EL MÓNACO PIDE SU CESIÓN

La angustia sin fin de Ansu Fati: de nuevo con las maletas en la mano

La situación: Ansu Fati desaparece en el Barça

El mensaje: Flick, sobre Ansu Fati: "Si se quiere quedar, le cuidaremos"

La comparación: "Piensas en Ansu Fati y te duele el alma, pudo ser Lamine Yamal"

Ansu Fati, en el banquillo de Montjuïc durante el Barça-Celta de esta última temporada.

Ansu Fati, en el banquillo de Montjuïc durante el Barça-Celta de esta última temporada. / Jordi Cotrina

Marcos López

Marcos López

Por qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Está de nuevo con las maletas en las manos. El joven, parece que es ya un veterano de tan pronto que llegó al Camp Nou para devolverle la alegría, se está haciendo mayor. Y cada vez más lejos del Barça, el club que le entregó el mayor tesoro que tenía en unos depresivos momentos llenos de pena y desorientación: el ’10’ que fue de Messi. Y él, un niño entonces, tenía solo 18 años, asumió ese ingobernable desafío con enorme personalidad, sin saber entonces que esa sonrisa contagiosa y optimista se le apagaría, casi de forma inmediata, por tanta desgraciada visita al quirófano intentando arreglar una rodilla que nunca volvió a ser la misma.

Está, de nuevo, Ansu Fati, haciendo las maletas camino de Mónaco, un principado donde el fútbol resulta casi anónimo en busca de una redención que no tuvo en Brighton. Está Ansu, ya mayor (22 años), recorriendo un camino que trazó hace un año camino de su resurrección futbolística. Pero no se dio en la Premier.

Ni tampoco antes reaccionó con Xavi, que ya no pudo disponer de esa versión creativa y diferente al que el gol era parte de su apellido. Ni siquiera Flick, especialista en recuperar cuerpos debilitados en tiempo récord (Pedri es el mejor ejemplo), o instalarse en la mente de otros jugadores, tipo Raphinha, para obrar mutaciones prodigiosas, ha podido restañar la dañada figura de Ansu.

Una figura dañada físicamente. Y dañada, sobre todo, mentalmente, castigado de manera terrible por tanta lesión -esa rodilla izquierda le obligó a visitar hasta cuatro veces el quirófano, una de ellas en secreto- que sus músculos se han resquebrajado. Se mira a sí mismo y no se reconoce.

Hubo un tiempo, y no hace tanto, en que Ansu era el remedio, no solo deportivo sino hasta comercial, a la traumática marcha del mejor jugador de todos los tiempos de la historia del Barça. Con él, el futuro tenía muy buena pinta, acunado por un viejo Camp Nou que se enamoró de un delantero astuto y clarividente, capaz de enfocar la portería con tino. Pero por no tener, no tuvo Ansu ni presente. Fue breve. Demasiado breve.

Un suspiro duró, sin tiempo siquiera para celebrar su llegada. Rota su rodilla ante el Betis (noviembre 2020), roto quedó su camino, que debía ser esplendoroso, transformado en la bandera del Barça pos Messi. Bandera que ahora enarbola Lamine Yamal, el joven que coincidiendo con su mayoría de edad -será el próximo 13 de julio- heredará ese ’10’, un dorsal lleno de magia. Y, al mismo tiempo, un dorsal maldito desde el día en que Leo, y muy a su pesar, tuvo que coger un avión que no quería, rumbo a París.

Aquí se quedó entonces Ansu. Pero no pudo disfrutar de su nueva condición de ídolo azulgrana trazando una ruta repleta de circunstancias adversas, que le lleva a ser emigrante del balón. Va en busca de ser quien fue -un jugador luminoso, astuto, distinto y con gol, mucho gol-, torturado por ese recuerdo que no le permite avanzar.

Un jugador invisible

Ni en Barcelona, donde ha tenido dos entrenadores tan distintos entre sí como Xavi y Flick que han coincidido, sin embargo, en que no había hueco para él. Ni lejos de su hogar. “Si se quiere quedar aquí, le cuidaremos”, dijo el alemán el pasado mes de enero cuando buscó refugio en Inglaterra. O ahora trata de pedir asilo en Mónaco, un país donde el juego más importante no es el fútbol.

Pero lo que necesita Ansu es sentirse futbolista en toda su extensión. Huir del banquillo, ese territorio que le quema, provocando reacciones que no se le conocían como aquella tarde ante el Celta cuando hartó de calentar y sin que Flick ni lo mirara se quitó enojado el peto de suplente. Y se escondió en el sitio de los secundarios pegando patadas, harto de ser invisible para el técnico alemán.

Tan invisible que desde enero -mercado de invierno en que decidió quedarse sabiendo que no sería ni pieza de rotación- solo jugó cuatro minutos en la Champions (y ya con el 4-0 al Dortmund en Montjuïc), 28 en la Copa (Barbastro) y 107 en la Liga (62 ante el Mallorca y 45 contra el Valladolid). O sea, minucias.

Una miseria para alguien que llegó a ser la solución de aquel depresivo Barça -era el Lamine de la época- y ahora, en cambio, es todo un problema, empeñado como anda el club en que encuentre lejos del nuevo Camp Nou la continuidad, el ritmo y el ‘feeling’ del delantero que fue porque no es ningún veterano. Sigue siendo joven y tiene tiempo. Aún tiene tiempo, por mucho que se le vaya escurriendo dramáticamente durante los últimos años.

Pero en el Barça se ha transformado en un problema y, además, de enorme calado económico porque tiene salario de lo que había sido -estrella- y ahora no se puede asumir, dada su condición de sexto delantero ya que Lamine, Lewandowski, Raphinha, Ferran Torres y hasta Pau Víctor estaban por delante suyo. Muy por delante.

Ansu, mientras, recogió hace semanas sus cosas de la taquilla de la ciudad deportiva del Barça en Sant Joan Despí, ultimando ya su nueva migración, intentando adaptarse a su nueva realidad. A la realidad de un jugador que cuando tenía 17 años alcanzó un valor de mercado, según Transfermarkt, de 80 millones de euros. Y con 22, es apenas de cinco. Pero no existe mayor angustia para él que saber que no es Ansu Fati. Su último gol como azulgrana sucedió en Balaídos. Data del 4 de junio de 2023.

 

Suscríbete para seguir leyendo