—El Octavio Paz fue uno de los primeros centros en ofrecer inglés en P-3 pagado de vuestros bolsillos...
—Creímos que formaba parte de esta visión plural de la escuela el hecho de que los niños aprendieran, cuanto antes mejor, un idioma tan importante como el inglés. El primer año lo pagamos nosotros, pero el siguiente la escuela ya lo asumió. Además, a partir de quinto curso empiezan un segundo idioma, el francés.
—¿En una escuela que fomenta tanto la interculturalidad, se integran mejor los alumnos de otros países?
—Cuando un niño nuevo llega a clase, mi hijo jamás me dice «ha venido un negrito» o «un moro». Dice su nombre y punto. Y esto ya significa algo. Desde pequeños trabajan intensamente la existencia de muchas culturas. Hasta celebran las fiestas propias de México. La escuela les inculca la igualdad humana y les enseña a aceptar las personas tal y como son. Es precioso ver niños de todas las nacionalidades hablando un catalán perfecto. Es un tesoro.
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