Histórico campeón
Àlex Palou, el 'rey del pollo frito' que ganó las 500 Millas de Indianápolis

Alex Palou gana en Indianápolis / Indycar.com

Él va haciendo su camino y ni siquiera le inquieta que otros jóvenes triunfen en la F-1. Es, que lo sepan, el modelo discreto, el joven eficaz, el muchacho encantador, el deportista modélico. Sí, miren, ahora que está tan de moda hablar y homenajear (como toca, eso, ¡como toca!) al gran, al inmenso, Rafa Nadal, estaría bien que alguien pensase algún día, alguna semana, algún mes, algún año, que el caballero que ha hecho grande a España (¡a Catalunya!) en el loco Estados Unidos de ahora, se llama Àlex Palou Montalbo. Y escribo Montalbo porque, como en el caso de los hermanos Márquez Alentà, el Alentà, mamá, es muy, muy, importante.
Palou es un caso (casi) único en la vida, en el deporte mundial. El piloto del RACC ha nacido para correr. Y lo ha hecho y triunfado, a lo bestia, a lo grande, a lo más grande, en Estados Unidos. Vale, sí, es cierto, a él también le encantaría pilotar en el ‘gran circo’ pero, a sus 28 años, Àlex Palou Montalbo se acaba de convertir en el ganador del Roland Garros de los monoplazas, las 500 Millas de Indianápolis. ¡Ojito a la gesta, amigos!

Alex Palou gana las 500 Millas de Indianápolis / Indycar.com
El mundo de Palou ha sido, siempre, un mundo pequeño, familiar, cómplice. Àlex se ha movido siempre acompañado de Ramon, su padre, que se ha desvivido como todos los padres del ‘karting’ por su hijo; Sandra, su madre, que jamás pensó que acabaría a los pies del mayor podio de USA; Julia, su hermana de 18 años, que le cuenta a todo el mundo que Àlex es su hermano, sí, sí, su hermano y Esther, su esposa, a la que conoció cuando Àlex hacía sus pinitos en el equipo de uno de los grandes, grandes, el desaparecido Adrián Campos, es su núcleo duro. Y, por descontado, su tesoro, su hijita Lucía, con la que subió ayer al podio de la Indy.
Ya lo decía Campos: “El primer día que vi al jovencísimo Àlex subido en uno de mis monoplazas, pensé ¡caray, es clavado al ‘Nano’, clavadito!” El ‘Nano’ es, claro, Fernando Alonso, que también fue bautizado por Campos. “De verdad, se me reprodujeron las mismas vibraciones que cuando vi correr a Fernando, las mismas. Y, además, es tan buen tipo, tan buena persona, tan simpático”. Si algo tiene Palou, además de unas manos prodigiosas que no sirven para ir a la F-1 donde hacen falta muchos millones y un puñado de padrinos, es don de gentes, simpatía. Por eso encantó a Campos. Por eso, cuando dio el salto a las fórmulas de Japón, como hizo Pedro Martínez de la Rosa, enamoró a Kazumichi Goh, otro millonario japonés, que tras disfrutarlo en la ‘Superfórmula’ nipona, le ayudó a dar el salto a la Indycar. Y por eso enamoró, a las primeras, a Chip Ganassi, dueño de uno de los mejores equipos de la Indy.
Manos de oro
Es evidente que la Indy no tiene mucho, o nada, que ver con la F-1, cuyos monoplazas son la mayor sofisticación del ‘autosport’, por algo cuesta cada coche más de 200 millones de euros y un Indy se puede comprar por 10 millones de euros, pues son tremendamente sencillos, muy, muy básicos. Pero para ganar en la Indy hay que ser muy, muy, bueno, no gana cualquiera. Y Palou lo ha demostrado desde que pisó esa competición en 2020.

Alex Palou gana en Indianápolis / Indycar.com
Tal vez por eso, son muchos los que ahora recuerdan la frase pronunciada por Chip Ganassi, a los pies del primer podio, de la primera victoria, del tricampeón catalán: “Damas y caballeros, están viendo ustedes a un joven que va a establecer muchos récords en este negocio”.
Palou, nacido en Sant Antoni de Vilamajor (Barcelona), lleva pintado un gorila en su casco (¡Gorilla Atack!, es su lema), su grupo de amigos, más que fans, se llama ‘los kiwis’, con ellos charla cada semana vía Twitch y hasta compite con el simulador. A Palou le gustan los kiwis amarillos, sin pelo, “son más dulces que los verdes”. Pero lo que realmente le gusta a Àlex es el pollo frito. Es, sin duda, ‘el rey del pollo frito’. Cada triunfo es celebrado por todo su equipo con una cena plagada de muslitos y alitas. El lema no es otro que “winner, winner, fried chicken dinner”.
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