BARRACA Y TANGANA

Experiencias inolvidables, por Enrique Ballester

La espera, el tedio, el cansancio y un montón de grises son necesarios para alcanzar el momento de veras brillante

Un poco idiota, otra vez

Tan felices que un día dolerá

Cristiano Ronaldo marca el 2-2 durante la final de la UEFA Nations League que han jugado Portugal y España en Múnich, Alemania. EFE/EPA/ANNA SZILAGYI

Cristiano Ronaldo marca el 2-2 durante la final de la UEFA Nations League que han jugado Portugal y España en Múnich, Alemania. EFE/EPA/ANNA SZILAGYI / ANNA SZILAGYI / EFE

Enrique Ballester

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Ya se siente el verano. Está el verano dándome palmaditas en el hombro. Está el verano cogiéndome del brazo para contarme algo. Está el verano enviándome audios innecesariamente largos. Sé que va a ser imposible escapar del verano, otra vez, y de sus numerosos actos. Porque esa es una de las principales trampas del verano. No puedes estar, sin más, en verano. No puedes limitarte a respirar, comer, dormir y esperar la jubilación en calma. Es el verdadero drama: en verano siempre hay que 'hacer algo'.

Están los famosos planes. A veces pienso que me aferré al periodismo deportivo para evitar los famosos planes. Trabajar los fines de semana me ha ahorrado muchas discusiones. Cobrar por ver fútbol ha sido la excusa perfecta y consistente para esquivar conflictos familiares. Pero en verano el asunto se enreda porque asoman las vacaciones. Añades hijos a la ecuación y es imposible huir de los famosos planes.

Dadas las circunstancias, veo venir el verano, veo venir los planes y veo venir las también célebres experiencias inolvidables. Oteo un verano plagado de cosas supuestamente divertidas que nunca volveré hacer, como diría Foster Wallace. Cosas supuestamente divertidas que interrumpirán lo que de veras me apetece hacer: aburrirme con mis hijos jugando al FIFA y viendo el Mundial de Clubs.

Winner Spain's Carlos Alcaraz, right, and Italy's Jannik Sinner hug after the final match of the French Tennis Open at the Roland-Garros stadium in Paris, Sunday, June 8, 2025. (AP Photo/Thibault Camus). EDITORIAL USE ONLY/ONLY ITALY AND SPAIN

Jannik Sinner y Carlos Alcaraz, en Roland Garros. / Associated Press/LaPresse / LAP

También tengo pendientes todas las cosas, supuestamente divertidas o no, que iba a hacer el pasado domingo cuando terminara la final de Roland Garros. El Sinner-Alcaraz se fue alargando durante horas, hasta llegar a la quinta, y finalizó justo a tiempo para enlazar con el inicio de la final de la Nations League. Quiero decir: al final me tocó madrugar el lunes para hacer todo lo que no pude hacer porque estaba viendo el Sinner-Alcaraz y el España-Portugal, y no sé si de alguna manera podría reclamar algún tipo de indemnización.

Al menos lo de madrugar no fue porque tuviera uno de los famosos planes.

El factor del tiempo

El caso es que las cinco horas de final entre Sinner y Alcaraz se hicieron cortas. El tiempo es un factor muy importante en el deporte. Dame horas: sin agonía no hay épica y la épica eleva la competición a la dimensión de lo memorable. Por eso en esta esquina estaremos siempre en contra de la tendencia monetizadora que mete el deporte en el microondas a base de acortar etapas, reducir el número de sets o jibarizar el fútbol a tandas de penaltis.

Ya existe toda una industria para quien necesite estímulos constantes. Pero otros pensamos que la espera, el tedio, el cansancio y un montón de grises son necesarios para alcanzar el momento de veras brillante.

Puestos a innovar en el deporte, a mí también me asaltan ideas de vez en cuando. A la última le veo mucho potencial. Por lo visto, antes de algunos partidos de fútbol, los grupos ultras de cada equipo se citan para pegarse, y a mí se me ha ocurrido una variante impecable. Ojalá, por esa regla de tres, los seguidores de los boxeadores y similares empiecen ahora a quedar antes de los combates para jugar partiditos de fútbol. Sería lo justo, sería bonito: un fantástico plan de verano, algo supuestamente divertido que no volverán a hacer, una experiencia inolvidable.