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Carrascazo

A mí no me engaña, por Lluís Carrasco

Lamine Yamal se lamenta durante un momento del partido. | MANU FERNÁNDEZ / AP

Lamine Yamal se lamenta durante un momento del partido. | MANU FERNÁNDEZ / AP

Lluís Carrasco

Lluís Carrasco

Barcelona
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Fue la crónica de una muerte anunciada y se produjo tal y como se preveía y, en parte, como, torpemente, nosotros mismos facilitamos. Muchos éramos los que veíamos claro que desde los órganos de poder cercanos a su “Florentineza” no se iba a permitir que las humillaciones blaugranas continuaran, y, no solo se cumplió la sospecha, sino que nosotros instalamos la alfombra roja: poco juego y mucha tontería. El partido ya venía precedido de un conjunto de memeces que no hacían presagiar nada bueno. Sí, me refiero a las noticias de Lamine Yamal que llegaban desde un circo futbolero que reconozco entretenido, la Kings-League, pero que dista, y mucho, de la trascendencia que tiene para sus clubs y aficiones, un enfrentamiento entre Madrid y Barça, el equipo español más laureado y el equipo catalán más venerado y admirado.

Fue una cagada mayúscula, y ni los piques con youtubers, ni las apariciones en pabellones opacos rodeado de palmeros y chatis de curvas exageradas, ni los lanzamientos de penaltis de presidente tenían sentido alguno a pocas horas de un choque tan crucial, y más si lo acompañas de declaraciones sin mala intención pero del todo absurdas, si sabes perfectamente que andas tieso, y no puedes garantizar que vas a liar “la de Dios” al cabo de tres días, evitando así que se te quede cara de bobo, y alimentes la ira a todo aquel que no te soporta ni a ti ni a lo que representas…

¡Qué alguien ponga cordura, por Dios! Tal vez el fútbol sea un espectáculo, pero evitemos que el show sea lanzarnos nosotros mismos a las fauces de las fieras. Porque… ¿Saben? nada es por casualidad. La hostilidad en un clásico que vivimos el domingo no se veía desde el cretino de Mourinho, un Mourinho que tenía como ejecutor más oculto y perverso, un centurión sonriente que tiraba la piedra y escondía la mano de forma pérfida. Otros más inocentones, como o Pepe o Ramos quedaban señalados, él se escondía. Y esa sonrisa vil se vio de nuevo en un banquillo deseando sangre. El centurión de cara angelical, había vuelto convertido en general.

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