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Golpe franco

Al Barça le falta Barça, por Juan Cruz Ruiz

La crónica: El Barça se agarra a su delantera ante el Elche y se cura las heridas del Clásico

La contracrónica: Lamine, Fermín, Ferran: cuando el Barça disfruta de quien es todo encaja

Lamine encara a Héctor Fort, este domingo en Montjuïc.

Lamine encara a Héctor Fort, este domingo en Montjuïc. / JORDI COTRINA / EPC

Juan Cruz Ruiz

Juan Cruz Ruiz

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Vi este partido mediocre en un bullicioso centro comercial de Estocolmo, donde se juntan de una manera abrumadora todos los equipos europeos, de todas las categorías. El ruido, es decir, la música, es algo más que ensordecedor.

Al fútbol español, que tanto queremos, le dará vergüenza saber que mirábamos el Barça-Elche exactamente tres espectadores en medio de un barullo en el que había pléyade de seguidores de los equipos ingleses o alemanes o franceses. A mí me tocó ver en soledad la primera mitad; dos muchachos, uno madridista y otro barcelonista, me hicieron sitio de modo que la zona en la que yo había estado en la primera parte hubo exactamente nadie.

Los chicos, el barcelonista y el que no lo era, creyeron que el Barça remontaría en el juego, pero la verdad es que estaban tan aburridos como el partido. Como soy barcelonista casi de cuna, sentí vergüenza ajena desde el principio, sobre todo cuando el Barça al que le falta Barça encajó un gol sin tacha que me puso la garganta tan triste como aquella noche reciente en que el Bernabéu se tornó un aviso sin remedio, que ahora está siendo, además, no tan solo un recuerdo sino una amenaza.

Un equipo sin pasión

Hubo, claro, el momento Lamine, y hubo el momento Ferran, pero de pronto se agarrotó el Barça y dejó que la delantera y la media volante decidieran romper relaciones. El resultado de este desastre me hizo mirar para la ladera del campo, donde estaban los mejores (los actualmente mejores) esperando curar sus heridas. La ausencia de los dos jugadores más eficaces, y más duraderos en calidad, del Barça de Flick estaban allí cuidándose sus heridas mientras la cancha iba a trompicones, a merced de lo que se le ocurriera hacer al equipo que en un tiempo se llamó arlequinado y del que era apasionado fiel Vicente Verdú, el mejor de los ojeadores del fútbol mundial. Era tan bueno Verdú, mirando y escribiendo de fútbol, que hasta cuando el Elche iba mal hallaba en su equipo metáfora salvadora.

El partido tuvo primera y segunda parte, como es lógico. La sensación que tuve, sin embargo, es que jamás resucitó; fue un equipo sin pasión, que era su esencia el año pasado. Aquel Barça ya no existe, de momento; es más: no existe casi desde que decidió quitarse del medio campo y despojarse de la antigua palabra que vino con Flick y que ahora se va como una reliquia del pasado: la palabra entusiasmo.

No sentí alegría, y no fue porque la tarde tuviera más ruido que música. No sentí alegría porque eché de menos, de veras, la brava risa, y el cabreo en la cancha, de Raphinha y de Pedri, talismanes del equipo de hoy, quizá promesas de que se acabe esta racha que se parece a los decaimientos de la era de Xavi.

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