El Tourmalet
Si Maurice Garin levantase la cabeza

Tourmalet por Sergi López Egea / REDACCIÓN


Sergi López-Egea
Sergi López-EgeaPeriodista
Periodista especializado en ciclismo desde 1990. He seguido regularmente el Tour como enviado especial desde 1991 al igual que la Vuelta, varias ediciones del Giro, la Volta y Mundiales de la especialidad. Autor de los libros 'Locos por el Tour' (con Carlos Arribas y Gabriel Pernau, RBA), 'Cumbres de leyenda' (con Carlos Arribas, RBA y reedición en Cultura Ciclista), 'Cuentos del Tour', 'Cuentos del pelotón', 'Cuentos del equipo Cofidis' y 'El Tourmalet', todos ellos de Cultura Ciclista.
Si Maurice Garin levantara la cabeza se sorprendería al comprobar el monstruo en el que se había convertido la carrera que ganó en 1903. Celebró el triunfo con un cigarrillo en la boca, algo que ahora estaría tan prohibido, casi como doparse, ante una sociedad que no admite ese tipo de gestos a los deportistas, los que pretenden ser el espejo de los niños que acuden a la salida de Lille con carteles de cartón pintados por ellos mismos, con el apodo de ‘Pogi’ referido a Pogacar y un corazón en la i, profunda admiración hacia el astro esloveno.
Algunos retratos del primero de tantos Tours muestran las calles llenas de gente al paso de los corredores, ciclistas que van separados uno del otro, como si temiesen contagiarse al ir pegados, que ruedan mucho más lentos que ahora, y que se sentaban sobre bicis que pesaban lo suyo con las que resultaría imposible enfrentarse a la más dócil de las montañas.
Un aventurero
Garin fue un aventurero, un deportista de 33 años que se disponía a abrir la caja de las sorpresas del Tour cuando el siglo XX no había hecho más que empezar, un Tour que sólo se interrumpió dos veces por culpa del drama humano, gobernantes que no se entendían y que se liaban a bombazos, chavales muertos en las trincheras; una larga lista de los participantes en los primeros Tours acabó falleciendo en los aires o en los campos de combate de la Primera Guerra Mundial. Y en la Segunda sobresale el cautiverio que sufrió Fausto Coppi, el ‘campeonissimo’, que le privó de ganar muchas más carreras que los dos Tours que consiguió cuando Europa se comenzaba a levantar del drama de la contienda bélica.
Ahora el Tour mueve montañas de seguidores, los locales y los que llegan de todas partes, los belgas que aprovechando la cercanía de la frontera con Francia se acercan a la salida y a la meta de la primera etapa del Tour; Van Aert provoca un aullido interminable de pasión flamenca cuando sale del autocar y se dirige al podio donde presentan cada mañana a todos los corredores. Y, por si fuera poco, otro belga, quizá no tan mediático, Jasper Philipsen, se lleva la primera victoria con la magnífica recompensa del jersey amarillo.
Príncipes del pedal
Garin nunca imaginó que 122 años después de su victoria en París los biznietos de los nietos, convertidos en estrellas del pedal, serían jóvenes millonarios, residentes en Andorra o Mónaco, principalmente, que se ganarían la vida como príncipes, aun con el sacrificio de salir cada día a la selva de la carretera, a cuidarse y a llevar una alimentación que muchas veces se convierte en comida espartana.
A Alberto Contador le preguntaron el día que anunció la retirada qué era lo primero que haría cuando dejase de ser un corredor profesional. “Comerme la grasa del jamón y no apartar la parte blanca del embutido que está muy rica”. Parece una tontería, pero cuando se entrena al límite hay que cuidar hasta el mínimo detalle.
Sacrificio con recompensa
Explicaba otro ciclista, Carlos Verona, ausente del Tour, pero ganador de una etapa en el pasado Giro, que para alcanzar la forma idónea daba todas las noches un beso a la mujer y los tres hijos y se iba a dormir en altitud, en los montes de Andorra, para que su cuerpo estuviera mejor preparado para la escalada. La recompensa fue un triunfo en una de las etapas de montaña de la ronda italiana.
A Garin le esperaba el pitillo, alguna copa de vino y para recuperar fuerzas nada mejor que comer todo lo que el estómago pudiera admitir. Hoy, el Tour es un monstruo con mil cabezas, con equipos que llevan tantos vehículos que no caben en los aparcamientos de los hoteles, todo tipo de asesores, entrenadores, médicos, psicólogos, preparadores físicos, nutricionistas, cocineros, fisios, responsables de prensa y hasta una unidad de vídeo que va grabando al instante lo que sucede en las entrañas del Tour, como si una especie de Gran Hermano los acompañase a lo largo y ancho de la carrera. Garin, sin duda, alucinaría.
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