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Opinión | Golpe franco

La voluntad de ganar, por Juan Cruz Ruiz

La crónica: La pasión de un Fermín en estado de gracia reanima al Barcelona

La lupa: Fermín es único y brilla el doble, por Albert Blaya

Fermín conecta el tiro que supuso el 1-0 al Olympiacos.

Fermín conecta el tiro que supuso el 1-0 al Olympiacos. / Jordi Cotrina

Fermín tiene la voluntad de ganar, y no usa para conseguirlo artimañas antiguas, como las que utilizan jugadores de su edad empeñados en explicarle al público que son los mejores de la competición.

Es, por lo que se le oye y por lo se le ve, un futbolista que ama el instrumento que domina y explica, sin demasiada verborrea, por qué es capaz de tanta cabriola y de tanta eficacia.

Verlo jugar ahora, a la luz de la duda que tuvo el club de dejarlo fuera del Barça, resulta una explicación vergonzante de la precipitación de los directivos.

Titular sin remedio

Él mismo se impuso y se quedó entre los jugadores del Barcelona. Hoy forma parte de los mejores del área y no tan solo, porque a él no hay que buscarle en los escondrijos: él se busca a sí mismo, como en el primer gol de su tanda, cuando el equipo entero vivía una pájara imponente, a Lamine le llegó una oportunidad que se fue a trompicones, hasta que a Fermín se le ocurrió adelantarse un poco para hacer del equipo rival un espejo de estupor.

El segundo gol fue, otra vez, la precipitación de su voluntad. La voluntad quiso que él hiciera del área rival el sitio de su genio y nada pudo resistirse a su modo de ver por donde tenía que enchufar su deseo. Otra vez Fermín, firme en su voluntad de ganar, preparado, eso dice la grada, está clarísimo, para ser en la próxima salida, tan compleja, un titular sin remedio en la zona más complicada de la temporada: la zona que se llama Real Madrid.

Un insulto

Ese es, por decirlo así, el prolegómeno de un festival que empezó con dudas (el Olímpiacos casi empata) y terminó siendo, con Lamine, con Pedri, con el propio Fermín lanzado a las estrellas, la más importante de las victorias europeas de tiempos recientes. Parecía que el Barça no se iba a mover de la falta de certeza que ahora ha contagiado su juego; pero resulta que la vida es larga como la esperanza azulgrana, y en pocos minutos un equipo que parecía parcialmente roto, animado casi tan solo por la luz de Fermín, empezó a repartir, con el juego, la buena suerte que ahora se llama seis y que en un momento determinado del partido parecía que iba a ser un martirio hasta el final.

La victoria parece un prolegómeno que el Barça, por cierto, se merece. Estimar que por dos o tres desperdicios demos por acabado un equipo tan entero ha sido, francamente, un insulto al porvenir o, por lo menos, al pasado.

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