Opinión

El Benfica de Lamine, por Juan Cruz

Lamine Yamal gesticula després d’una jugada en el partit d’ahir contra Portugal.  | FILIP SINGER / EFE

Lamine Yamal gesticula després d’una jugada en el partit d’ahir contra Portugal. | FILIP SINGER / EFE

Juan Cruz Ruiz

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Los que somos de la quinta de quienes lloraron cuando el Benfica venció al Barça en Berna e inundó de decepción aquel intento fallido de ganar la Copa de Europa que estuvo a su alcance entendemos la secuencia de derrotas que ha sufrido el equipo que queremos.

Ese retrato general de la tristeza que siguió al final de la contienda en la que Cristiano venció a Lamine, por decirlo con los nombres de los principales personajes del partido, se puede entender como un entrenamiento general para el dolor por parte del más joven de los jugadores azulgrana.

Junto a Lamine, en la triste ocasión de la derrota, retratados como almas en pena en la ocasión más dura de su viaje con la selección, estaban Pedri y Olmo, afectados todos con el aire de decepción que tiene toda derrota, sobre todo si ésta se produce en los azares del penalti.

Aquel disgusto de Berna ocurrió en el campo abierto; las numerosas oportunidades de aquel Barça grandioso que terminó siendo tan triste como el rostro de Ramallets, tiró a puerta como para acabar con dos equipos. Pero, como se decía entonces, el esférico se empeñó en la tarea de ser esquivo.

En este partido habido en tierra alemana la igualdad de los dos equipos parecía augurar un empate eterno al que había que desearle alguna casualidad. Hagamos algo con esta casualidad, decía el clásico. Pero esta vez la casualidad vivía en casa de Cristiano Ronaldo, que se pasó el partido haciendo jaculatorias y diciéndole al árbitro lo que tenía que hacer, como si estuviera jugando en tierras de Arabia y fuera el dueño del silbato.

Cuando el partido ya no fue de poder a poder sino de portero a portero y unos y otros acordaron juntarse bajo la admonición de la casualidad, estos herederos de aquel Benfica, para nuestra memoria, se encomendaron al porvenir. El resultado fue el inmenso rio de lágrimas calladas con las Lamine, entre otros, le tendrán que explicar al futuro de sus éxitos.

Este ha sido un fracaso vertical, tremendo, alcanzado en medio de una época en que ganar, o empatar, o encantar, ha sido el envés de la trama. Ahora vemos a estos muchachos, a todos ellos, los ojos severos, la tristeza expuesta, ser más adultos, como aquellos que, ante la derrota de Berna, lloramos con Ramallets, con Kubala y con Joan Manuel Serrat.