Opinión | Barraca y tangana
De la mañana o de la tarde

El Estado Olímpic Lluís Companys de Montjuïc. / JORDI COTRINA
La indiferencia de mi hija respecto al fútbol ya es un hecho irreversible. Todavía no sé si es algo bueno o algo malo, si lo he hecho bien como padre o he fracasado. Si alguna vez se agobia, por los exámenes, la vida o algo, le digo que yo a los 14 años estaba igual de agobiado y además tenía que lidiar con las desgracias de mi equipo. Por eso, a veces pienso que es bueno que no le interese el fútbol, porque se libra de esa preocupación extra. A veces pienso que esa paz mental le da una ventaja competitiva, pero otras veces pienso que nunca sabrá qué se siente al tirar una pared, al clavar una falta en la escuadra o al girarse entre dos rivales con un control orientado.
Quizá con el ánimo de mantener abierta una rendija, cada temporada renuevo su abono, aunque Delia solo haya ido al estadio en dos o tres ocasiones especiales, medio obligada, como si fuera de excursión al zoo o al planetario. Ahora asoma en el calendario una de esas ocasiones especiales, tal que así: el primer domingo de noviembre no trabajo e iremos todos al campo. Fiesta. Suceso extraordinario.
Hace poco avisé a mi hija: tienes que venir porque es el único día de la temporada que podremos ir todos, con tu madre y con tus dos hermanos, y será la primera vez del pequeño en el estadio. Delia aceptó mi ruego con una mínima queja protocolaria, porque en el fondo nos quiere. Apunta la fecha, le dije: domingo 2 de noviembre, Castellón-Málaga, a las seis y media. Y mi hija contestó, totalmente en serio: «¿De la mañana o de la tarde?».
Por un momento me habría gustado estar en su cerebro. Lo confieso. Ella nunca sabrá qué se siente al subir al autobús después de perder a domicilio por cuatro goles a cero, y yo no sabré cómo se llega a pensar que un partido de Liga de Segunda División puede jugarse a las seis y media de la mañana.
Estamos empatados.
Con esta disparidad de gustos y prioridades vitales veo difícil que mi hija (autora precoz de la frase ‘papá, el fútbol es una bobada’), me siga respetando. De momento me salvan los libros, porque le gusta mucho leer y sabe que he publicado unos cuantos. Eso nos acerca. Sobre todo porque no ha leído ninguno.
El respeto
Bien mirado, creo que es mejor así. A mi hijo Teo sí le gusta el fútbol y cada día es más difícil seguir siendo respetado. Si alguna vez le doy algún consejo, por ejemplo, sobre cómo perfilarse como mediocentro, me dice sí a todo y luego me pregunta en qué equipos he jugado (y él ya ha jugado en equipos mejores a sus nueve años). Si sabes tanto, me dijo un día, ¿por qué no fuiste futbolista? Cambié de tema, absolutamente destrozado. Aún no me he recuperado.
Y hay más. Al FIFA ya no jugamos porque la última vez me confié, me ganó y ahora me invento cualquier excusa para evitarlo. Por suerte, alguien le regaló por su comunión un futbolín (que por supuesto fui incapaz de montar, lo cual tampoco ayuda a ser respetado) y a eso todavía le gano. Soy un auténtico dinosaurio.
Me queda poco. Con tanta presión, últimamente veo el fútbol súper relajado.
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